Nuestro sentir y padecer.

Nuestro sentir y padecer.

LO VISCERAL Y EL CEREBRO

  Desde la Grecia antigua los filósofos se preocuparon por la investigación natural en el medio físico, así como por preguntas que explicaran las relaciones entre los dioses y los hombres. Mientras la época Medieval se centró más en Dios, el tema de la salvación, el alma y el pecado, especialmente desde los criterios de las religiones abrahámicas, inspiradas en el Judaísmo, como fueron el cristianismo y el Islam. El cambio a una filosofía más tangible con los problemas de la realidad próxima, se inició primero con los racionalistas del continente europeo y luego con los empiristas ingleses. En cuanto a los primeros surge el procedimiento de indagar a través de la razón, tratando de matizar las tres realidades claves del hombre, el mundo y la vida. El propio Descartes se aventura a fijar tres sustancias: Dios o la sustancia infinita; el alma, yo, o sustancia pensante y el mundo o sustancia extensa de la que forma parte nuestro cuerpo.

    No me vale la primera verdad de Descartes del “Pienso, luego existo”, al modo de un   cerebro en un tubo de ensayo. Y ello porque el cuerpo humano se atiene a una complejidad mayor en cuanto a que lo que siente el cuerpo interactúa respecto a las percepciones, procesos y decisiones de la mente implicando también afectos o sentimientos. Las investigaciones actuales desmienten esa autonomía mental cartesiana reducida al mero cerebro. Más convincente resulta el pensamiento de Espinosa donde el orden del conocimiento y el orden de la realidad coinciden. Esa sustancia infinita es para Espinosa Dios o Naturaleza por la que el todo es autosuficiente, pero no las partes. Lo físico, biológico, fisiológico y cultural deben referirse al todo, las partes por separado, carecen de sentido. Es así como se entiende a Dios o Naturaleza. Un panteísmo que sacó a relucir y puso de moda el físico Einstein en pleno siglo XX, al hablar de Dios como una armonía de la Naturaleza presente en lo infinito.

   No en vano al preguntársele a Espinosa qué diferencias existían entre el alma y el cuerpo al modo de lo dicho por Descartes, aquel dijo que ninguna. Cuerpo y alma son la misma cosa con atributos diferentes. Uno nace de las imágenes mentales y desemboca en el lenguaje y la otra se remite al aparato físico y fisiológico del cuerpo. Ambas forman parte del todo natural, pertenecen a una misma unidad, es decir, cuerpo y alma son las dos caras de una misma moneda o bien, lo somático y lo psíquico –como quiera llamárseles- interactúan juntos. Lo mismo que las conexiones del aparato físico de un ordenador es capaz de producir razonamientos propios de la inteligencia artificial, las interacciones físicas del cuerpo humano a través de sinapsis y centros nerviosos, producen razonamientos, creencias e ideas, insertas además con sentimientos y en relación con la cultura y el mundo en que vivimos. En este artículo, Antonio Damasio, autor al que he recurrido para informarme, a través del libro “El extraño orden de las cosas” es también autor de dos libros más sobre estas cuestiones: “El error de Descartes” y “En busca de Spinoza”. Como vemos, los propios títulos nos adelantan la aproximación a Spinoza con objeto de ver la Naturaleza como un todo interrelacionado y para mostrar la sistematización de sus teorías. En ellas -este profesor de neurociencia, psicología y filosofía, donde dirige el Instituto del Cerebro y la creatividad en la Universidad de California, Los Ángeles- ha tratado de plantear -en el primer libro mencionado arriba- cómo lo visceral y su relación con el sistema nervioso es clave para entender la homeostasis o equilibrio adaptativo en distintas especies a través de la evolución.

    Ya desde finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, el papel de lo fisiológico en lo emocional llevó a la aparición de las teorías de James-Lange. Esta teoría planteaba que primero venían las reacciones fisiológicas y luego las emociones. Con el tiempo se impuso la teoría de Cannon-Bard, que superaba la idea de James-Lange, acercándose a lo que hoy en día se piensa que es, más allá de la reacción causa-efecto,  lo que se produce es una interacción entre estos mecanismos. Es decir, el sistema gastro-intestinal y sanguíneo, actúan de forma coordinada con el sistema nervioso antiguo o reptiliano de la base del encéfalo.

