En la esencia de las almas, dice toda producción...

En la esencia de las almas, dice toda producción...

...para mí que es el guion después del guion. Todos la vimos, no estoy espoileando nada, ¿no? Bueno, en cualquier caso, conocemos la historia, tampoco es que se espoilee mucho diciendo que al final se hunde el Titanic. Estoy hablando de El amor después del amor, recreación de Netflix de la primera mitad de la vida personal y artística de Fito Páez, que culmina con la canción, álbum y gira del mismo nombre, en 1992. La cosa es que esto no es una reseña de cine ni pretende serlo: vamos a hablar de lenguaje, a lo que nos dedicamos y de lo que nos encanta hablar.

Qué furor las biopics (bio- del griego “vida” y -pic de “picture”, del inglés “imagen” o “película”: película sobre la vida de alguien), ¿no? Tal vez se esté explotando nuestro lado intrínsecamente chusma como consumidores. Es como si de pronto hubiéramos perdido todo interés en la ficción o se hubieran secado las fuentes de inspiración de los guionistas del mundo y listo, hablemos de la vida de alguien. Y contar la vida de alguien es hablar sobre lo que ya pasó, sobre otra época. Y ahí es donde entran los vinilos, la permanente y los calentadores. Gran trabajo hacen vestuaristas y directores de arte para llevarnos a esos mundos que recordamos con nostalgia, de los que nos hablaron nuestros viejos o, en el caso de alguna reconstrucción más remota (como los próximos estrenos Oppenheimer o Napoleon), para estudiar, investigar y darle imagen y sonido a narraciones históricas más lejanas.

Ya discurrimos sobre lenguaje "retro" en cine en nuestro artículo Stranger Language (en esa ocasión nos referíamos al inclusivo en inglés, te lo recomendamos), donde observábamos que el guion no recibe tanta atención y cuidado como los aspectos visuales de una reconstrucción de época, a pesar de que el lenguaje está vivo y evoluciona tanto como la ropa, el pelo, las locaciones, los muebles o los autos que manejan los personajes. Entonces nos encontramos, por ejemplo, con personajes de esponjosas permanentes o afeitados a cero y patillas, hablando como hablarían los actores en el set 30 o 40 años después, flasheando no sé qué cosa literal o rica, o algo así.

Me voy a detener en dos ejemplos. Hay una secuencia muy corta, de tres o cuatro escenas nomás, del primer viaje de Fito a España. Antes, intenta convencer a su amigo de que lo acompañe, que le dice “no tengo un mango, estoy al horno” a lo que contesta “yo tampoco, pero tengo esto”, blandiendo épicamente el cassette de su demo “Hazte fama” (pues “quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”). Ahora bien, “mango” está chequeado con mis viejos y además figura en la letra de varios tangos: aprobado. Pero ¿“al horno” (o su variante equivalente en esta orilla “en el horno”)? No tengo registro de esa expresión en los noventa, (de los ochenta apenas tengo recuerdo, pero más visual que lingüístico). Es más, me acuerdo de una rotisería o reparto de empanadas de mi barrio que se llamaba “En el horno”, como un guiño muy novedoso y ocurrente, pero no fue hace más de diez años.

Otra cosa que llamó mi atención es el (ab)uso de la voz “dale”, no como imperativo del verbo “dar” y acompañado de uno o dos objetos (por ejemplo “y dale alegría, alegría a mi corazón”), o como voz de aliento o ánimo ("dale, campeón, dale, campeón"), como existió desde siempre, sino como expresión de confirmación o acuerdo. Ese último uso está tan naturalizado en el Río de la Plata, que puede que haya pasado desapercibido para guionistas, actores y espectadores. No para esta cirujana del lenguaje, sorry. Es que tengo presente su época aproximada de introducción a nuestro día a día: yo tenía un noviecito en el liceo (cursé secundaria en los noventa) cuya mamá vivía en Suecia. Chateaban seguido, y como ella había perdido contacto diario con hablantes de español y le faltaba el contexto y sentido que aportan a la comunicación la entonación y las expresiones faciales, a veces le llamaba la atención el uso de algunas palabras, que él usaba con naturalidad. En medio de una conversación liviana, él le decía “dale” a modo de “ok” y ella, interpretándolo en su antiguo sentido, no se lo tomaba bien, y le respondía “¿dale qué?” o “no me apures”.

En fin. Creo que una reconstrucción de época que solo rescata lo visual se queda corta, hay mucha riqueza en el lenguaje que hablábamos o hablaban nuestros ancestros. No soy una purista, no creo que todo tiempo pasado haya sido mejor, al contrario, siento que mucho de esa evolución fue positiva (bueno, no sé, otro día hablamos de trap). No voy a hacerme la canchera (lo que daría por haber escuchado “canchera” en la serie...), solo comparto mis observaciones y reflexiones, tampoco tengo muy claro cómo mejorar este aspecto o cómo deberían formarse o investigar los guionistas jóvenes o de frágil memoria que pretenden escribir "retro”, sobre todo cuando se trata de épocas de las que no nos quedan registros de audio. Pero, en este caso, en el intento de desenterrar el lenguaje de hace 30 años, una buena idea podría empaparse del material de la época, que abunda, tanto escrito como filmado (como deben haber hecho los capos de vestuario y arte) para inspirarse.

Voy a abrir un paréntesis a propósito del impecable trabajo, casi arqueológico, de vestuario y arte: el desfile exuberante y variado de anteojos de Fito es una delicia. Sin embargo, como soy miope, tengo clarísimo que el filtro verde antirreflejo, que queda en evidencia en los primeros planos, llegó a las ópticas del Rio de la Plata recién a fines de los noventa. Lo sé, es insoportable ver cine con esta servidora. Imaginate estar sumido en la tragedia suicida de la escena de Fito en la playa de Rio, ahogándote en tus propios mocos, y que me acerque y te susurre: "¿Rio? Imposible, ahí atrás está Conrad, mirá."

Vuelvo al material histórico original. Ahí está toda la posta. En eso pensé a raíz de la ola de registros de la época que desató el estreno reciente de la serie. Fueron desempolvados todo tipo de entrevistas y conciertos que inundaron las redes (al menos las mías, mi algoritmo me conoce), entre ellos el estreno de “Cable a tierra” en televisión (1985): un jovencísimo Fito, solito tras un piano de cola blanco, muy Imagine, anuncia la primicia de un tema nuevo. Al terminar, conmovido al recibir el gran aplauso de un público que escuchó la canción entera sin volar una mosca (en esa época algunos programas tenían platea en vivo, y tres minutos y pico no era mucho tiempo), dice “mata que les haya gustado”. Joven guionista, he aquí una verdadera reliquia lingüística.

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