Psicología organizacional. El poder de la palabra
Hay posiciones en la sociedad que exigen ser modelo. Ciertos cargos o determinadas funciones implican que el individuo se comprometa con ciertos códigos sociales y sea coherente con ellos. Un ejemplo claro son los curas: todos ellos deben validar con su comportamiento lo que predican. En otro ejemplo, de un médico se espera que no cometa sobre sí mismo los excesos y conductas que a diario advierte a sus pacientes para conservar la salud (comer en exceso, fumar, sedentarismo, etc).
Si lo anterior no sucede se pierde credibilidad y la capacidad de influencia.
Los psicólogos y psicólogas tienen una profesión con una fuerte carga social simbólica. Se supone, por lo menos en el argot popular, que somos sanos mentalmente, que cumplimos nuestra palabra, que somos coherentes entre lo que predicamos y hacemos.
El psicólogo entonces tiene un contrato obligado, en razón a su profesión y a las funciones encomendadas que exige que cumpla ciertas reglas por simple reciprocidad.
Por su profesión al psicólogo(a) se le exige coherencia: el psicólogo dentro de las organizaciones debe reflejar en su vida y comportamiento todo aquello que exige de los colaboradores. Si hablamos que desde recursos humanos se gestiona la “cultura organizacional”, quien lidera y participa de este proceso debe autoanalizarse y obligarse a cumplir con el ejemplo todo aquello que predica. Lo contrario no es sano y le resta efectividad, credibilidad y la necesaria coherencia al proceso.
Si desde gestión humana se lidera la capacitación y la formación, los profesionales de la psicología deben tener al menos en sus propios cargos toda la formación necesaria para el despliegue adecuado de sus tareas y responsabilidades.
Los psicólogos trabajamos con la palabra. La palabra o la promesa es un contrato que firmamos todos los días. Si nuestra herramienta es el lenguaje, debemos honrar su cumplimiento en todas las esferas: con colaboradores, con nuestros líderes, con nuestros colegas. Tal honor de la palabra debe extenderse incluso a los proveedores y hasta a los más íntimos comportamientos. Todo compromiso expresado en palabras debe ser cumplido, a todas las audiencias y comunidades relacionadas con la organización (colaboradores, proveedores, consumidores, etc).
Nada estaría más mal visto que un profesional de la psicología que no cumpla su palabra. Un ingeniero civil podrá decir que no pudo hacer el techo por la lluvia. ¿El psicólogo que prometió realizar una tarea y no lo hizo, que excusa puede exponer?
Del psicólogo, tan exigente cuando impone disciplina, se espera que cumpla sus compromisos (ya sea en que vengan en forma de promesas o de obligaciones). Desde recursos humanos se maneja la gestión disciplinaria. Cuando un colaborador hace algo que debería haber hecho pero que no hizo, y genera un problema con ello, normalmente es amonestado o despedido. Quien impone tal disciplina y la promueve no puede hacer menos que hacer de este principio el rector de su comportamiento, como mínimo, al interior de la organización donde trabaja.
El psicólogo en cierta medida es un chamán. Trabajamos con nuestra propia personalidad y lideramos con el ejemplo. La principal herramienta es nuestra forma de actuar, en perfecta coherencia con los principios que se desprenden desde la profesión. Nuestro pretendido conocimiento del alma humana y la capacidad de transformarla debe iniciar por un esfuerzo consciente para liderar con el ejemplo.
Lo contario va en detrimento de la credibilidad personal y peor aún, del menoscabo de la profesión.
Aceptemos pues con firmeza y honor los acuerdos que nos impone nuestra posición en la sociedad y hagamos honra de nuestra posición de poder en la organización.
Con humildad, pero liderando con el ejemplo.
Autoanalicémonos y hagamos acuerdos de mejora propios o frente a un colega de confianza.
Es lo mejor que podemos hacer. Por nosotros mismos y por nuestra profesión.
Con aprecio,
Ramon Chaux