En La Psique De Putin - Eurasianismo Para Rusia, Multipolaridad Para El Mundo
El destino imperial de la Rusia espiritual y sagrada.
“No podríamos ser los instigadores de esta catástrofe, porque [los rusos] no llevamos a cabo ataques preventivos. Sí, en esta situación estaremos esperando que alguien use armas nucleares contra nosotros primero. Pero entonces el agresor debe saber que la venganza es inevitable y que será destruido. Nosotros, las víctimas de la agresión, iremos al cielo como mártires, y ellos simplemente no tendrán tiempo para arrepentirse”. - Vladimir Putin
Para Konstantin Sivkov, estratega militar y oficial ruso en retiro, una conflagración entre Occidente y Rusia es inevitable. Desde su perspectiva, cuestionar las razones de este enfrentamiento resulta irrelevante; lo verdaderamente importante es analizar los posibles escenarios. Sivkov comprende profundamente la naturaleza de Occidente y afirma:
“(…) En este mundo de pueblos iguales, la civilización occidental tal como la conocemos hoy, no puede existir. Como un pez no puede vivir en tierra, esta civilización no puede existir en estas condiciones por una simple razón: toda la mentalidad, todos los principios de vida, toda la estructura social de esta civilización se formaron durante varios siglos en condiciones en la que esta civilización saqueaba al mundo entero”. – Konstantin Sivkov
Por su parte, Alexander Dugin, filósofo y politólogo ruso, sostiene que la supervivencia de Rusia depende de su victoria en Ucrania y de su capacidad para afrontar los cambios geopolíticos derivados del gobierno de Trump, en un contexto marcado por los desafíos globalistas y neoconservadores.
“Parece que los estrategas de Trump representarán una combinación de neoconservadores (globalistas de derecha) y realistas. Trump mismo se inclina hacia los realistas, pero esta escuela de pensamiento en relaciones internacionales ha sido en gran medida desmantelada en las últimas décadas. Los realistas serían los socios ideales para nosotros, ya que Ucrania en la OTAN —y especialmente una guerra con Rusia— no tiene un valor real para los intereses nacionales de EE. UU., que es lo que los realistas priorizan. Sin embargo, no estamos tratando con realistas puros, sino con un híbrido: realismo globalista de derecha. Esta es una configuración compleja, y gran parte de nuestro camino hacia la victoria dependerá de ello”. – Alexander Dugin
Los escenarios actuales son extremadamente complejos, y el choque de civilizaciones parece estar en pleno desarrollo. Ante esta situación, Vladimir Putin actúa con cautela, observando con desconfianza las iniciativas de paz promovidas por Trump, aunque mantiene la esperanza de una posible mejora en las relaciones con Estados Unidos.
El líder ruso se ha convertido en el blanco de duras críticas por parte de estrategas, analistas y académicos pro-rusos, quienes cuestionan su lealtad a los intereses euroasiáticos. Lo acusan de mantener vínculos comerciales encubiertos con Europa, a pesar de las tensas relaciones diplomáticas. Las exportaciones de energía y gas continúan a través de intermediarios como Turquía, Polonia y los Países Bajos, lo que genera suspicacias sobre sus verdaderas intenciones.
Los estrategas y militares de la “línea dura” consideran que Putin adopta una postura demasiado pasiva frente a las constantes presiones de Occidente. Lo acusan de no aplicar con firmeza la nueva doctrina nuclear rusa y de mostrar una inclinación excesiva hacia Europa, poniendo en duda su compromiso con la construcción de un imperio euroasiático fuerte y autónomo.
También se le responsabiliza por permitir la occidentalización gradual de Ucrania desde su independencia, un proceso que culminó con la ruptura de los lazos históricos entre los eslavos orientales tras el Euromaidán. A pesar de que la situación ha escalado hasta niveles críticos, Putin parece mantener una postura moderada incluso en cuestiones consideradas esenciales para la supervivencia de Rusia.
Sin embargo, es indudable que Putin posee un entendimiento profundo de los asuntos globales, apoyado por información privilegiada. Su afinidad hacia Europa tiene raíces en su experiencia personal: vivió varios años en la Alemania Oriental antes de la reunificación alemana, donde se integró en la cultura local, aprendió el idioma y desarrolló un aprecio por la organización y la disciplina características de esa sociedad. Su visión centralista del poder comenzó a gestarse durante esa etapa, marcada por la caída del régimen comunista en Europa del Este, un acontecimiento que moldeó su perspectiva política y reforzó su creencia en la estabilidad y el control estatal como pilares esenciales del liderazgo ruso.
