La estaban matando, ella se moría de pena y sus hijas de frustración...

La estaban matando, ella se moría de pena y sus hijas de frustración. En apenas tres meses la despojaron del bien más preciado de todas las personas: su dignidad. Le pusieron pañales, no porque los necesitara sino por su comodidad, dejó prácticamente de hablar, de caminar, de reír, adelgazó hasta quedarse casi en los huesos, se escapó de la residencia, y no hubo explicación lógica o coherente por parte de ningún responsable. Y muchas otras cosas más. En definitiva la convirtieron, en apenas tres meses, en un muñeco inerte. Lo que menos importaba era el bienestar de la persona. Eso puedo asegurarlo.

Todavía no me siento emocionalmente preparada para escribir más ampliamente sobre este breve pero traumático periodo de nuestra vida. Solo os diré lo obvio, una persona con Alzheimer va perdiendo poco a poco la memoria, nada más y nada menos. Una persona con Alzheimer pierde la memoria, no la capacidad de sentir, de expresarse, de emocionarse, de reconocer un entorno amigable o todo lo contrario…Una persona con Alzheimer es simplemente una persona con una enfermedad, como quien tiene otras graves enfermedades. Es necesario normalizar la palabra Alzheimer como ya lo hemos hecho con otras tantas enfermedades. Son personas capaces de llevar una vida normal con las limitaciones propias de su enfermedad…como de tantas otras.

Nuestra sociedad no está preparada para atender a estas personas, a estos ciudadanos. Simplemente les aparca. Y esto es hora de que cambie. Una sociedad que no cuida de sus ancianos, lo que yo llamo #cuartaedad, es una sociedad enferma. Muy enferma. El sistema de residencias que tenemos ahora mismo no funciona. Prima más la cuenta de resultados que el bienestar de nuestros ancianos.

La vida me ha ofrecido el privilegio y el gran honor de poder cuidar de mi madre, una niña de 84 años con Alzheimer grado 3 y, puedo asegurar que a pesar de los sin sabores, merece la pena. Merece la pena oírla reír a carcajadas. Merece la pena tener una conversación con ella, merece la pena escucharla decir lo guapa que se ve. Merece la pena ver como se relaciona de bien con el frutero, el farmacéutico, el tendero, los vecinos…Merece la pena ver que, a pesar de la limitaciones propias de su enfermedad, lleva una vida digna, plena y, sobre todo feliz. Y a esto, todos nuestros ancianos deberían tener derecho.

https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/10/14/5da30f06fc6c8300568b467b.html



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