HACE MUCHO TIEMPO, EN UNA AGENCIA MUY, MUY LEJANA…

“La fábula del Priorat”, podría haber llamado a este post.

Ha llovido mucho desde entonces… corría el año 1990 y yo solo era un padawan, trabajando como ilustrador y diseñador gráfico en una de las grandes agencias, absorbiendo como una esponja, sin importarme cuándo levantaba mi cuerpo de la silla para salir cerrando, junto con otros compañeros, la puerta del departamento, …y la de la agencia. Muchas horas, muchos fines de semana y mucha ilusión.

En aquellos tiempos dorados, antes de la crisis-post ’92, mi maestro y amigo Eduardo fue ascendido de Director Creativo del departamento de marketing directo, a Director Creativo Ejecutivo de la agencia. Eso además de conllevar su traslado al edificio principal en otro punto próximo de la capital, significaba que vendría un sustituto a cubrir su puesto en el departamento donde estábamos “los del directo”.

Allí aterrizó Manuel, un “copy” recién llegado a España, con mucha ilusión por engrandecer su nombre y, como el tiempo demostró, muy poca por hacer equipo. Sus primeros roces los tuvo con un veterano redactor que había llegado años antes a la agencia aportando su experiencia, después de haber desarrollado su carrera en un conocido magazín. A Manuel, la experiencia de los demás le daba igual y su falta de tacto a la hora de corregir textos, también.

Sus aires de superioridad, su autoritarismo y su falta de empatía calaron pronto entre todos. En mi incluido, claro. Pensábamos que había que darle un margen razonable de confianza hasta que se aclimatara y se adaptase a un equipo ya rodado en muchas campañas y acostumbrados a unos métodos y formas, distintos a los que él acostumbraba. Pero fue pasando el tiempo y aquella situación no mejoró, al contrario. Las situaciones tensas y sus modales ásperos se convirtieron en el día a día… imposiciones sin consenso, planteamientos con calzador y “porque yo lo valgo”, fueron dibujando una personalidad de cabo chusquero con traje de mariscal de campo con la que yo nunca pude.

¿Dónde quedó la sutileza, la camaradería, el buen ambiente, el respeto por todos y la #informacióntransversal de #conocimientocompartido, del bueno de Eduardo?. Artes del #liderazgo que le permitieron sacar adelante los proyectos más chulos, en los tiempos pactados, o incluso antes, con un equipo entregado aportando todos nuestro granito de arena, sin importar que fueran las dos, las tres de la madrugada o las once de la mañana del sábado siguiente; con tal de cumplir con lo que él esperaba de su equipo. ¡Qué más podíamos pedir! escuchar y aprender mientras cenábamos unos sándwiches con coca cola todos juntos alrededor de la mesa de montajes, compartir momentos de chistes, anécdotas y risas, pero también conocimiento y experiencias, que daban paso al último esfuerzo para acabar e irnos a dormir con una gran satisfacción, por sabernos partícipes en menor o mayor medida, del éxito de la agencia en la presentación al cliente.

Un buen día, en una comida de celebración (antes cuando se ganaba una buena cuenta o una campaña importante, se celebraba sin reparar en gastos, jejeje); nos sirvieron unos vinos “patrios” estupendos… y ahí volvió a entrar, el sustituto de nuestro añorado director creativo, Manuel… entendido como era de casi todo, empezó a alardear de sus conocimientos sobre los vinos y sus denominaciones, imponiendo una vez más su punto de vista, sin admitir debate, cuestionando los gustos de los demás.

El padawan que escribe (yo), entré en la conversación, desafortunadamente para mi, le pregunté ¿conoces los vinos del Priorat?, ya que según nos dijo él, tenía ascendencia catalana y sin duda como entendido en “caldos” supuse que alguna vez los habría probado. Mi intención con esa pregunta, era limar asperezas de cara al día a día y que él engordase su ego. Su respuesta tan cortante como ignorante fue: “no existe ningún vino del Priorat, boludo”. Yo le dije colorado como un tomate, delante de la plana mayor de la agencia que, el Priorat es una comarca de Tarragona, plagada de viñedos, soleada y próxima a la rivera del Ebro, donde se producen unos ricos vinos con denominación de origen, que yo había bebido en alguna ocasión y, que, si no los conocía, sería bueno que los probase. Volvió a increparme ¡cállate ya y no digas “pelotudeces”!...

Aquello fue el principio del fin de mi intento por ablandar a aquel tipo tan áspero y seco, tan hinchado y tan focalizado en sí mismo, que no veía más allá de sus narices. Fin también de mi intento por compartir un mínimo de conocimiento con alguien que no lo merecía y del que, aun sin esperarlo, no recibiríamos nada. Y por supuesto fin de sentirme mal por cada vez que aquel individuo nos intentaba ningunear.

Han pasado muchos años de aquello y quiero decir que, así no Manuel, así no se lideraba ni antes, ni ahora. Estés donde estés, te digo: el liderazgo no siempre va unido a la jefatura. El liderazgo no se impone a las bravas, va de la mano de la sabiduría, del criterio, del debate, de la comprensión, de la transmisión de conocimiento y de saber ver las cualidades en los que componen el equipo.

El liderazgo debe ser para el mejor, no el más listo, ni el más gritón. Gritar sabemos todos, pero no estamos arreando ganado. El liderazgo no es una competición, aunque para muchos pueda ser la meta. ¿Habrás aprendido, Manuel, que el liderazgo te lo dan los demás por méritos propios? Yo creo que después de tanto tiempo seguro que ya lo sabrás.

¡Que la Fuerza del equipo os acompañe! jejeje. Hoy después de recordar la anécdota de mi fábula, creo que me tomaré un vasito de tinto del Priorat, que me va a saber a gloria.