Habrá ortodoxia sin Grecia, pero nunca Grecia sin ortodoxia.
Desde el final de la segunda Guerra Mundial, el Reino Unido de Gran Bretaña inició un proceso de descolonización que fue paralelo a reformas gubernamentales. A nivel gestión, se avanzó en los pasos para sacarle poder a la reina, algo que venía pasando, lenta pero ininterrumpidamente, desde principios del siglo XX. En términos coloquiales, podríamos decir que se quería evitar el “doble comando” entre los líderes elegidos democráticamente y aquellos que son “puestos por Dios”. Pese a varios intentos, no se quitó a la monarquía ni una sola de sus propiedades ni privilegios. Incluso, aunque ya trabajarían menos, por la quita de funciones ejecutivas, se mantuvo la renta anual que siempre tuvieron. Suena raro. Pero la realeza unifica las almas de todos los ingleses y sus descendientes del mundo, aunque nunca jamás hayan pisado las islas británicas. Salvo en los Estados Unidos, donde hubo una cruenta guerra por la independencia, en todas las ex posesiones británicas cristianas se respeta a quienes ocupan el palacio de Buckingham. Sus imágenes están en billetes, estampillas, oficinas públicas, colegios, y principalmente en casas particulares. En lugares tan distantes como ser Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, remotas islas del Caribe o las Malvinas.
En Israel ocurre algo parecido con respecto a los sectores del judaísmo ultraconservador. Los adolescentes y jóvenes menos rigurosos, quienes, para bien o para mal, se sienten más europeos que orientales, son diametralmente opuestos, desde su aspecto físico hasta en la vestimenta y costumbres. Pero se les tiene un respeto casi reverencial. Saben que gracias a ellos su religión pudo atravesar todos los ataques que sufrió. Cada tanto algunos desquiciados presentan en la Knesset (Poder legislativo) proyectos para hacerlos, por la fuerza, adaptarse a la “modernidad”, pero quedan en el papel nada más.
Desde 1453, año en que Constantinopla es conquistada por los turcos otomanos, y durante trescientos sesenta y ocho años, Grecia fue ocupada por los musulmanes. Como en los primeros tiempos del Cristianismo, fuimos perseguidos, torturados y asesinados. Nuestro idioma fue combatido, pues era y es el vehículo conductor de nuestra cultura. Una cultura que ellos sabían era superior a la suya, pero al contrario que los romanos, que la adoptaron como propia y expandieron, los árabes se empeñaron en aniquilarla. Conozco de primera mano, por mi abuela, la tragedia que fueron los cuatro años de ocupación alemana, entre 1941 y 1944. No me puedo siquiera imaginar cuatro siglos. Que fueron cuatro y medio (hasta 1877) para las regiones del norte. Pero ella misma decía que los nazis no dejaban de ser seres humanos. Los turcos no lo eran. Su mirada no lo era. Tampoco su olor, ni sus costumbres, si es que se pueden llamar así. Le decían “los cerdos”, porque esos animales (los cerdos) no tienen papilas gustativas ni olfativas, por lo cual pueden comer cualquier cosa, y no se preocupan por su higiene.
Durante ese tiempo ser miembro de la Iglesia Ortodoxa significaba un promedio de vida de 35 años. Los relatos, y ya más cercanos en el tiempo las fotos de turcos jugando con las cabezas de los sacerdotes son moneda corriente. El último caso, y quizás por eso el más recordado, es el de 1922, cuando todo el clero de la región de Esmirna se negó a abandonar sus parroquias frente a la invasión musulmana. Se los hizo desfilar desnudos y encadenados por las calles de la ciudad. La gente, si es que se la puede llamar así, les arrojaban todo tipo de fluidos orgánicos (no me pida detalles señora). Fueron azotados, y les cortaban mechones de su barba y cabello, con los cuales hacían bromas. Cualquier semejanza con los soldados romanos jugando con las ropas de Jesucristo, es pura coincidencia. Al final del día, en un gesto de “humanidad”, se les dio la opción de salvar su vida, si renunciaban a su Fe y abrazaban el islam. La respuesta fue mirar al cielo, encomendando a Dios su alma. Sus expresiones de paz colgaron durante días sobre estacas en las plazas y en la fachada de la gobernación.
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En un tiempo en el cual la imprenta era una novedad, la historia cultural se guardaba en manuscritos. Y las fotocopiadoras aún no estaban en la cabeza de nadie. Las bases de nuestro pensamiento, los grandes legados filosóficos y de nuestra gramática, fueron escondidos en monasterios y congregaciones enclavados en remotos parajes. Luego de la Guerra de la Independencia, todo eso fue puesto a disposición del pueblo heleno, y pudo ir reconstruyéndose su identidad. Sin la labor heroica de los monjes ortodoxos, no habría siquiera vestigios de nuestra esencia.
