¿Por qué no queremos ser vendedores?
Ni que nos llamen "vendedores". Uhhh.
Con frecuencia comienzo así los cursos de técnicas de venta: ¿qué opinan ustedes (qué opináis, si tuteo) de la venta y de los vendedores? Y las respuestas son invariablemente tópicas: que si la venta es fundamental, que si es una actividad clave en el mundo de la empresa; al hablar de los vendedores suele haber división de opiniones, desde quienes consideran que se trata de una labor muy difícil hasta los que piensan que para vender hace falta ser un mentiroso compulsivo. A renglón seguido, suelo preguntar a las mismas personas si alguno estudió para ser vendedor o al menos consideraba esa opción a lo largo de su carrera. Nadie levanta la mano. Todos se esconden en una sonrisa de circunstancias. Entonces digo que deberíamos comenzar la sesión al modo de las terapias ante ciertas adicciones, agarro una silla, la sitúo en el centro de la sala, me siento, junto las rodillas, hago que sudo y tiemblo, sobreactúo la vergüenza y digo “hola, me llamo fulano y yo también soy vendedor”; y remato, diciéndomelo yo todo, “¡bien, bien, lo reconoce, es vendedor y lo asume!”. Se ríen. No sé si les hace verdadera gracia.
He querido partir de esta experiencia, cientos de veces repetida, para exponer desde el principio la situación: la actividad comercial en España está rodeada de fantasmas, parece un oficio de segunda. Salimos a vender intentado que no se nos note, tratando de vestir esta función con aspectos informales, dando rodeos, aparentando relaciones públicas, gastando fortunas en comidas o cenas costosas e innecesarias...cuando lo que queremos es vender. Imaginen ustedes un tenista profesional que saliera a la pista tratando de aparentar que no quiere jugar al tenis, ¿qué posibilidades tendría de ganar?
La ocultación convive con la inseguridad, una inseguridad que procede de la falta de reconocimiento. Cierto es que a nadie parece darle vergüenza ser director comercial; pero para llegar a serlo habrá que empezar por ser vendedor o por salir a la calle o por tener la experiencia “de la venta”. Claro que, si cuando terminas tus estudios obligatorios, le dices a tu padre que quieres ser vendedor, es posible que lo mates del disgusto. Ahí comienza el círculo vicioso. Pernicioso. Sobre todo, en un mercado como el actual que, en la mayoría de los sectores son de clientes y no de productos.
Hoy en día casi no se encuentran productos o servicios diferenciados por sus características técnicas, por su descripción. En ocasiones son clónicos. ¿Por qué debe entonces un cliente decidirse entre uno u otro? Son los vendedores los que gestionan la adecuación al cliente, los que “añaden valor” con su gestión, los que asesoran y actúan como expertos que ayudan a tomar decisiones. Para eso existe un pequeño escollo: hay que saber. Un vendedor profesional debería tener profundos conocimientos técnicos acerca de aquello que vende, además tendría que ser culto, necesitaría conocer la realidad comercial y profesional de sus clientes: su terreno de juego no va de su producto hasta su cliente, sino de las razones de compra de su cliente hasta su producto, es decir, que tiene que conocer el impacto de lo que vende en la realidad de los clientes de su cliente. Parece un acertijo, pero es un método. Y para eso no vale con ser simpático o “resalao”.... “como mengano, que es muy comercial”.
¿Cuántas tarjetas profesionales ponen “vendedor”? Suelen escribir comercial, gestor, ejecutivo de cuentas, cosas similares. Otra vez los eufemismos. O bien, de modo genérico, estos profesionales (¿?) se dedican al “marketing”.
Interesante. Necesario. Conviene recordar algo sabido, aunque no tan interiorizado: que el marketing, disciplina y actividad apasionante, trabaja con las necesidades genéricas del mercado y piensa en términos de consumidor; pero que los clientes existen uno a uno, y es uno a uno como debemos analizarlos, captarlos, atenderlos, satisfacer sus necesidades, cuidarlos, mantenerlos, rentabilizarlos. Y eso es actividad comercial, es decir, vender, trabajo de vendedores: digno, creativo, no rutinario y muy humano. De personas y para personas. Puede que nos asuste ser personas... y por eso no queramos ser vendedores.
Publicaciones ARANZADI LA LEY Key Account Manager
7 añosMe ha encantado leer el articulo ,gracias por compartir..
Gerente de oficina en Zurich Insurance Company Ltd
7 añosMuy buena reflexión, gracias
Director General en Grupo Quero
7 añosMuy buena reflexión. Sólo me permito añadir: Cuando se establece una relación de superioridad... ¡malo! Nadie hace un favor a nadie: su no se trata de un buen negocio, ¿a qué vender y comprar?
Managing Director at LFR, subsidiary of MAPFRE group | CESGA®, Certification AMF | Asset Allocation | Funds | Operations | Client development | Team management | Impact investing | Social Inclusion
7 añosMuy apreciado Jaime, Gracias por el artículo. Permíteme que aporte mi granito de arena (nada que tú no sepas, más para debatir con los lectores), jugando con el título de tu libro: “El problema es que hace falta ser humilde”. El oficio de vendedor supone una humillación; poner al cliente en un plano de superioridad decisoria. Tú le estás pidiendo, el cliente dando. El hecho de “dar” implica una dosis de superioridad o poder sobre aquel al que le das. Por eso es tan “cool” la filantropía (cuando des limosna, no toques trompeta...). Lo anterior implica al menos tres cosas: 1) no gusta ser vendedor de forma individual por una cuestión de ego. Los eufemismos como “asesor” o “comercial” parecen que eliminan esa capa de humillación que te pone en un plano inferior al cliente; 2) no gusta de cara al exterior (padres…) por la misma razón: ¿qué padre quiere una profesión “humilde” para su hijo, en la que le toca “pedir”? Como mínimo CEO, faltaría más; y 3) los equipos de ventas tienen mucho poder en las empresas y a menudo remuneraciones relativamente elevadas. El resto de compañeros puede considerar que consiguen ese poder e ingreso a base de “arrastrarse” ante el cliente, por lo que genera a la vez envidia y complejo de superioridad por parte del resto. No se paran a pensar que la caja no fluiría sin el buen hacer del vendedor. Por otro lado, hay una parte del problema que les corresponde a los propios vendedores, al menos por mi experiencia en el sector financiero, el único que conozco en profundidad. ¿Cuántos de ellos confunden la relación humana con la monetaria? Dices en tu artículo que nos asusta ser personas… pero también nos cuesta pensar en el otro (cliente, colaborador, rival…) como una persona y no como un medio que utilizar para mi propio beneficio, algo que, inconscientemente incentivan muchas de las modas actuales de “networking” o contactos de toda la vida. Dicho de otro modo, ¿qué parte de responsabilidad tiene el ventas en reducir a su interlocutor, una persona (categoría superior a las categorías mundanas), a una mera fuente de ingresos potencial? Para muchos clientes esta sensación de deshumanización y despersonalización es permanente. Y por desgracia un mal que el juego “político” en las empresas extiende no sólo al ventas, sino también a la gestión de carrera de muchos directivos, quienes llevan su agenda a extremos inverosímiles. En resumen, en mi opinión, dos causas: ego y utilitarismo. Un abrazo fuerte, y perdón por el “ladrillo” Pd. No soy vendedor de profesión, pero sí por obligación en muchos ámbitos de mi vida, como todos.