la Mirada que lo cambia todo, la naturaleza de la vida es cambiar.
Esta línea del poema de William Ward nos recuerda la ineludible verdad de que el cambio es la única constante en la vida. Nada permanece igual: las circunstancias, las personas, y nosotros mismos estamos en constante transformación. Aceptar esta realidad nos ayuda a navegar mejor las transiciones y los desafíos.
Aceptación
El cambio es una realidad inevitable, y aceptarlo es el primer paso para vivir de manera plena. A menudo, las personas luchan contra el cambio porque prefieren lo conocido, lo que genera una resistencia interna. Sin embargo, el crecimiento y el bienestar vienen cuando dejamos de resistirnos y aprendemos a aceptar la naturaleza cambiante de la vida. Aceptar el cambio no significa resignarse, sino estar abiertos a lo que trae consigo, sean oportunidades o desafíos. Implica entender que la vida está en constante movimiento, y que adaptarse a este flujo es esencial para nuestro desarrollo y bienestar.
Control o soltar el control
El cambio también está profundamente ligado a la tensión entre controlar y dejar el control. Muchas veces, intentamos aferrarnos a la ilusión de que podemos controlar todo lo que nos sucede, pero la naturaleza del cambio es que es impredecible y, en gran medida, fuera de nuestro control. Esto nos obliga a reflexionar sobre cuándo es útil tomar acción y controlar lo que podemos, y cuándo debemos soltar el control y confiar en el proceso. Aprender a dejar ir el control no es señal de debilidad, sino de sabiduría, porque reconocer que no todo está en nuestras manos nos permite vivir con menos estrés y ansiedad.
Riesgo
El riesgo es inherente al cambio. Cualquier cambio, ya sea personal o externo, conlleva una dosis de incertidumbre y, con ello, la posibilidad de riesgo. El cambio nos saca de nuestra zona de confort, donde nos sentimos seguros, y nos expone a lo desconocido. Tomar decisiones que implican cambio casi siempre involucra la disposición a asumir riesgos. Sin embargo, es en esos riesgos donde a menudo encontramos las mayores recompensas y oportunidades para crecer.
Inseguridad
El cambio también nos confronta con nuestra inseguridad. Cuando la vida cambia, podemos sentir que el terreno bajo nuestros pies se desmorona, lo que genera una sensación de vulnerabilidad. Esa inseguridad puede ser emocional, financiera, social, o de cualquier otro tipo, y el desafío es encontrar la manera de mantener la calma y la confianza en medio de la incertidumbre. La inseguridad que viene con el cambio no es algo a evitar, sino a entender como parte natural de vivir.
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Falta de certeza
La falta de certeza es una característica intrínseca del cambio. No podemos prever exactamente cómo resultarán las cosas, y esa incertidumbre genera incomodidad. A menudo buscamos certeza porque nos da una sensación de control y seguridad, pero la vida, al estar en constante transformación, no nos ofrece certezas absolutas. Aprender a vivir con esta falta de certeza y manejar la ansiedad que genera es parte de la madurez y del crecimiento emocional. Aceptar que no todo puede ser conocido o predicho es fundamental para enfrentar los cambios con serenidad y resiliencia.
El cambio, como esencia de la vida, nos invita a aceptar su inevitabilidad, a encontrar un equilibrio entre el control y el dejar el control, a asumir el riesgo que trae consigo, y a manejar la inseguridad y la falta de certeza que lo acompañan. Solo cuando abrazamos estos conceptos podemos aprender a fluir con los cambios en lugar de luchar contra ellos, lo que nos permite vivir de una manera más plena y equilibrada.
Este es un artículo escrito por Joaquín Candeias premio MAX a las Artes Escénicas y Ceo & Art director en élanfactor | la Mirada que lo cambia Todo
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Este artículo fue originalmente publicado en elanfactor.es