El estado de salud consciente
La salud consciente se mantiene y se nutre de vínculos y relaciones conscientes y saludables. A la inversa, la toxicidad en los vínculos y las relaciones: miedo, posesión, control, dependencia, exigencia, chantaje, violencia, etcétera, conduce a la enfermedad en cualquiera de los planos que conforman al ser humano: físico, metabólico, mental, anímico o espiritual. La calidad, cantidad e intensidad de los vínculos que tienden a establecerse con uno mismo, con el otro o con el entorno, va a orientar o a condicionar el estado de salud o de enfermedad de cada individuo en particular.
Cambio de era. Los vínculos y las relaciones: nuevos paradigmas
La mente conquistadora, individualista, competitiva, que rechaza la diferencia, divide, somete y justifica el abuso de poder, evoluciona hacia una mente más madura, consciente, lúcida, integrativa, compasiva, que suma, unifica y crea grupos humanos basados en la afinidad, la reciprocidad y el respeto por la diferencia. Grupos formados por individuos completos, bien diferenciados, conocedores de sus propias características y capacidades y que libremente deciden ponerlas a disposición del grupo, sin perder por ello su identidad. Seres humanos autónomos y autosuficientes, abiertos a cooperar entre sí para conseguir una óptima evolución de sí mismos y del conjunto de la humanidad plenamente integrada en la naturaleza.
Condición: Proceso de maduración, individuación o diferenciación
La semilla de un roble, por ejemplo, contiene en sí misma la totalidad del árbol en estado potencial, invisible e indiferenciado. Cuando las condiciones ambientales le son óptimas, la alquimia de la naturaleza transmuta la semilla en un árbol completamente diferenciado, único, perfecto en sí mismo, reconocible por los órganos de los sentidos, tanto por sus características, como por su comportamiento y función (frutos) al que podemos nombrar y, por lo tanto, conocer.
El ser humano es el único ser en la naturaleza que, en cierto sentido, puede modificar a voluntad este proceso. Puede elegir permanecer en la ignorancia de su verdadero origen o romper con lo establecido e ir en busca de su verdadera identidad. En el primer caso, el deseo de reconocimiento, de seguridad y de protección, va a prevalecer, manteniendo al individuo diluido y aferrado a los designios de su grupo de pertenencia (identidad grupal), delegando su propio poder a una figura exterior (persona o institución) que, a cambio, reclamará para sí sumisión o dependencia. En el segundo caso, el individuo elige conocer, liberar y expandir al máximo la totalidad de su potencial hasta hacer bien visibles y reconocibles sus capacidades y talentos (sus frutos). Asume la responsabilidad de su propia vida (identidad individual) y, anclado en su propio poder interior, encuentra la autonomía y la autosuficiencia en la expresión de su singular capacidad creativa.
No hay juicio alguno en la libre elección entre las dos posibilidades. Los seres humanos somos naturaleza y ella nos enseña que hay frutos que maduran antes que otros en el transcurrir de las estaciones. Del mismo modo, en el conjunto de la humanidad conviven y se interrelacionan individuos en diferentes estadios evolutivos.
El amor, conteniendo en sí mismo el respeto, la comprensión, la compasión o la aceptación, es la tierra fértil donde madura la semilla de una nueva forma de vincularnos y relacionarnos, evolutivamente superior a la que dejamos atrás.