    El sistema nervioso entérico que abarca todo el tubo digestivo desde la boca hasta el ano está compuesto por una compleja red de más de cien millones de neuronas (casi tantas como en la médula espinal), que recubren áreas tan concretas como el intestino delgado y el colon. Asimismo, este sistema es capaz de actuar de forma independiente respecto al propio encéfalo. Cabe también relacionar la actividad de las glándulas endocrinas y cómo se construye nuestro sentir, los sentimientos. Una de las partes del cerebro viejo desarrollado en las primeras fases de la evolución, aloja la glándula pituitaria, llamada a veces la glándula principal del cuerpo, pues regula muchas de las actividades de las glándulas endocrinas. Y encima de la glándula pituitaria se encuentra el hipotálamo que decide las hormonas que debe liberal la pituitaria mediante mensajes bioquímicos y eléctricos.

   Por tanto, el sistema nervioso entérico hoy empieza a considerarse como un área del sistema nervioso autónomo que se encarga de regular los procesos digestivos y forma una pieza clave en nuestro organismo. De hecho, actualmente no faltan investigadores que tratan de buscar explicaciones y que concluyen en considerar el sistema nervioso entérico como nuestro segundo cerebro (aunque cabe decir, eso sí, que una parte de la comunidad científica no está de acuerdo con dicha suposición). Para tener una idea sobre la influencia de lo gastrointestinal o sistema entérico, hemos de decir que los estudios del doctor Michael D. Gershon, presidente del departamento de anatomía y biología celular de la Universidad de Columbia, conocido como el iniciador de la neuro-gastroenterología, concluye en un informe que el 95 % de la serotonina y el 50 % de la dopamina se produce precisamente en el sistema gastrointestinal.

   Como nota curiosa, el título de un libro de Emeran Mayer (citado por Damasio) sería la mejor expresión de lo que trato de decir arriba: “La conexión mente-tripa: sobre cómo las interacciones ocultas de nuestros cuerpos afecta nuestro estado de ánimo, nuestras elecciones y nuestra salud general”. En esta concepción de la realidad, sin embargo, debemos aclarar lo que significan los sentimientos. Ya he abordado el hecho de que los sentimientos son expresiones mentales adaptativas o de equilibrio (en términos biológicos, homeostasis) muy importante para la regulación de la vida. Señalar también que, debido a la intervención de ese mecanismo de los afectos que pueden darse como bivalentes según los casos (valencia positiva, atracción/ valencia negativa, rechazo), que la evolución ha elaborado alrededor de los sentimientos, están en íntima relación con el pensamiento, la inteligencia, la creatividad y las condiciones sociales de nuestra vida. Por consiguiente, la toma de decisiones no corresponde enteramente a lo cognitivo, sino que los sentimientos desempeñan un papel en nuestras decisiones e intervienen en nuestra existencia. Nos pueden informar sobre cómo evitar los riesgos, peligros y crisis transitorias que debemos evitar, así como también pueden advertirnos sobre posibles posibilidades y mejoras de nuestra homeostasis en su totalidad. Con ello nos harán mejores seres humanos, más responsables de nuestro propio futuro y del de los otros. Amar y sentirnos amados, conseguir lo que nos habíamos propuesto, conectar socialmente, etc. Todo esto incide para que varios parámetros de nuestra fisiología general se muevan en una dirección beneficiosa. Si experimentamos un equilibrio emocional, nuestras respuestas inmunitarias se fortalecen y lo contrario, también. Por ejemplo, una tristeza continuada puede rebajar nuestra respuesta inmunitaria y reducir el grado de alerta ante los riesgos habituales.

