No estoy bien; lo sé y no haga nada. ¿Cómo puedo cambiarlo?

No estoy bien; lo sé y no haga nada. ¿Cómo puedo cambiarlo?

Hoy me gustaría compartir contigo parte de un mensaje que le envié a un amigo que no está pasando por su mejor momento. El contenido de la conversación se podría resumir en el título de este artículo:

“No estoy bien; lo sé y no hago nada para remediarlo. ¿Cómo puedo cambiar esta situación que tanto me incomoda?”

Hacía tiempo que no hablábamos, y el tono de su mensaje de contacto era más pesimista de lo habitual. Finalmente me confesó que estaba atravesando “una mala racha” y que tenía problemas de distinta índole: familiares, laborales, etc.

Me sorprendió cuando me dijo que sabía perfectamente qué debía hacer, que se conocía muy bien, pero que no le daba la gana hacerlo. Por desgracia, es una situación mucho más habitual de lo que crees.


Dónde estás ahora mismo

Una cosa es lo que la razón te indica que deberías estar haciendo para cambiar una situación que no te gusta, tras haber analizado las circunstancias, los responsables o culpables de lo que te ocurre, las alternativas, etc.

Otra cosa muy distinta es pasar a la acción. Es decir, romper tu rutina y esas creencias y paradigmas que te llevan a seguir actuando de la misma manera.

Seguro que entiendes que haciendo lo mismo seguirás obteniendo los mismos resultados. Es una obviedad que ya conoces, aunque irracionalmente sigues haciendo lo mismo con la esperanza de que “algo externo” ocurra que arregle tu actual situación.

El asunto ahora es valorar si realmente tu situación te incomoda lo suficiente para tomar la iniciativa y moverte, o si esa inercia que te empuja a quedarte como estás sigue siendo mayor que los beneficios que puedes obtener al cambiar. ¿Tienes claros cuáles son esos beneficios? De hecho, ¿sabes qué es lo que buscas exactamente?

Permíteme que te cuente una historia que ilustra lo que estoy exponiendo…


El perro y el clavo

Cuentan que un hombre tenía un perro acostado en el suelo de madera de su casa. Ocurría que cada vez que el perro se movía, se quejaba.

El amigo del hombre que había ido de visita se extrañó al ver al perro tumbado, molesto y aullando cada vez que hacía determinado movimiento. Así que decidió preguntarle a su amigo:

– ¿Qué le pasa a tu perro que se queja de esa manera?

– Ah, es que está acostado sobre un clavo y cada vez que se mueve le duele.

– Bueno ¿y por qué no se cambia de sitio?

– Creo que porque “le molesta lo suficiente como para quejarse pero no lo necesario como para cambiar de lugar”.


Adónde quieres llegar

Muchas veces lo que provoca esa parálisis es que no sabes hacia donde dirigirte, por tanto, sueles quedarte donde estás, que es lo que mejor conoces, aunque te incomode (la mal llamada Zona de Confort).

Sin un objetivo claro es muy difícil tomar la decisión de cambiar nada. Además, la decisión de cambiar es solo tuya, nadie más la puede tomar por ti. Y normalmente nunca estás lo suficientemente preparado para empezar. Se trata de otra excusa típica para posponer lo inevitable.

Normalmente llega un punto de inflexión donde empiezas y ya está. Muchas veces llegas a situaciones extremas (problemas graves de salud, accidentes, etc.) para poder cambiar tu actitud ante la vida. Es duro reconocerlo, aunque así suele actuar el ser humano.

Encontrar esos momentos donde valorar verdaderamente lo que tienes, y no tanto lo que te falta. Esa es la gran diferencia, dónde pones tu foco.

Te invitaría a que te preguntases si reconoces cuál es tu punto de inflexión, ¿qué debe pasar para decidir ponerte en marcha? ¿Qué pasa si nunca llega a ocurrir eso? ¿Te compensa seguir así o realmente quieres una transformación de tu vida? ¿Cómo te ves dentro de 5 años?…

 

Cambiar por cambiar no funciona

A menudo ocurre que cambias de trabajo o de pareja buscando algo distinto que mejore tu situación. Y así ocurre al principio. Te ilusionas por haber encontrado algo nuevo que te interesa. Pero esa sensación de novedad pasa y vuelves al punto inicial, al que tenías en tu anterior trabajo o tu última relación.

