HISTORIAS...                                               El portal a una realidad distinta

HISTORIAS... El portal a una realidad distinta

¿A dónde vamos cuando no estamos aquí?

A veces imagino que uno de mis perros encarna al personaje de Falkor, la criatura fantástica que vuela en Historia sin fin en su rol de salvador. En mi mente armo el escenario y vuelo sobre él hasta que el agua de la ducha se enfría y me saca inmediatamente de esta ensoñación. Para Bastian —el protagonista de esta historia— era complejo vivir en su mundo real; para redescubrirse tuvo que desprenderse de este mundo y sumergirse en lo fantástico, en donde todo cobraba más sentido. De la misma forma fantástica y escapista, las historias pueden intervenir en nuestras vidas.

Desde pequeños encontramos asilo en ellas, sin importar su formato nos sacan de la realidad o terminamos proyectando nuestra realidad en ellas para transformarla temporalmente. Abrimos ese portal a un estado distinto que nos permite ir a donde sea y ser quien queramos ser: ese personaje de aventura o esa mujer hermosa en una historia de amor; ese líder que tuvo que atravesar una osadía para llegar a donde está, o ese personaje errante con el que quizá nos sentimos identificados. Con la mente recorremos la vida de otros, visitamos mundos mágicos o tomamos un avión a otros países. Es un ejercicio de libertad, de creatividad, de búsqueda de respuestas, de sentido, de convertir lo cotidiano en extraordinario, de introspección, pero también es una acción de escape. Hay una línea delgada y un equilibrio que debe mantenerse entre la realidad y la fantasía para que podamos absorber lo mejor de la historia sin perdernos en ella.

Consumimos historias a diario, desde el momento en el que abrimos los ojos en la mañana. Ellas están en todas partes. Somos sus protagonistas. En esta semana vi la película Beautiful boy, releí páginas del libro El peligro de estar cuerda de Rosa Montero, escuché la historia que me narraba un líder acerca de una travesía migratoria, y también construí unas cuantas ensoñaciones más mientras caminaba junto a los «perricornios» de la foto. En todas estas historias encarné un personaje en mi mente, enchufando de alguna forma su realidad con la mía. En ese momento apago el interruptor de mi entorno. Esto no se trata de una curiosidad nociva, pero soy consciente de que a veces deseo evadir la realidad con algunas distracciones. El cerebro utiliza las historias como un mecanismo de defensa ante situaciones que nos desbordan. ¿Cuál es la medida correcta para no derrumbar el equilibrio? ¿Cuál es la medida adecuada entre lo sano y nocivo? No tengo esa respuesta con exactitud, pero creo profundamente en que las historias son ante todo un salvavidas si las vivimos sin ser absorbidos por ellas.

Más allá del género o el formato, qué importante es consumir historias que nos nutran. Ellas amplían nuestra comprensión sobre el ser humano; nos permiten evidenciar nuestras equivocaciones; son dopamina, serotonina y endorfina; nos hacen más empáticos con el entorno; nos regalan pistas para hallar respuestas en el interior; nos ayudan a tomar mejores decisiones; nos liberan del estrés; nos alientan a crear; nos aterrizan luces para poder ver más adelante. Sé que a través de ellas también se puede develar nuestra oscuridad, pero solamente para poder llegar a nuestra claridad. Y tú, ¿a dónde vas cuando no estás aquí?

 

 

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