   Otras cuestiones de gran importancia son las relacionadas con la subjetividad, los estados mentales y el lenguaje. Respecto a estos tres conceptos últimos, existe una visión de la teoría del conocimiento que nos indicaba que el mundo exterior no puede conocerse. Sólo podemos estar seguros de nuestra experiencia subjetiva y es a lo único a lo que podemos atenernos. Es la postura idealista, iniciada por Platón y continuada por Kant y Hegel. Frente a este punto de vista, la visión opuesta proponía que el mundo exterior es el único que merece la pena considerar y que es tarea inútil ocuparse de las experiencias subjetivas. Es la postura materialista, que va desde los Atomistas griegos, como Demócrito, Epicuro y Protágoras, hasta los empiristas ingleses. El empirismo sigue muy de cerca la postura clásica de Aristóteles: “Nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos”. Una tradición que acaba por ver la mente como “una tabla rasa”, que se va llenando en relación con las experiencias del mundo y cuya manifestación más reciente ha sido el conductismo. En efecto, durante décadas, cierta escuela psicológica negó los estados mentales. Esa escuela fue el conductismo: nada sabemos de lo que ocurre en el interior del sujeto. Lo que pasa por la mente de un sujeto no se puede conocer. No podemos dar crédito a su relato subjetivo. Sólo la conducta observable y objeto de medida es válida y merece ser objeto de estudio.

   Pero, claro, negar los estados mentales tiene poco sentido. Los estados mentales existen (procesos mentales como la conciencia, el pensamiento, la voluntad, el deseo, la felicidad...). Los estados mentales son subjetivos por definición. Están referidos a la persona que los vive (o animal). Basta decir que hace una semana se publicó en la prensa un artículo científico con el título “Los orangutanes hablan del pasado a sus crías”. Del mismo modo que no se pueden negar los estados mentales, tampoco se puede negar su subjetividad. Con varias personas que presencian un hecho cualquiera, difícilmente coinciden en sus numerosas interpretaciones, es lo que los filósofos llaman los “qualia” o la subjetividad propia de cada uno y que no debe confundirse con las opiniones donde sí pueden existir coincidencias. Los hombres disponemos de una herramienta muy potente, el lenguaje. Mediante el lenguaje somos capaces de comunicar sucesos externos, pero también la experiencia subjetiva. Podemos transmitir al otro cómo nos sentimos o cómo hemos vivido los sucesos desde nuestro propio interior. También transmitir nuestra subjetividad aunque de forma limitada. Tanto el hablante como el oyente saben que este nunca comprenderá por completo la experiencia subjetiva del hablante.

   De modo que el lenguaje nos abre una puerta a la subjetividad, a los estados mentales. Esto no quita para que podamos abordar objetiva y experimentalmente los estados mentales a través de herramientas de experimentación y de medida, lo que se llama neuro-imagen: fMRI, EEG, PET (resonancia magnética, scanner, tomografía), así como pruebas conductuales en las que se complementan con la transmisión subjetiva mediante el lenguaje.

   En cuanto a los rasgos distintivos de las culturas humanas, hay antecedentes en un conjunto de respuestas sociales simples que existen desde que se inició la vida, incluidas las bacterias (competencia, alianzas contra terceros, emotividad simple, etc.), pero también se dan respuestas emotivas más complejas como las del saco interno de las medusas. En el caso de los humanos se dan los sentimientos como nuevas formas de respuestas, que genera el intelecto creativo del ser humano, así como su capacidad motriz. De esa manera se lograban nuevas fórmulas adaptativas para la homeostasis. ¿Cómo se manifiesta esta mente cultural? Muchas innovaciones progresaron en el homo sapiens para la creación de tecnologías primitivas como la elaboración de utensilios de caza, defensa o ataque, así como refugios y vestimenta en relación con respuestas inteligentes a necesidades fundamentales. Y con ello ciertos sentimientos homeostáticos espontáneos tales como el hambre, la sed, el frío o el calor extremos, el malestar o el dolor, eran indicadores que el ser humano iba experimentando. Unos sentimientos provocados que no sólo resultan de implicar emociones que atienden al individuo aislado, sino al del individuo en el contexto de la comunidad. Valga como ejemplo el repertorio amplio ante la tristeza por la muerte de un ser querido: un conjunto de gestos cariñosos, la protección que da el contacto físico, el calor del cariño, un poema, la gratitud, la esperanza, el simbolismo de las flores, etc., todo ello como formas beneficiosas de la sociabilidad y el afecto positivo.  




Marcelino Díaz Rodríguez





En Santa Cruz de Tenerife, a 6 de febrero de 2019.

Marcelino Díaz Rodríguez

Nivel medio en Inglés en Babel

6 años

Gracias También a Alejandro Martín y Alexander S. Silva. Ambos muy amables. 

Marcelino Díaz Rodríguez

Nivel medio en Inglés en Babel

6 años

Muchas gracias, Danis.

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