El Gemelo Digital y el Caballo de Troya

El Gemelo Digital y el Caballo de Troya

 

Tenía 62 años. Esperaba con ansia su jubilación. Aunque cuando más se acercaba este día, cada vez tenía menos claro a que dedicaría el tiempo del que dispondría.

Aquella mañana, cuando lo llamaron del departamento de RRHH, sintió una punzada en el estómago. Por su larga experiencia, sabía que, casi siempre, eso no era nada bueno. Como cuando la pareja te dice serenamente “tenemos que hablar” y que, casi siempre, acaba en divorcio.

En principio, la sonrisa que le regaló el director del departamento al entrar, lo tranquilizó un poco.

Después del clásico “como estas”, le soltó una pregunta de lo más inesperado… “¿Sabes lo que es un Gemelo Digital?

Notó como su rostro se desfiguraba. Por unos segundos, muy pocos, rebuscó en su mente una respuesta, por más que sabía que no la encontraría. Se sintió perdido e hizo lo único que podía hacer …”NO”.

Sintió una cierta relajación cuando oyó la respuesta, casi amable, de su interlocutor.

Le conto con el tono que un padre comprensivo le habla a su hijo pequeño que “un gemelo digital es un modelo virtual de un objeto físico”

Hizo un intento de decir que si con un movimiento de cabeza, pero fue lo suficientemente rápido para darse cuenta de que eso podría ser peligroso. La verdad es que no había entendido absolutamente nada de la corta explicación. Intentó poner la cara más convincente posible de que estaba interesado en el tema y que seguía esperando algo más que le aportara algo de luz.

Su interlocutor siguió: “Con esta nueva tecnología y cuando el objeto es un trabajador, se consigue aumentar la productividad, se mejora la eficiencia y se gana en el bienestar de los empleados”.

Aunque seguía sin entender muy bien lo que le estaban contando, sintió un ligero temblor en las piernas. Él no quería ganar en bienestar. Ya estaba bien como estaba. Solo le interesaba llegar a la jubilación sin traumas.

“Facundo, le hemos elegido a usted para probar un producto que, estamos seguros, repercutirá en beneficio de la empresa y de sus trabajadores”

Dudaba entre sentirse honrado o aterrorizado. No entendía porque lo habían elegido a él. Por un momento, comprendió como se debían sentir las ratas de laboratorio.

Su gemelo digital, que vamos a instalar en su PC, aprenderá cuáles son sus funciones, ira replicando sin que se dé cuenta todo aquello que realice, y, cuando lo considere oportuno, aconsejará como mejorar ciertas tareas

Facundo, intentaba desesperadamente, disimular la cara de tonto que, sin lugar a duda, notaba que estaba poniendo.

Aún recordaba que había conocido las máquinas calculadoras que funcionaban girando con la máxima velocidad posible una manivela. Y ahora le contaban algo de una especie de hermano del que nunca había oído hablar.

“Pronto empezaremos y dentro de un mes comentaremos que resultados hemos obtenido. Y no se preocupe. Usted no tendrá que hacer nada”

No tardaron en instalárselo. Ni una instrucción. Ni un consejo.

“Usted actúe como lo ha hecho siempre. No tenga la sensación de que lo vigilan. En todo caso, tómeselo como si le pusieran un becario mudo a su lado”

Mudo y trasparente. Por un momento se sintió tentado de ponerle un nombre. No. Mejor no.

Ni se dio cuenta y pasó el mes. De hecho, se había ido olvidando poco a poco de su gemelo.

Lo convocaron a una reunión para la semana siguiente. Otra vez sintió un vacío en el estómago. No tenía ni idea de lo que había estado haciendo su gemelo durante este tiempo. Y no tenía nada claro si deseaba saberlo.

En la reunión estaban el director de RRHH, la directora financiera y un señor raro que le presentaron como experto en Inteligencia Artificial. Volvió el temblor de piernas. Se sintió como si estuviera en una sala de un juzgado sin saber de qué se le acusaba.

“Facundo, ya tenemos el resultado de la prueba que, usted, amablemente, nos ha ayudado a realizar”

Tenía serias dudas sobre la posibilidad de que hubieran confundido, en el momento en que se lo comunicaron, “amabilidad” con “cara de tonto”

Pero hizo un esfuerzo para mostrar una tímida sonrisa de aprobación.

“Su Gemelo Digital, nos ha indicado unas sugerencias sobre las cuales podría ser interesante reflexionar”

Pensó que hubiera sido de agradecer que dicho gemelo se hubiera puesto en contacto con él y le hubiera contado dichas sugerencias antes de esta reunión. De esta forma hubiera tenido tiempo de prepararse unas respuestas mínimamente coherentes.

Pero en seguida se dio cuenta de que no esperaban ninguna respuesta.