En estos días la Iglesia Ortodoxa puede parecer antigua. Lo opuesto al mensaje que nos llega a través de los medios y los grupos de reggaetón. Pero ellos nos salvaron la vida. Y siguen salvando nuestras almas. Porque los griegos somos beligerantes por naturaleza, entre nosotros más que con los de afuera. Ya desde la época de las ciudades-estado. Incluso hoy, hay quienes dicen identificarse o con Atenas o con Esparta, como un Boca-River, con raíces de dos mil quinientos años. Pero cuando, por un aborto de la naturaleza, decidimos unirnos, somos un hueso muy difícil de roer. Sino pregúntenle a los persas. La ortodoxia nos une, nos amalgama. Especialmente a quienes somos parte de la diáspora, aquellos cuyos padres y abuelos tuvieron que dejar la Patria, ayudando a crear otra, como en nuestro caso la amada Argentina. No es casual que Grecia sea el país europeo en el cual la jerarquía eclesiástica tiene más influencia en la vida pública, principalmente en la educación. Si no fuese así, nuestro instinto autodestructivo nos llevaría otra vez a separarnos. Lo cual sería fatal, ante una Turquía sedienta de conquistas y sangre cristiana.
Kyriakos Mitsotakis empezó su gestión con el apoyo de casi toda la comunidad helénica, dentro y fuera de Grecia. A decir verdad, cualquier cosa era mejor después de la catástrofe de Alexis Tsipras y su tropa marxista. Pero fue perdiendo fuerza, hasta transformarse en un tibio. Y sabemos qué opina Dios de los tibios. Cediendo ante Angela Merkel, declaró organización terrorista a Amanecer Dorado, el único partido político con una plataforma basada en el control migratorio y la defensa de los valores nacionales. Cincuenta dirigentes fueron condenados en parodias de procesos judiciales, a cumplir entre cuatro a veinte años de cárcel. Sus locales fueron clausurados, y se les quitó el apoyo financiero que, por ley, le corresponde. El único germen es Urania Michaloliákos, hija de Nicolás, fundador del movimiento, una joven de 26 años que se niega a entregar, otra vez, la soberanía a los alemanes. Y casi simultáneamente, los legisladores de la Coalición de Izquierda Radical Syriza presentan proyectos para sacar a los sacerdotes de la “cosa pública”. Dicen buscar un “estado laico”. Desconocer que Grecia subsiste por la Iglesia Ortodoxa es perseguir la destrucción del estado. Algo muy típico de la izquierda, en todas partes del mundo. En su afán de irritar, provocar y confrontar, piden el “libre acceso” a las instalaciones de los bienes del clero, en referencia a que, supuestamente, hay restricciones en algunas parroquias y conventos para el ingreso de mujeres. Puede ser que, en algunos casos, sea así. En el monasterio de Meteora, por ejemplo, ellas pueden entrar, siempre y cuando cumplan un protocolo de vestimenta. ¿Suena mal? Qué se yo señora, ir a un lugar de oración y claustro, vestida como para ir a bailar, con minifalda y tacos, no creo sea lo más adecuado. Pero uno dice eso y lo tildan de fascista. En otros se debe tener el pelo recogido. Pero, que se prohíba el acceso total al sexo femenino, pasa solamente en la congregación de Simonos Petra, en el Monte Athos. Digo, si en Grecia hay más de cien monasterios, y las militantes feministas pueden entrar a noventa y nueve, ¿Hay necesidad de molestar por ese único lugar al cual tienen vetada la entrada? Sin duda lo ven como un símbolo.
Lamentablemente no estoy seguro sobre el futuro de Grecia. El descabezamiento y la proscripción de Amanecer Dorado fue un golpe para quienes sufrimos desde afuera los problemas de la Hélade. No tenemos representación a nivel político. Solo la Iglesia Ortodoxa nos da garantías, y eso seguirá siendo así aún si es corrida del escenario público griego. La ortodoxia puede continuar su camino, el camino de Dios, fuera de las fronteras helénicas. Hay Patriarcados en toda América, Europa y Oceanía. Pero nadie quiere que eso pase. Antes bien, rogamos a nuestros compatriotas que despierten y no permitan que el veneno de la izquierda atea entre en sus almas.
CEO Antarpply Expeditions
3 añosJavier querido, excelente! Siempre leo tus artículos y son increíbles. Gran abrazo