"La Revuelta" y "El Hormiguero": la relación con el público.

"La Revuelta" y "El Hormiguero": la relación con el público.


En el panorama televisivo español, pocos programas generan tanta expectación como La Revuelta, de David Broncano, y El Hormiguero, conducido por Pablo Motos. En medio de la reciente polémica entre ambas producciones, es inevitable reflexionar sobre lo que realmente los diferencia. Más allá de sus formatos, estilos de humor o enfoque temático, la verdadera línea divisoria parece radicar en la relación que cada programa establece con su público.

La Revuelta: un espacio compartido.

Desde el primer minuto, La Revuelta apuesta por una relación horizontal y participativa con su audiencia. Los asistentes en la platea son algo más que espectadores: son protagonistas. Ya sea a través de preguntas, bromas directas o incluso subiéndolos al escenario, el programa de Broncano logra convertir al público en un actor clave del espectáculo. Las cámaras no solo están dirigidas al plató; enfocan con frecuencia al público, destacando su individualidad y mostrando historias de personas "comunes" que, por un momento, comparten protagonismo con los invitados principales.

En el formato del programa, Carlos Tarque se presenta como un miembro de la audiencia, sentado con ellos y participando de manera cercana con los presentadores y generando un ambiente distendido y colaborativo.

Esta dinámica fomenta una conexión emocional única, en la que la barrera entre los creadores y los consumidores del contenido desaparece. Colaboradores como Grison y Ricardo Castella refuerzan este espíritu de cercanía: su humor y personalidad representan una voz que el público identifica como “de los nuestros”, con un estilo que es tanto irreverente como accesible.

Incluso cuando surgen momentos de tensión con el público, como gritos de queja o contrariedad, Broncano responde con astucia, empatía y grandes dosis de humor, transformando un posible problema en una oportunidad para reforzar la conexión.


El Hormiguero: la barrera invisible

Por el contrario, El Hormiguero construye una dinámica en la que el público queda relegado al rol de espectador pasivo. Aunque Pablo Motos interactúa físicamente con la platea, esta interacción rara vez trasciende un nivel superficial. Los asistentes no son enfocados individualmente ni se les da voz en el desarrollo del programa. Incluso cuando el humor toma el protagonismo, los personajes de Trancas y Barrancas sirven más como extensiones del guion que como representantes de una conexión real con los asistentes.

La interacción con el público queda limitada a reacciones coreografiadas: risas, aplausos y gestos. Los invitados tampoco tienen oportunidad de interactuar con los asistentes, lo que refuerza la percepción de que existe un "telón de acero" entre los creadores del programa y su audiencia.

El enfoque del programa refuerza una personalidad diferente en Pablo Motos. Su actitud ante la creciente competencia parece marcada por la defensa de un trono que durante años no tuvo rivales claros. Enfrentarse a La Revuelta implica competir con un formato que, desde la frescura y la espontaneidad, parece opuesto a la estructura controlada y guionizada de su programa.

Motos se muestra encapsulado en un intento de naturalidad que, paradójicamente, resulta forzado. Aunque interactúa con sus colaboradores y personajes icónicos como Trancas y Barrancas, su relación con ellos no transmite la complicidad ni la horizontalidad que se percibe en La Revuelta. Por otro lado, la ausencia de interacción directa con el público limita su capacidad de reaccionar y adaptarse a posibles críticas o discrepancias.


El impacto de estos modelos

Estas diferencias no son casuales; responden a visiones muy distintas sobre cómo entender el entretenimiento. La Revuelta opta por la espontaneidad, la frescura y la conexión directa con la audiencia, dando lugar a un espacio más humano y horizontal. El Hormiguero, en cambio, prioriza la espectacularidad y el control del contenido, apostando por una relación vertical en la que el público cumple su función sin alterar el esquema predefinido.

Ambas estrategias tienen su público, pero esta divergencia también explica parte de la reciente tensión entre ambos programas. Mientras La Revuelta se consolida como un espacio inclusivo y cercano, El Hormiguero se mantiene en una zona de confort, más centrado en la fórmula tradicional del espectáculo.

En última instancia, esta diferencia en la relación con el público no solo define a cada programa, sino que refleja dos maneras opuestas de concebir la televisión en la era contemporánea.

¿La audiencia como protagonista o como testigo? Esa es, quizás, la gran pregunta que enfrenta a estos titanes de la televisión española.


La batalla emocional en la franja horaria

La dinámica que cada programa establece con el público refleja también cómo los presentadores lidian con sus propias posiciones. Broncano ha encontrado en la espontaneidad y la empatía una fortaleza para conquistar a la audiencia. Mientras tanto, Motos, tras años de liderar sin competidores serios, parece luchar contra la pérdida de un ego inflado, viéndose enfrentado a un rival que no solo comparte su franja horaria, sino que desde el primer minuto se mete al público en el bolsillo.


MOTOS: La rivalidad vista desde el peor punto de vista.

