Humanos en piloto automático: ¿a dónde vamos?

Humanos en piloto automático: ¿a dónde vamos?

Son tiempos raros. Uno mira alrededor y pareciera que todos van a las corridas, como si la vida fuese un maratón donde lo importante no es el trayecto, sino cuántas metas se cruzan en el menor tiempo posible. Nos enchufamos a lo nuevo, a la tecnología de moda, como si el reloj del éxito estuviera en cuenta regresiva, y ahí vamos, sin respirar demasiado, devorando tendencias y aplicaciones.

Nos volvimos técnicos de lo inmediato, expertos en las novedades de la semana, pero ¿cuánto nos estamos olvidando de ser humanos en este apuro de ser eficientes?

Hoy leía la columna de un colega que se toma el trabajo en serio, analizando cada pequeña novedad en este universo en expansión. Hablaba de lo inabarcable que es el crecimiento de la IA y cómo emergen unas treinta nuevas aplicaciones por día, cada una con la promesa de revolucionarnos. Y está bien, la tecnología avanza y nadie quiere quedarse atrás. Pero mientras avanzaba por el texto, me asaltó una molesta inquitud, como quien tropieza en la calle sin querer: ¿y nosotros? ¿No estaremos corriendo tanto que se nos quedó algo en el camino?

Porque a medida que avanzamos a toda velocidad hacia la eficiencia, parece que nos estamos dejando de lado entre nosotros. Nos movemos rápido, disparando opiniones como si el otro estuviera siempre al otro lado de una línea imaginaria. Ese “ustedes” vs. “nosotros”, el “yo aquí” y “tú allá”, va calando en nuestras interacciones cotidianas.

Y sin darnos cuenta, esa distancia se vuelve un muro que nos separa de lo esencial: conectar con el otro, escuchar, entender.

Nos estamos perdiendo en el intento de simplificar al otro en una categoría. Es como si ya no fuéramos capaces de vernos realmente.

Me da la impresión de que nos estamos olvidando del respeto. Y no hablo de un respeto formal, sino de esa pequeña muestra de humanidad que significa decir "te escucho" sin apuro, sin buscar qué responder para salir del paso. Hoy estamos en modo "disparo y después pregunto". Opinamos antes de escuchar, categorizamos al otro antes de conocerlo.

Es una forma de destrato que se vuelve cotidiana y que deja en claro una distancia: yo acá, vos allá. Como si el otro estuviera siempre en una especie de plano distinto al nuestro, ajeno.

¿Y qué hay de los entornos laborales? Nos acostumbramos a medir a las personas en clics, entregas, tiempos. Se nos exige, se nos mide, pero casi nunca se nos escucha. Nos vamos volviendo piezas en una máquina gigante que ya no se detiene ni para hacer mantenimiento.

Y así, terminamos siendo engranajes en un juego de “yo y tú”, “nosotros y ellos”. Ese pequeño paso atrás para escuchar, esa pausa para ver al otro, se nos está haciendo cada vez más difícil. Estamos todos juntos en el mismo espacio, pero parece que vivimos en mundos paralelos.

Y sí, claro que podríamos decir: “¿y este gil de qué se viene a quejar cuando el mundo está en llamas, cuando allá afuera hay guerras, hambre, tragedias que te arrancan el alma?”. Y sí, tenés razón, el mundo está hecho un desastre. Pero lo que me preocupa es otra cosa. Porque por grande que sea el escenario, la única forma de arreglar algo, de cambiar lo que podamos, empieza por lo más próximo. No se trata de salvar el mundo en un día, sino de empezar por los nuestros, por el compañero de al lado, por quien está al alcance de una mirada.

Nos acostumbramos a la velocidad y a la eficiencia, al punto de olvidar que estamos en esto juntos. Nos movemos a un ritmo en el que perdimos de vista el para qué. Porque todos tenemos esa imagen del éxito en la mente, de la carrera que queremos ganar. Pero, ¿a costa de qué?

¿Somos humanos o solo vamos de camino, esperando que en algún momento llegue la recompensa?

Quizás va siendo hora de parar, de respirar, de mirar alrededor. De entender que el verdadero éxito, si es que existe, está en esa conversación sincera, en no dejar que nos consuma esta inercia de “yo acá, vos allá”. Porque el respeto, la humanidad, no entienden de divisiones, ni de “nosotros” y “ellos”. Es, más bien, una cuestión de cercanía, de dejar las distancias y reconocer al otro en su esencia.

Nos preguntamos si somos humanos, y la respuesta está en la pausa, en esa conversación que va más allá de un intercambio rápido, en la empatía que nos acerca. Porque, al final, la distancia que marcamos con los otros es el espacio en el que nos perdemos a nosotros mismos.

Antes que números o resultados, somos personas. Y quién te dice, por ahí, el cambio no venga de una gran revolución; tal vez la transformación que necesitamos esté en esos instantes cotidianos, en esas microdecisiones diarias que nos acercan y nos ayudan a recordar que no estamos solos en este camino.

Hoy elijo escuchar más y contestar menos; mirar más, juzgar menos. Porque en esas pausas, al fin y al cabo, está el único camino para volver a "ser".

Javier Pereira Bruno

Doctor en Sociología. Director Ejecutivo en Fundación América Solidaria

2 meses

Felicitaciones Federico! Una reflexión cargada de sentido y humanidad.

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