¡YA NO QUIERO ESTAR AQUÍ!
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¡YA NO QUIERO ESTAR AQUÍ!

“Ya no quiero estar aquí”. En el ámbito laboral, esta es una de las frases más difíciles y dolorosas de decir.

¿Por qué difícil?

Como profesionales (empíricos o titulados), hemos sido formados para ser competitivos, y eso incluye adaptarnos “positivamente” a todo en lo que a condiciones y ambiente laboral concierne. Esto implica que el colaborador, por convicción propia, debe resistir, no quebrarse, no mostrar lo que a nivel empresarial ya es una palabra tabú: debilidad. Para evitar esto, algunos colaboradores acuden a maximizar su ego y su orgullo, muchas veces al punto de sobrepasar sus propias capacidades y habilidades para el puesto. ¿Cómo? Auto convenciéndose y auto motivándose de que debe “insistir, persistir y nunca desistir”.

¿Por qué doloroso?

Porque nos vemos a nosotros mismos y juzgados por los demás como débiles, incapaces, carentes de voluntad, inestables, entre otros.

Entonces viene la pregunta: ¿Cuánto debemos insistir y persistir? ¿Cuánto debemos resistir?

Estas 3 son las preguntas que debemos hacernos antes de llegar al punto de decir “ya no quiero estar aquí”, y que entonces decirlo, no solo sea difícil, sino también DOLOROSO.

Algunos de los factores que inciden al momento de decirlo: incremento de la carga laboral, incremento de horas de trabajo, eliminación de incentivos, mala relación con gerentes o supervisores, o falta de involucramiento de su parte, falta de retroalimentación, falta de reconocimiento, entre otros. Todo esto difícilmente se genera de la noche a la mañana, generalmente es progresivo, por lo que debemos ser inteligentes, y aprender a saber cuándo retirarse. Para hacerlo, hay 3 factores a considerar:

¿Cuándo debo? La respuesta es “cuando nos retiremos de la mesa ganando”. El jugador se retira con ganancias, no espera a perder lo ganado para retirarse. Al menor indicio de incomodidad, el colaborador debe empezar a analizar otras opciones laborales. El ejercicio de evaluar el mercado laboral no debe limitarse al momento en que creamos que ya debemos cambiar, ya que como me dijo un buen amigo alguna vez: “yo nunca dejo de buscar trabajo, si encuentro algo que supera a mi empleo actual, yo me cambio”. Por supuesto, para que esto pase en una persona laboralmente estable, las nuevas condiciones deben superar por mucho a las actuales.  

¿Cuándo puedo? Si llegamos a exclamar el temido “ya no quiero estar aquí”, esta pregunta queda eliminada, porque para ese momento, lamentablemente no habrá chance de pensar si es el momento adecuado. La respuesta a esta pregunta es muy relativa, ya que las condiciones de todas las personas son muy diferentes. Desmintamos la falsa creencia de que el soltero es inestable, ya que también come, paga servicios, tiene gastos, y sobre todo tiene anhelos, y muchos de ellos requieren dinero para cumplirse (una carrera universitaria, un posgrado, una casa propia, un mejor carro, viajes, entre otros). Para el caso de los ya casados, sus prioridades son otras, generalmente suplir las necesidades de su familia entre las principales. Y así enumeraríamos infinitas  condiciones de las personas, pero para unificar el criterio, concluimos en que la importancia de planificar la salida es mejorar las condiciones actuales (insisto, no necesariamente económicas, ya que la salida puede obedecer a factores cualitativos). Entonces, dependiendo de las circunstancias, el retiro debería darse cuando ya se tenga otro empleo seguro. Si no se tiene, entonces cuando se pueda desarrollar el negocio alterno que posiblemente se tenga. Si no se tiene, entonces cuando se tenga los suficientes ahorros para iniciarlo. Si no se desea iniciar o desarrollar un negocio, entonces cuando el ahorro sea suficiente para suplir las necesidades durante el tiempo que se estime para encontrar el nuevo empleo. (Impoprtante considerar un plan "B" consistente y realizable, en caso de que ese tiempo sea mayor al estimado. Ejecutar algún negocio, por ejemplo).

¿Cuándo lo necesito? Si ya llegamos al punto de exclamar “ya no quiero estar aquí”, entonces la respuesta a esta pregunta es: ¡Ya! Pero dado que estamos discutiendo cómo no llegar a este punto, entonces la respuesta es: Cuando sintamos que empezamos a perder en la mesa de juego. Cuando las propias capacidades se empiezan a ver sobrepasadas. Cuando el trabajo empieza a incidir en la vida personal. Cuando la rutina se ve afectada. Cuando se empieza a requerir más “actividades desestresantes”. Cuando los objetivos de la empresa difieran de los propios. Cuando nos saquen de nuestra zona de confort (dicho sea de paso, la zona de confort, como tal, de ninguna manera es negativa).


Entonces, dejemos de normalizar el “tengo que aguantar, de cualquier manera en todas las empresas voy a encontrar malos superiores, gente malhumorada y abusiva, en todas partes existe la sobrecarga, en todos lados hay que dar la multi milla extra, en todas las empresas encontraré estas mismas condiciones o incluso peores”, y empecemos a normalizar el “voy a estar en donde pueda, deba, y necesite estar”. Se trabaja para vivir, no se vive para trabajar. 

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