La rivalidad es un fenómeno humano complejo que, dependiendo de cómo se gestione, puede generar tanto crecimiento como autodestrucción. En el contexto de la competencia televisiva, como la que se vive entre La Revuelta y El Hormiguero, esta rivalidad puede observarse desde dos perspectivas filosóficas que representan actitudes radicalmente opuestas frente al competidor: la confrontación destructiva y la colaboración constructiva.

La primera actitud, muy común en la sociedad española, especialmente en el ámbito deportivo, empresarial y mediático, se basa en la creencia de que "solo puede quedar uno". Esta mentalidad, que vemos reflejada en actitudes como las de Pablo Motos, implica la necesidad de derrotar al otro, a veces utilizando incluso la mentira, la manipulación o la victimización. La rivalidad aquí no busca el crecimiento ni el entendimiento, sino el aplastamiento del competidor a toda costa, a veces recurriendo a estrategias como crear una narrativa falsa que perjudique al otro.

En este caso, la rivalidad se convierte en un juego de poder y ego, donde el objetivo es deslegitimar al rival y buscar su caída. Esto es lo que, en términos filosóficos, se relaciona con lo que Friedrich Nietzsche denominaba el "resentimiento". El resentimiento, en su forma más pura, es un sentimiento de amargura y frustración que busca la venganza, que se alimenta de la competencia para sentirse superior. La necesidad de destruir al otro, de vencer a toda costa, se convierte en el eje de la competencia, anulando cualquier forma de diálogo genuino o crecimiento mutuo.

Desde esta perspectiva, la estrategia de Pablo Motos de atacar, desinformar y manipular, aunque pueda ser efectiva momentáneamente para mantener su "reinado", tiene una contraposición muy clara: la falta de autenticidad. La actitud de Motos, al victimizarse o dar pábulo a bulos, no hace más que deslegitimar su discurso ante un público cada vez más consciente de la falsedad detrás de sus palabras. Esto se puede entender como una manifestación del "síndrome del niño pequeño", un intento de calmar la frustración interna mediante el uso de recursos infantiles (mentir, desviar la atención, tirar balones fuera), sin tener en cuenta que la "realidad" será desmentida al día siguiente.


BRONCANO y la rivalidad como colaboración constructiva: unirse al competidor

Por otro lado, la segunda actitud ante el rival es mucho más filosófica y enriquecedora. En lugar de ver al competidor como un obstáculo que debe ser destruido, se le percibe como una oportunidad para crecer juntos, crear una dinámica que beneficie a ambos. En este modelo, la rivalidad se convierte en una retroalimentación positiva, donde tanto el rival como el competidor tienen la capacidad de aportar algo único al espacio común. Es un espacio compartido de crecimiento mutuo, donde se respetan las fortalezas y se complementan las debilidades.

Para que este tipo de relación funcione, es necesario que ambos competidores compartan ciertas cualidades: inteligencia, humildad, sensatez y sentido del humor. Es aquí donde, filosóficamente, podemos hacer referencia al concepto de "diálogos socráticos", en los que la confrontación de ideas no tiene como fin la destrucción de las opiniones ajenas, sino el entendimiento mutuo y la mejora del pensamiento colectivo. En este sentido, Broncano, con su estilo colaborativo y humorístico, parece ser el ejemplo perfecto de cómo convertir la competencia en una dinámica enriquecedora para todos, donde tanto el presentador como el público juegan un papel activo en la creación de contenido. Es un "todos ganamos" que va más allá de la simple victoria sobre un oponente, porque el resultado de la competencia ya no es la eliminación del otro, sino el fortalecimiento del propio ser.


La competitividad sana y su importancia en la sociedad.

Desde una perspectiva filosófica más amplia, la rivalidad bien gestionada puede llevar a una mejora de la calidad de vida y del trabajo. Aristóteles, en su concepto de "eudaimonía" (florecimiento humano), sugería que el verdadero bienestar no proviene de la eliminación de los rivales, sino del proceso de superación personal a través de la competencia sana y el respeto mutuo. La competencia, por tanto, debe ser vista no como una guerra en la que uno debe "ganar" a toda costa, sino como un medio para elevar a todos los involucrados, tanto al competidor como al público.

En este sentido, el tipo de rivalidad que promueve La Revuelta es el más saludable de los dos, ya que fomenta una visión compartida en la que todos los actores (presentadores, colaboradores, público) participan activamente en la creación de contenido, mejorando el espectáculo de manera conjunta. La rivalidad que plantea El Hormiguero, en cambio, se nutre de un modelo más egoísta y destructivo, que aunque puede mantener el statu quo por un tiempo, inevitablemente terminará socavando la credibilidad del programa a largo plazo.

Conclusión

La rivalidad, si bien es inherente a la naturaleza humana, puede tomar diferentes formas. La más destructiva, como la observada en El Hormiguero, busca simplemente eliminar al competidor a través de la mentira y la manipulación. En cambio, la rivalidad saludable, como la de La Revuelta, fomenta el crecimiento conjunto y una relación de colaboración que beneficia a todos los involucrados. La verdadera victoria, entonces, no es la eliminación del otro, sino la construcción de un espacio común donde se pueda compartir, aprender y mejorar de manera colectiva.


Marcos Domingo Sánchez

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