El imperio de la felicidad
Imagen John Holcroft

El imperio de la felicidad

Los tiempos cambian y con él las normas que imperan en el sistema. Tal vez me equivoque, pero pareciera que la nueva fórmula de dominio es “sé feliz”. Tratar de ser feliz, positivo y autorrealizado constantemente, nos asegurar poder rendir a todas horas. Ya no estamos en los tiempos de la disciplina y la represión. Son tiempos hedonistas, en los que lo que toca es ser feliz, y sobre todo, parecerlo. De ahí que, por ejemplo, el dolor no tenga cabida. Si os fijáis, no es algo de lo que se hable, más bien se tapa y se procura mantener en un ámbito privado, hasta que el cuerpo o la salud aguante. En esta sociedad capitalista neoliberal en la que vivimos, lo que “renta” es rendir. A esto le sumamos el nuevo dogma de que no hay límites, de que podemos con todo, aunque no seas consciente de tus carencias. Uno viene ya automotivado, y si no, ya tenemos a los miles de motivadores digitales que nos animan a diario. El problema es que nos hemos autoimpuesto este modus vivendi de “hacer”, para así tratar de alcanzar el nirvana de la supuesta felicidad. Felicidad que, como en todo sistema neoliberal, se cosifica. Aún recuerdo los anuncios de la coca-cola donde se asociaba su consumo con la felicidad. Mucha gente considera la felicidad como fragmentos, como cosas que se consiguen con el rendimiento, haciendo o teniendo. Pero ésta falsa sensación de libertad es a su vez perversa. Nos domina. La presión de grupo por ser feliz es enorme.

Sólo hay que ver las redes sociales, donde en su mayoría, se publican imágenes de vidas perfectas, colmadas de felicidad, que dan la falsa sensación de que siempre están felices. Y es que exponer a los demás nuestra vida íntima, en modo “only fans”, para demostrar que lo somos, y que estamos siguiendo el mandato de la felicidad constante.

A diferencia de los tiempos represivos, el poder de la felicidad es mucho más potente y efectivo. Su lenguaje es buenista, elegante y suave. Somos capaces de autoexplotarnos sin ser conscientes de ello, con tal de seguir produciendo. Nuestro fin es rendir a toda costa, todo el tiempo que haga falta, pero creyendo que somos libres para decidir. Producimos y consumimos a todas horas, y cuando tratamos de hacer un “detox”, éste supone una gran esfuerzo. ¿Y qué pasa cuando la rueda del rendimiento se para por culpa del dolor? Pues lo parcheamos. Decidimos recurrir a los analgésicos que sean necesarios para silenciar el dolor, lo antes posible, no sea que éste nos esté avisando de algo que tenemos que cambiar.

Como dice el filósofo Byung-Chul Han, vivimos anestesiados, sometidos a las leyes neoliberales que han desnaturalizado nuestras vidas. Tengo la sensación de que hemos perdido el foco de lo prioritario. Cada día tenemos que hacer frente a multitud de obligaciones, siempre en forma de lista. Vamos tachando, gimnasio hecho, ver a este amigo, hecho, ver mi serie, hecho, etc…Al final del día, nos sentimos agotados, pero felices de haber cumplido con nuestra lista. La pregunta es, desde dónde hacemos las cosas. Éstas se convierten en meros trámites al servicio del objetivo principal, que es rendir. Vivimos a la velocidad del rendimiento constante. No hay tiempo para un abrazo, una conversación con los tuyos, una pausa. No tenemos tiempo de llamar al amigo por su cumpleaños, mejor un WhatsApp ,y ya. El “hombre iPhone” anda agitado, anestesiado y por tanto inconsciente de lo que le ocurre, y por qué le ocurre.

Y si ésto no fuera poco, ahí están los transhumanistas asomando la “patita” diciendo que ya no moriremos en el año 2040. La vida sin muerte no será vida, pero otra cosa.

Ahora más que nunca, necesitamos más humanidad. Más contacto humano, más conversaciones, más empatía, más compasión, más respiración, más trabajo interno para que nos ayude a afrontar lo que nos viene. La toma de conciencia es el primer paso para un proceso de cambio que siempre estará ahí para cuando estemos preparados…En tiempos convulsos, necesitamos volver siempre al centro, que es el único lugar desde donde podemos reemprender la marcha. Por eso te animo a descubrir la respiración, la meditación para volver a tu centro interno, y desde allí poder volver al equilibrio.

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