La belleza salvará el mundo
Foto de El Mundo (edición digital)

La belleza salvará el mundo

La reapertura de Notre-Dame de París me lleva a rescatar una ponencia que impartí en Madrid en abril del 2017 y que llevaba por título: “Educar para la belleza en el s.XXI”. Rescato algunos de los fragmentos por la vigencia que para mí siguen teniendo hoy y los comparto para celebrar la re-inauguración de la catedral francesa como signo para todos.


 La educación y la belleza, un diálogo actual

En tiempos de incertidumbre, de miedo, de fragilidad… por todo lo que acontece actualmente en nuestro mundo, hablar de la belleza hace bien al alma. Hablar de la belleza es uno de los favores principales que mutuamente nos podemos brindar porque nos ahorra hablar de lo banal, de lo superficial, de lo vulgar.

Afortunadamente la memoria humana no solo almacena datos. Nuestra memoria también sedimenta experiencias, registra vivencias, y las que tienen que ver con la belleza sin duda las llevamos almacenadas y forman parte de nosotros. Recordar, pasar de nuevo por el corazón, esas experiencias-vivencias de belleza que hemos podido vivir a lo largo de nuestra vida ciertamente nos hace bien porque reaviva el tejido emocional del alma. Por eso podemos hacer que dialoguen la belleza y la educación.

Vamos a personalizar ese diálogo belleza-educación poniéndolo en boca de dos artistas, si entendemos por artista “aquel que lleva en el consciente a la belleza”, pues solo el que lleva en el consciente a la belleza es el que es capaz de percibirla. De este modo, el escritor ruso Dostoyevski y el papa Francisco, podrían ser los artistas-interlocutores de nuestro diálogo belleza-educación.

Dostoyevski en su novela El idiota, pone en boca del príncipe epiléptico protagonista una pregunta que nosotros, a veces, la hemos convertido en afirmación porque ya intuimos su respuesta: “¿la belleza salvará el mundo?” Cuando el autor formuló de manera abierta si la belleza salvaría el mundo, ciertamente no apuntaba a un concepto banal de la misma ni a un esteticismo frío sino que, precisamente, apuntaba a lo más hondo del concepto: como aquello que permite que la vida tenga y adquiera sentido, y merezca ser vivida.

Precisamente por eso, podemos ponerle como respuesta a esa pregunta de Dostoyevski, una afirmación del hoy papa Francisco, quien, hace ya unos años, señalaba que “la belleza educará al mundo”. Este es el desafío que tenemos todos los que nos dedicamos a la educación: que la belleza eduque, sane el mundo.

Cosmografía de la belleza que educa

Educar es ayudar a otro a ser libre, a desear lo bello, creciendo, todo lo que permita su naturaleza, hacia arriba. Somos conscientes de que “es bello todo lo que respeta el ritmo del niño, su inocencia, las etapas” tal y como dice dice Catherine Lecuyer. Dibujemos, por lo tanto, la cosmografía de la belleza que educa: ¿cómo será el universo de esa belleza educadora?

Para ello, debemos recurrir a la realidad, abrirnos a ella. Esta es la labor que hace, o debería hacer, la escuela a diario con nuestros jóvenes, con nuestros niños, porque educar es introducir a las personas en la realidad pero en todas sus dimensiones, sin recortar ninguna. Introducirlos en la realidad hasta descubrir el auténtico significado de ésta, porque la realidad sin significado pierde todo su atractivo. Éste es uno de los grandes desafíos que los educadores tenemos para con nuestros niños y jóvenes: que la realidad no pierda el atractivo. 

Recordemos que, según santo Tomás de Aquino, hay dos fases en el conocimiento: la primera es el descubrimiento y la invención, y la segunda, la disciplina y el aprendizaje. Parece que a veces hemos invertido el orden en nuestras escuelas y se aprende de fuera hacia dentro, no de dentro hacia fuera. De ahí la importancia de despertar el deseo sabiendo que solo la realidad con significado conserva su atractivo como ya previamente hemos afirmado.


Perfil del educador que embellece

En un mundo educativo cada vez más “digitalizado”, hemos de recordar que el papel del maestro tiene mucha más trascendencia de la que nos imaginamos. No solo porque el maestro es base de exploración hacia la realidad, sino también porque transmite a sus alumnos las actitudes que haya encarnado en su propia vida. El maestro se convierte así en testigo de la belleza. 

¿Quién es el educador que embellece? Aquel que pone en práctica y vive el testimonio. El educador que se consagra con su testimonio, se convierte en maestro. El educador convertido en maestro gracias al testimonio, se hace compañero de camino en la búsqueda de esa verdad, de esa bondad pero también de esa belleza. 

Muchos padres y madres les dicen a sus hijos frecuentemente: “pórtate bien” -bondad-; “no digas mentiras” -verdad-, pero qué pocas veces escuchamos: ¡“haz cosas bellas”! Nos hemos olvidado que es una realidad triple e indisociable: bondad, verdad y belleza. 

En nuestra lengua castellana se suele decir de alguien especial, la expresión: “es una bellísima persona”. Dotémosla de mayor significado, de mayor atractivo. Asomémonos al testimonio de vidas auténticamente bellas como la de la maestra afgana Sakena Yacoobi.

La belleza que asombra solo se transmite a través de la belleza de la vida y los gestos, por eso es necesario que los maestros nos demos cuenta del impacto que tenemos y tendremos, no solo en toda una generación de niños, sino también en el futuro de la humanidad, porque como decía M. Kundera: “Los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro”.

La educación, obra maestra de miradas

Todo niño, todo adolescente, todo joven, se busca a sí mismo en nuestra mirada. Necesita de nuestra mirada atenta y tierna para para seguir, con confianza, la obra maestra de “hacerse a sí mismo”. No le podemos negar esa mirada porque todos somos hijos de las palabras que nos han dicho y de las miradas que nos han regalado. 

La obra cumbre del simbolismo católico de Paul Claudel, aquel joven que se convirtió en una noche de Navidad en la catedral de Notre Dame (París), El anuncio hecho a María, nos presenta dos existencias opuestas encarnadas en la vida de dos hermanas: Mara y Violant. Mara es envidiosa y posesiva mientras que Violant es buena y bella: santa. Dos trayectorias diferentes: Mara conseguirá para sí incluso al pretendiente de su hermana; mientras esta última por su compasión misericordiosa es capaz de besar a un enfermo de lepra contagiándose ella misma de esa enfermedad que la condenará a vivir solo y aislada en el bosque, y a quedarse ciega. 

En el transcurso de la obra, muere la hija de Mara, quien, en su desesperación, sabe que solo de su hermana “santa” puede proceder el milagro: “tienes que hacer que mi hija vuelva a vivir”. Y el milagro acontece: Violant, ciega y leprosa, resucita a la niña, y la niña, al revivir y abrir de nuevo sus ojos, los muestra precisamente con el color azul de los ojos de Violant. Precioso símbolo de lo que es la maternidad educativa: que nuestra “mirada” respetuosa y humana, llegue a imprimirse en los ojos de esos niños, de esos jóvenes a los que educamos, para que sean ellos mismos. 

La misión de educador, de maestro, es quehacer sagrado: dejamos una huella para toda la eternidad. Ojalá crezcamos en el arte de que esa impronta sea belleza que educa, que salva al mundo. ¡Asomémonos a Notre-Dame!

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