Más que 1000 palabras

Más que 1000 palabras

En una reciente reunión con antiguos compañeros del colegio, las palabras fluían evocando recuerdos de nuestra infancia, juventud e incluso adolescencia. Con descripciones detalladas y la aportación de todos, revivimos momentos únicos e irrepetibles. Momentos en los que fuimos felices, momentos entrañables que no se pueden repetir: no somos tan jóvenes, no tenemos tanto tiempo, hemos dejado de tener algunas cosas en común, tenemos mujer, hijos y nos vemos mucho menos… No puede ser lo mismo.

Parecía que la fidelidad a los recuerdos era casi total. Miles de detalles emergieron del fondo de la memoria de cada uno recomponiendo aquella aventura que tanto nos unió.

Sentados a la mesa, dos de mis amigos estaban mirando su móvil. Uno de ellos empezó a esbozar una tímida sonrisa que en poco tiempo se convirtió en carcajada. -¿Qué pasa? ¿De qué te ríes, tío?, preguntó el que estaba junto a él acercando su mirada al celular. -Mira lo que he encontrado, respondió. -¡Precisamente unas fotos de cuando estuvimos en Gandía!

En ese momento se abrió un nuevo horizonte. Los recuerdos se multiplicaron por mil y los comentarios crecieron exponencialmente. De un momento a otro, pudimos comprobar la cantidad de pelo que tenía el que hoy es casi calvo, la camisa hortera que llevaba el otro, la ausencia de pelo en pecho de unos y la cara de crío de otros. -¿Y tú? ¡Pero si estás igual! ¿Qué tomas, la píldora de la eterna juventud?, ja, ja.

Las fotografías consiguieron aumentar tanto los detalles, que prácticamente podíamos sentir las mismas sensaciones y casi notar la brisa del aire en la playa y el olor a mar.

Bendita fotografía.

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