El colapso de la URSS representó un golpe devastador al orgullo del pueblo ruso, que se sintió desorientado al encontrarse navegando a la deriva en un vasto barco llamado Unión Soviética, en el que muchos de sus miembros comenzaron a exigir mayor autonomía e incluso independencia. Durante los años 80, las repúblicas bálticas, del Cáucaso y de Asia Central cuestionaban la capacidad del gobierno central para satisfacer las demandas de autonomía. Estos movimientos nacionalistas fueron factores clave en la fragmentación interna de la URSS.
Según autores como Peter Schwizer, Zbigniew Brzezinski y Timothy Snyder, la injerencia de Occidente en los asuntos internos de la URSS fue especialmente significativa. El apoyo a estos movimientos nacionalistas, destinado a debilitar a la Unión Soviética, se manifestó de diversas formas, incluyendo el respaldo indirecto a los movimientos disidentes, estrategias geopolíticas, y tácticas de contención y desgaste. Occidente utilizó la diplomacia y operaciones encubiertas en Europa del Este, además de campañas de desinformación ideológica en estaciones radiales, para avivar el espíritu separatista y los sueños libertarios. Estas acciones fueron complementadas con el apoyo a organizaciones de derechos humanos, contribuyendo al aumento de la crisis interna de la URSS y acelerando su colapso.
Sin embargo, eso no es todo. Con el ascenso de Gorbachov al poder, Occidente vio una oportunidad única para influir directamente en el destino de la URSS. La crisis económica que atravesaba la Unión en los años 80, la falta de reformas estructurales, los desafíos sociales, la creciente presión nacionalista, la carrera armamentista en el contexto de la Guerra Fría, y el debilitamiento ideológico del comunismo, entre otros factores, fueron aprovechados por Occidente para acelerar el colapso de la URSS. El acercamiento de Reagan y Thatcher a Gorbachov, bajo la aparente intención de brindarle ayuda para superar la crisis, en la práctica contribuyó a la contención y al debilitamiento de la influencia soviética.
Por otro lado, desde una perspectiva realista y basada en hechos, el reconocido economista occidental Jeffrey Sachs, en una reciente entrevista, ofreció una visión poco conocida de los eventos previos a la guerra de Ucrania, afirmando que…
“Esto no es un ataque de Putin contra Ucrania como nos dicen. Comenzó en 1990, cuando James Baker le dijo a Gorbachov que la OTAN no se movería hacia el este si aceptaban la unificación alemana. Gorbachov aceptó, pero EE.UU. no cumplió. En 1994, Clinton firmó un plan para expandir la OTAN hacia Ucrania. La expansión empezó en 1999 con Polonia, Hungría y la República Checa. En 2002, EE.UU. abandonó el tratado de misiles antibalísticos, lo que permitió la instalación de misiles en Europa Oriental, vista por Rusia como una grave amenaza para su seguridad. En 2004-2005, EE.UU. participó en una operación de cambio de régimen en Ucrania, lo que complicó aún más la situación. En 2009, Yanukóvich, quien abogaba por la neutralidad de Ucrania, ganó las elecciones, lo que calmó las tensiones. Sin embargo, en 2014 EE.UU. participó activamente en el derrocamiento de Yanukóvich. Los rusos interceptaron una llamada entre funcionarios de EE.UU. que discutían sobre el cambio de régimen y la expansión de la OTAN. Putin advirtió: 'Deténganse, prometieron que no se expandiría'.” – Jeffrey Sachs
La tensión entre liberalismo y ortodoxia en Rusia es una cuestión profunda que se remonta a varios siglos atrás, abarcando dimensiones religiosas, políticas y sociales. Al igual que el comunismo supuso un enorme golpe a la ortodoxia rusa, la caída del régimen comunista permitió un renacimiento de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que recuperó una posición central tanto en la sociedad como en la política. Este resurgimiento se debió en gran parte a la influencia de la Iglesia en los asuntos del Estado, y la guerra que libra contra el liberalismo es vista como una confrontación cultural que defiende los valores tradicionales rusos. El enfrentamiento entre la civilización occidental, liderada por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, y la Federación Rusa, se libra en una dimensión espiritual e ideológica, donde la Ortodoxia Rusa resiste y contrarresta la enorme influencia del liberalismo occidental.
