¿Por qué odiamos que nos digan “No”?
No hay nada tan natural, probable, predecible y común como recibir un "No" en cualquier momento de nuestra vida o ante cualquier situación. Sin embargo, a pesar de saber que es una respuesta probable, solemos odiarla, sentirnos incómodos y molestarnos cuando la recibimos.
Un ejemplo común es cuando presentamos una idea, un proyecto o una propuesta determinada y nos dicen "No", a veces con explicación y otras veces sin una razón aparente válida (desde nuestra perspectiva). La primera reacción que podemos experimentar es un sentimiento de invalidación, lo que puede afectar nuestra confianza en nosotros mismos al hacer sentir que nuestras opiniones no son valoradas. Además, esto puede impactar en nuestra motivación, disminuyendo nuestra disposición para seguir proponiendo ideas, lo cual podría afectar nuestra productividad y nuestras relaciones interpersonales al generar desinterés y resentimiento. Todo esto porque un "No" puede causar heridas que afectan directamente nuestra forma de relacionarnos y, por supuesto, nuestra salud mental.
Sin embargo, aquí es necesario hacer una pausa. El culpable no es el "No", ni la persona que lo emite como respuesta. La responsabilidad de los sentimientos mencionados anteriormente recae únicamente sobre nosotros. Aunque no seamos nosotros quienes emitimos el "No", somos los responsables de nuestra reacción ante él. Entonces, ¿por qué es común tener reacciones negativas?
Si bien cada individuo es único, algunas de nuestras acciones pueden atribuirse a nuestra predisposición genética, asociada al deseo de no sentirnos rechazados debido a nuestra necesidad innata de pertenecer a un grupo (esto aumentaba las posibilidades de supervivencia en tiempos primitivos). Sin contar que nuestro cerebro activa zonas asociadas con el dolor cada vez que experimentamos rechazo, lo que intensifica las emociones negativas para algunas personas. Por último, nuestras experiencias previas influyen en la forma en que percibimos el rechazo, generando una sensibilidad ante el "No" y provocando reacciones más sensibles ante situaciones similares en el presente y el futuro.
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Hasta aquí hemos visto que el "No" no es el malo del paseo; al contrario, si lo vemos con ojos de abundancia, cada vez que nos enfrentamos a un "No", salimos más fuertes, más resilientes, más persistentes, más conscientes, más humildes y más empáticos, con la convicción de que el siguiente intento será un "Sí".
Entonces, ¿Qué tal si empezamos a apreciar un poco más los "No"? Al final, son grandes maestros. Aprendemos, crecemos y nos desarrollamos más con el "No" que con el "Sí".