Más allá de lo práctico en las organizaciones: tiempo y espacio para pensar
Los ritmos de trabajo son, en gran medida, responsables de dejar poco espacio y tiempo para pensar, con el correspondiente impacto sobre la vida de las personas y, por supuesto, también sobre la propia organización. Además, un contexto como el organizacional genera muchas expectativas, a menudo alineadas con el individualismo, y ello no es un buen ingrediente para facilitar la escucha mutua de calidad.
Promover cierto nivel de reflexión, confiando permita adaptarse mejor a los cambios o contribuya a minimizar consecuencias negativas de problemas existentes, puede ser visto como conveniente por quienes dirigen las organizaciones; pero, cuando aparecen indicios de complejidad humana saltan las alarmas. En ese momento, los hay que defienden la conveniencia de circunscribir la reflexión a cuestiones "prácticas" para la buena marcha de la organización; entendiendo que ir más allá poco aporta a la consecución de los objetivos organizacionales (algunos incluso llegan a pensar que puede ir en contra de los mismos). Se opta, así, por limitarse a ser fieles a aspectos del management predominantes en aquel momento considerados útiles para la organización, descuidando otros aspectos que harían la organización más porosa a la humanidad de quienes la forman.
La defensa a ultranza de la eficacia (verla más como objetivo que como consecuencia), aunque sea con tintes colaborativos, lleva a un tipo de relación muy mejorable (encorsetada, previsible, interesada, superficial,...) y, tarde o temprano, hace saltar por los aires equilibrios necesarios para una vida plena. Se acaba asumiendo que el contexto laboral no es apto para albergar la reflexión entre trabajadores en relación a lo que les pasa y les importa como seres humanos. Y ello tiene consecuencias… La ilusión inicial del trabajador acaba virando a resignación; o la disposición a comprometerse se devalúa a predisposición a acatar; o la pasión de algunos muta a adicción; o lo que debería ser un diálogo degenera en discusión; o el derecho a ser tratado con dignidad se empequeñece a momentos puntuales de respeto; o se corrompe la palabra felicidad refiriéndose, en realidad, a pequeñas dosis de satisfacción; o... Y, a la vez, la organización renuncia a ser un espacio donde podría surgir una creatividad desbordante para conformarse con imitar novedades; o donde en lugar de aprovechar las sinergias de integrar la diversidad se limita a ofrecer una fachada atractiva siguiendo las tendencias del momento; o donde el afán de rentabilizar soslaya incoherencias y contradicciones que no pasan desapercibidas a los trabajadores; o donde, al no existir una cultura que incentive la reflexión, el aprendizaje no pasa de ser una ilusión; o...
Análogamente a las vacunas, el porcentaje de eficacia de las iniciativas promovidas por la organización será directamente proporcional a la posibilidad de pensar/dialogar/reflexionar de forma abierta y sincera entre quienes la componen. Pero, hoy por hoy, la organización lo pone difícil para poder hablar desde el corazón, en buena medida porque, al focalizarse básicamente en lo mental, impone un ritmo demasiado rápido.
Quizás, si no hay una voluntad real de cambio, ya va bien no generar espacios y tiempos para pensar más allá que permitirían dibujar un futuro distinto...