La historia rusa está marcada por innumerables eventos que han moldeado a su sociedad de manera profundamente singular. Autores como Martin Sixsmith, Svetlana Alexievich, Orlando Figes y James H. Billington han abordado en detalle los retos y las particularidades del pueblo ruso. Entre los aspectos destacados por estos autores, se señala que la formación del primer estado ruso en Kiev y la adopción del cristianismo ortodoxo en el año 988 constituyeron eventos trascendentales en la creación de las bases culturales y religiosas de la nación, las cuales se reflejaron a través de la arquitectura, el arte, la literatura y la espiritualidad.
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La supervivencia frente a la adversidad es una característica destacada del pueblo ruso. El sufrimiento y la resistencia ante el hambre, las guerras y las represiones se consideran componentes centrales del carácter nacional ruso, consolidando en la psique colectiva la idea de que “Rusia siempre sobrevive”, lo que ha alimentado una visión estoica y fatalista de su destino.
A lo largo de su historia, Rusia ha experimentado diversas oleadas de modernización que frecuentemente han entrado en conflicto con sus tradiciones arraigadas. Desde las reformas de Pedro el Grande hasta las políticas soviéticas, la sociedad rusa ha demostrado una notable capacidad para adaptarse, resistir y fusionar lo nuevo con lo antiguo. La lucha entre lo rural y lo urbano, una dicotomía que se intensificó a partir del siglo XVIII, durante el reinado de Pedro el Grande (1682-1725), ha traído consigo retos internos que persisten hasta la actualidad. Mientras las élites rusas comenzaron a imitar las costumbres europeas, la población campesina se mantuvo profundamente vinculada a las tradiciones eslavas.
La dualidad entre Oriente y Occidente siempre ha sido un tema complicado a lo largo de las generaciones. La constante tensión entre influencias orientales y occidentales ha dado lugar a una identidad nacional compleja y, a menudo, contradictoria. Rusia ha oscilado continuamente entre adoptar las influencias occidentales y reafirmar su singularidad oriental.
En las últimas décadas, los problemas que afrontó la Unión Soviética fueron de una magnitud considerable, y tuvieron un impacto directo en la mentalidad de su pueblo. La transición al capitalismo trajo consigo una creciente desigualdad, pobreza y una pérdida generalizada de propósito entre la población rusa. Entre 1990 y 2000, la economía rusa colapsó, lo que se vio reflejado en una drástica disminución de la esperanza de vida masculina, producto de las difíciles condiciones económicas y sociales. Tras el colapso de la URSS, la sociedad rusa quedó dividida entre quienes abrazaban el cambio y aquellos que se sentían traicionados por la nueva realidad. El pueblo ruso luchaba por mantener su identidad nacional, a pesar de las dificultades económicas y el desencanto con las promesas de democracia. Este contexto fue impregnando a la sociedad rusa y forjando la singularidad de este pueblo, que desarrolló una inclinación hacia la autocracia y un fuerte respaldo a gobiernos centralizados y autoritarios.
Estos sucesos dieron forma a narrativas históricas trascendentales que nutren la psique rusa y contribuyen a la creación de una sociedad única. Entre ellas se encuentran el mito de la Tercera Roma, la fortaleza asediada, el redentor del mundo eslavo, el zar como padre del pueblo, la misión civilizadora en Asia, la supervivencia frente a la adversidad, el mito del destino imperial y la Rusia espiritual y sagrada, entre otros.
En base a los matices y acontecimientos previamente mencionados, el eurasianismo se erige como una corriente ideológica y geopolítica que se originó en Rusia hace más de 100 años y ha evolucionado en diversas formas hasta la actualidad. Bajo este concepto, Rusia no se define completamente ni como europea ni como asiática, sino como una civilización única, una tercera civilización que se encuentra al margen de Occidente y Oriente. Esta civilización ha logrado combinar elementos de ambas culturas a lo largo de su historia, y ha pasado de ser una teoría cultural académica a convertirse en una estrategia política y geopolítica influyente en el pensamiento ruso. La geografía de Rusia, con su vasta extensión y su posición estratégica entre Europa y Asia, juega un papel fundamental en la definición de su destino. Asimismo, el papel del cristianismo ortodoxo y las influencias asiáticas son la base de su particular identidad cultural. El materialismo e individualismo prevalentes en Occidente se perciben como signos de decadencia en esas sociedades. La diversidad étnica y cultural dentro de la esfera rusa y euroasiática constituye uno de los pilares fundamentales de su sociedad.
