Una libertad responsable
En la dura realidad de los campos de concentración Viktor Frankl comprobó que el hombre se sitúa en el mundo de un modo responsable. Recibe una vida, con unas circunstancias, que lo vinculan de modo único y personal, y que a cada momento le exige una tarea que realizar. De este modo, dirá Ortega y Gasset,
«yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas, no me salvo yo».
Al estar vinculado con unas circunstancias (a los otros, a la realidad) entendemos al hombre, en primer lugar, como un ser dependiente. Una cierta dependencia en que lo reconocemos como un ser necesitado. El hombre recibe la vida, y su vida no está «ya hecha», sino que está por hacerse; para ello necesita de los demás y del propio ejercicio de su libertad. Hoy vemos que, al querer renegar de estos vínculos tan evidentes, el hombre termina por generar nuevas formas de depedencia que alienan su propia vida.
Por otro lado, vemos que la libertad humana se orienta hacia algo fuera del mismo hombre, pues la libertad es intencional (Frankl). Se dirige hacia una meta, una persona, un valor con la que se encuentra en la realidad: un algo -o alguien- en cuya presencia la conciencia, de cada hombre singular, capta la exigencia del momento, capta el sentido: el deber o la tarea que se siente llamado a realizar.
Si un hijo, por ejemplo, ve que su madre se siente mal, para él tendrá sentido atenderla y no encerrarse en su cuarto a jugar play. Al hacer lo segundo, es fácil que el joven perciba cómo frustra el sentido, pues sabe que es algo que le toca hacer, y que -en muchos casos- nadie más hará, o no lo hará igual que él.
La vida del hombre se entiende y se desarrolla en la realización del sentido del momento que se dirige hacia el gran horizonte o norte que Frankl llama sentido de la vida (Fabry). En la experiencia con su realidad el hombre es consciente de sí mismo, y en toda vivencia enriquece -o empobrece- su mundo interior. Aprende que sin esa interacción con lo real, su vida no tendría nada que contar. Sin éste escenario y sin ésta actuación, no habría biografía.
El olvido de la responsabilidad
En la sociedad moderna, el hombre cambia su modo de ser y estar responsable (yo y mis circunstancias) por un modo de estar irresponsable (yo y mis caprichos), y cae en nuevas formas de soledad: en una existencia cerrada, de personas no disponibles porque -como dice Gabriel Marcel- andan demasiado ocupadas en sí mismas; y en el anonimato existencial: en la imposibilidad de ser alguien, en la vida impersonal del estereotipo, que genera una angustia constante de ser reconocido, de querer ser y hacerse uno mismo, pero sin saber cómo.
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La libertad, al dejar de perseguir algo valioso fuera de ella, se convierte en pura libertad de poder: de adquirir los medios y las posibilidades (salud, dinero, juventud, trabajo) para sentirse bien, para conseguir bienestar. Es el paso, usando la frase del libro de Gabriel Marcel: «del ser al tener».
De este modo, el hombre se dedica a conseguir una consecuencia: el placer, pero sin necesidad de esforzarse por buscar el fin que la causa. Y sin fin, el hombre no se siente responsable; hace uso de una libertad sin responsabilidad, que se convierte en puro movimiento.
Este puro movimiento hacia la consecuencia (momentánea), nos sumerge en una insaciable satisfacción de necesidad (necesarias e innecesarias), de una tranquilidad que nunca llega porque lo importante no es la calidad de la meta, de la persona, del ideal a perseguir, sino la cantidad: el consumo de bienestar.
En la sociedad de la opulencia, como la llama Viktor Frankl, caemos así en lo que llamo: una falsa tranquilidad, donde el hombre sobrevive: se estanca en el terreno de la necesidad; y no vive: no accede al terreno de su libertad, de una libertad que siempre es responsable.
Gabriel Capriles
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