Guetos de optimismo
2012.- Asisto desanimada al 3er Congreso Nacional de RSE en Zaragoza. Desanimada porqué el ambiente social, los medios de comunicación, los políticos, el sector financiero y el mismísimo aire que por fuerza tenemos que respirar, están logrando, a base de insistir, trasladar un ánimo de pesimismo que, además de empujarnos día tras día al dramatismo exacerbado, empieza a ser cansino.
Desanimada sigo tras la primera conferencia: 48 minutos de discurso vacío, que no dice nada. Por lo menos, nada nuevo, ningún mensaje que sugiera que las cosas están cambiando. Aparentemente, todo sigue igual.
Pero, ya lo dicen, la esperanza es lo último que se pierde y parece que los siguientes ponentes la han encontrado. Y, haciendo gala de la generosidad que aún queda en muchos seres humanos, la ponen sobre la mesa, para compartirla, para devolverme el ánimo. Y siento entonces que no todo está perdido.
Bajo el titular “RSE ES COMPETITIVIDAD. Una oportunidad para las empresas”, los invitados a participar y explicar sus experiencias, logran contagiarnos de ese algo que todos tenemos dormido en algún lugar de nuestro yo, ese algo que está latente, con ganas de volver a aflorar: contagian optimismo. Un optimismo que consiga desplazar el lagrimeo infantil y el llanto instalado en nuestra sociedad para caminar hacia ese “futuro que ya no será como hace un tiempo imaginamos, pero que será mejor”, como en su día apuntó mi admirado Ramón Jáuregui. Y pienso entonces que la RSE ES OPTIMISMO, es ilusión, es esperanza, es motivación. Y eso sí es una OPORTUNIDAD PARA LAS EMPRESAS.
Una oportunidad que deberíamos aprovechar. Aunque sigue existiendo “el necio que confunde valor con precio”, como ya apuntaba Machado tiempo atrás, nuestro país cuenta (quiero creer y confío en que es así) con líderes, directivos y empresarios que, tras este periodo marcado por esa palabra que empieza por “cri” y termina por “sis”, han comprendido que el optimismo, la ilusión, la esperanza y la motivación son valores que deben integrarse en las estrategias de las compañías y en los corazones de quienes las forman.
Y para los que crean que peco de optimismo, un mensaje, o más bien, un reto: ¿es su empresa una de las que tiene la oportunidad de liderar el cambio?, ¿está conmigo en que “no todo está perdido”?
Habrá quien piense que mi perspectiva es sesgada, que hablo tras una reunión de “amigos”, en la que todos empleamos el mismo lenguaje, que esta esperanza que desde aquí quiero compartir para infundir un ápice de ilusión, es fruto de varias horas encerrada en un “gueto de optimismo”, de esos locos que aún se creen eso de la RSC. Pues propongo yo: ¿y si cada “loco de su tema” intenta montar uno de estos guetos?, ¿seguiría todo igual? Siempre podemos seguir siendo el “país de llorones” que Álvarez de Mon definía hace unos días. O, como sugería, “en lugar de entregarnos a la causa ruidosa y contagiosa del fatalismo”, podemos buscar en cada uno de nosotros, “en nuestra irrepetible individualidad, nuestro argumento de optimismo”. Vamos a probarlo, que llorar, agota.