Y esa sensación de desesperanza e impotencia a veces se vuelve insoportable. No sabes qué hacer porque crees haber hecho todo lo posible. Pero créeme, siempre hay algo más que puedes hacer.

En primer lugar, cambia tu visión de la situación. Te invito a que observes el mundo desde distintos puntos de vista y evalúa las posibilidades, retos, oportunidades, dificultades, etc, que te encuentras desde ahí.

Es el momento de reconocer que la problemática la llevas instalada tú. Es tu deber darte cuenta de que esa responsabilidad solo te corresponde a ti y nadie más. Eres tú quien debe mirar hacia adentro y resolver lo que no funciona. Eso que no funciona en tu interior es lo que acaba reflejándose en tu mundo exterior, en cualquier aspecto de tu vida. 


1. Aceptarte

Existen varias estaciones en ese camino que ya has iniciado. La primera es la de aceptación. Entender que la situación es la que es; que es algo externo a ti y normalmente no tienes poder sobre ella.

Lo que sí puedes hacer es determinar cómo responder a cada situación que afrontas. Ahí reside tu verdadero PODER.

El vaso está a medias, de ti depende verlo medio lleno o medio vacío.

2. Perdonarte

La segunda es la de perdonarte. Dejar de echarte la culpa sobre lo que sabes que deberías estar haciendo y no haces. Haz tabla rasa; estás donde estás, ya está, acéptalo (paso 1). No pasa nada.

Lo importante es lo que decides hacer ahora, en este momento. El pasado ya pasó; el futuro está por escribir. Tú eres el principal juez de ti mismo; y normalmente el más severo.

Pon foco en lo que sí quieres y no en lo que no quieres.

3. Agradecer

La tercera es la de dar las gracias por lo que tienes. Parece contra-intuitivo, pero esto te ha permitido llegar a donde estás y despertar a una nueva forma de entender tu vida (si decides tomar la iniciativa).

Revisa de qué has sido capaz en tu vida, focalízate en todo lo que has conseguido, que no es poco, y ponlo en valor.

Esto solo lo puedes hacer tú.

 

Despertarse no asegura actuar

Como escribo en uno de mis artículos, despertarte, o darte cuenta de que algo no va bien, no asegura que actúes. El problema en ese caso, es que ya has identificado que algo falla, y la incomodidad ya queda instalada en tu mente. A veces, simplemente este hecho hace que la situación sea totalmente insoportable y acaba por empujarte a actuar. Otras veces, no haces nada diferente a tu rutina habitual.

“Si ya sabes lo que debes hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes” Confucio

El asunto es determinar qué debe pasar dentro de ti para que tú decidas actuar. No esperar a que la respuesta venga de fuera, sino que la generes tú desde dentro.

 

No estás solo, existen otros ejemplos

Piensa que hay personas que han pasado por alguna situación como la que tú estás viviendo en primera persona, y pueden orientarte, o al menos acompañarte, en tu tránsito. Sentirte acompañado ayuda a que el proceso sea más ágil y saludable, aunque es cierto que mucha gente debe romper primero esa reticencia a abrirse a otras personas para dejarse ayudar. La confianza en estos procesos es fundamental.

En cualquier caso, tienes ejemplos de todo tipo: personas que avanzan solas sin apoyarse en nadie y siendo autodidactas, personas que se dejan acompañar, personas que deciden quedarse donde están, etc. Esta decisión es muy personal y debe ser respetada.

De lo único que debes estar seguro, es que si te lo propones y eres disciplinado, podrás llegar a donde quieras, dentro de unos patrones de realidad que nos conciernen a cada uno de nosotros.

Si quieres que sigamos conversando, o crees que mi experiencia puede serte de utilidad, te animo a ponerte en contacto conmigo.

En cualquier caso, te invito a que sigas leyendo los artículos de mi blog donde puedes encontrar más información que puede ayudarte en tu propio camino.

Te deseo lo mejor, de corazón

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