Alexander Dugin es actualmente el principal defensor del “neo-eurasianismo”. En su obra La Cuarta Teoría Política, Dugin moderniza el eurasianismo, fusionándolo con matices nacionalistas, tradicionalistas y el rechazo al liberalismo global. Según el autor, Rusia debe liderar un bloque euroasiático que funcione como contrapeso al poder hegemónico de Occidente. Tras décadas de ser un teórico del eurasianismo, Dugin sostiene que:
"Rusia no debe imitar ni a Occidente ni a Oriente, sino convertirse en el eje central de una civilización euroasiática independiente, guiada por sus propios valores espirituales y culturales." – Alexander Dugin
El eurasianismo ha ejercido una profunda influencia en las políticas de Vladimir Putin, especialmente en su énfasis en fortalecer la identidad rusa, su rechazo al dominio occidental y su promoción de alianzas estratégicas con países de Asia Central, China e Irán. Este enfoque geopolítico refleja la visión de una Rusia que debe preservar su singularidad cultural y política frente a las presiones externas.
Por otro lado, la multipolaridad constituye otra corriente ideológica y geopolítica de gran relevancia en la esfera política rusa, especialmente en lo que respecta a la formulación de sus relaciones exteriores. Según Dugin, el mundo ha estado dominado por un orden unipolar, con Estados Unidos como la potencia hegemónica desde la caída de la Unión Soviética. Este orden unipolar, a juicio de Dugin, resulta perjudicial para otras culturas y civilizaciones, ya que se fundamenta en un imperialismo que promueve la homogenización global. Para Dugin, este sistema imperialista amenaza la diversidad cultural y geopolítica del mundo. En contraste, el autor aboga por la creación de un orden multipolar en el cual diversas civilizaciones puedan coexistir y competir, sin que ninguna se imponga sobre las demás.
Desde la perspectiva de Dugin, Rusia juega un papel crucial en el establecimiento de un mundo multipolar. Él sostiene que Rusia tiene una misión histórica que implica desafiar la dominación occidental y liderar el renacimiento de este nuevo orden mundial. La globalización promovida por Occidente, no solo de carácter económico, sino también ideológica, busca imponer una visión liberal, individualista y materialista del mundo, lo que, según Dugin, socava las tradiciones y valores fundamentales de las naciones.
La cumbre de los BRICS, celebrada en Kazán, Rusia, refleja la iniciativa de los países emergentes para fortalecer su soberanía económica y de recursos, mediante la creación de alianzas y tratados equitativos que contrarrestan las imposiciones de las potencias occidentales. Este bloque, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, busca una reconfiguración del orden global, en el que los países en desarrollo tengan un mayor peso político y económico.
En este contexto, el liderazgo de Vladimir Putin ha sido crucial para definir y consolidar la identidad rusa. La infancia de Putin, marcada por la pobreza y la adversidad, y el sacrificio colectivo del que formó parte en la posguerra, fueron factores determinantes en la formación de su carácter. Su experiencia en la KGB, además, moldeó su enfoque pragmático y estratégico, dándole una perspectiva única sobre el poder y la política internacional.
La caída de la URSS representó un punto de inflexión en la visión de Putin sobre la necesidad de restaurar la influencia y el poder de Rusia. La construcción de su imagen como un líder fuerte y la consolidación de un consenso social en torno a su liderazgo fueron posibles gracias a la influencia de la era soviética y a la percepción generalizada de que Rusia necesita un líder con mano firme. Recientemente, en una entrevista, Vladimir Putin comentó sobre Occidente, manifestando que...
“Ellos destrozaron a los pueblos desafortunados de África, explotaron a América Latina, explotaron a los países de Asia. Y, por supuesto, nadie ha olvidado eso”, aseveró el presidente ruso, añadiendo que la situación actual se agrava “por el hecho de que las élites occidentales tienen un deseo muy fuerte de congelar la situación existente, la situación injusta en los asuntos internacionales”. “Desde hace siglos, están acostumbrados a llenarse la panza de carne humana y los bolsillos de dinero. Pero ellos deben entender que el baile de los vampiros se está acabando”, sentenció. – Vladimir Putin
Los retos que tendrá el líder ruso en la consolidación del eurasianismo y en la creación del mundo multipolar serán de vital importancia para lograr un mundo con equilibrio de poderes imperiales y el respeto a los países del mundo. Los siguientes años serán enmarcados como hitos históricos para bien o para mal.