“Evidentemente, solo son sugerencias. A nosotros nos han parecido que puede ser interesante ponerlas en práctica. Pero el experto es usted y, por supuesto, tiene la última palabra”

No se lo creyó. Algo le hacía sospechar. Sabía de sobras que la última palabra la tiene el que manda.

“Si a usted le parece bien, dejaremos que el producto que hemos instalado en su PC siga actuando otro mes. Después de ello nos volveremos a reunir”

¿Si me parece bien? Pensó en que podría suceder si hubiera contestado que no. Que no le parecía bien. Pero no quiso tentar a la suerte.

La directora Financiera no dijo nada. Ni siquiera le miraba. Y eso le hizo pensar que algo se le escapaba. El señor raro no dejo ni un momento de mirar el móvil. Era evidente que le habían pedido que estuviera presente y que aceptó. Tan evidente como que aquella reunión no le importaba lo más mínimo.

Al regresar a su puesto de trabajo, leyó las sugerencias que le habían pasado. Su estupefacción fue tan grande como su preocupación. Tantos años haciendo la labor que la empresa le había asignado y nunca se había dado cuenta de algo que parecía tan lógico como las “sugerencias” que le hacia su gemelo.

No tardó en decidir que era más prudente ponerlas en práctica que ignorarlas. Pero tuvo que admitir para sí que la última palabra no la estaba teniendo él.

Y pasó otro mes. Pocas veces en su vida el tiempo había transcurrido tan lento. Era evidente que las sugerencias de su gemelo funcionaban positivamente. Y tenia claro que esto era bueno para la empresa, pero, más que intuir, tenia la certeza de que no lo era para él.

Y lo volvieron a convocar.

Sintió que el último mes transcurrido había sido como estar en el corredor de la muerte. Pero, sacando fuerzas de su interior, arrancó de no sabía donde, un soplo de optimismo.

Al entrar a la sala a la que se le había convocado, se sorprendió de que solo había una persona. La chica que era la mano derecha (algunos pensaban que también la izquierda) del director de RRHH.

Y tardo poco en comprobar que no era un mito la creencia general de que ella era la encargada de comunicar a los que le tocaba, el fin de la “colaboración” con la empresa.

También se comentaba que tenia una especial manera de comunicar lo que, en principio, debía ser una mala noticia. Que casi se salía de dichas reuniones mas o menos contento. Había llegado la oportunidad de comprobarlo.

Lo primero que hizo ella fue felicitarle y darle las gracias por su colaboración en la importante prueba a la que se había prestado.

Aun teniendo claro que no se había prestado ni había hecho absolutamente nada, hizo un gesto de “por favor…faltaría más…”

“La prueba ha sido un éxito total. El Gemelo Digital, no solo ha descubierto formas de mejorar la gestión que usted ha realizado durante tantos años si no que nos ha demostrado que es capaz de realizarlas prácticamente sin intervención humana”

Esta vez sí que entendió a la primera lo que le estaban comunicando.

Estaba despedido.

Pareció que ella había leído su mente.

“No entienda esto como una especie de despido. De hecho, y dado que solo le quedan menos de tres años para su jubilación, hemos diseñado un plan para que pueda llegar a la edad necesaria para ello sin que sus ingresos sufran ninguna pérdida y pueda cobrar su pensión íntegramente”

Le pasó unos papeles y él hizo un gesto como de leerlos. Pero su mente estaba bloqueada. No conseguía aún decidir si debía estar contento o no.

Le costó digerir que algo llamado gemelo que ni siquiera había conseguido ver, lo sustituyera en una labor que no solo había considerado compleja e importante, sino que además, siempre pensó que no seria fácil que nadie pudiera llegar nunca a hacerlo mejor que él.

Y llegó el día del adiós. Pensó en no despedirse de nadie. No sabia como explicar de una forma fácil lo que había pasado. Pero le habían preparado una especie de despedida que no pudo rechazar.

Una gran postal llena de pequeños comentarios seguidos de una firma que jamás sabría a quien pertenecía. Y una placa plateada con un texto que a él le pareció algo parecido a la inscripción de una lápida. “Tus amigos no te olvidan”. Ignoraba en aquel momento que si que lo olvidarían.

Ante la insistencia de que hablara y, aún muy en contra de su voluntad, solo se le ocurrió una pequeña frase en forma de aviso:

“Cuando os digan que van a instalar en vuestro PC un Gemelo Digital, no os lo creáis. Están instalando un Caballo de Troya”

Subió a su coche y dio un último vistazo a ese parking por el que se peleaban tantos trabajadores que no podían usarlo.

E imaginó como se iría vaciando. Poco a poco.

Tenia claro que él solo había sido el primero.

Al salir de las instalaciones recordó una frase de Leonardo da Vinci:

Desperté solo para descubrir que el resto del mundo todavía estaba dormido.

Esbozó una ligera sonrisa.

 

 

 

 

 

 

 

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