"Aquello que los argentinos creen de los italianos, está mediado por un caleidoscopio de afectividades y de creencias estereotipadas"​

"Aquello que los argentinos creen de los italianos, está mediado por un caleidoscopio de afectividades y de creencias estereotipadas"

Es cierto que el 50% de los apellidos argentinos son de origen italiano pero eso no significa que todos los que lo usan sean italianos o que hayan sido educados en un medio cultural italiano, y este hecho es una experiencia única en el mundo ya que en la mayoría de los países de inmigración cada comunidad ha decidido mantenerse cerrada sin permitir mezclas, como en EE.UU o en Australia.

La historia argentina ha sido marcada por flujos migratorios masivos, intercalados con momentos de enfriamiento de estos movimientos, por lo general, en coincidencia con grandes cambios socio-político-económicos como lo fueron las guerras mundiales, los procesos híper-inflacionarios, las dictaduras sudamericanas o el desarrollo de la Unión Europea.

Dichos procesos han sido caracterizados no sólo por la inversión del sentido migratorio (desde Europa hacia Argentina o viceversa) sino también por momento de abruptas reducción de las relaciones socio-económicas, que han dado vida a un “despegue”, “alejamiento”, “idealización” y más aún “distorsión” de la cultura traída con las migraciones masivas del siglo XIX y XX.

Por lo que todo lo que fue traído por los inmigrantes fue “adecuándose” paulatinamente a la nueva realidad y al “mestizaje” de las diversas culturas y hábitos traídos por los inmigrantes.

Este sucederse de oleadas migratorias y momentos de parate brutal, han generado una fuerte diferenciación entre la visión que los argentinos tienen de la “italianidad” y la realidad factual de los “italianos de Italia”, donde el tiempo y las distancia, han generado “simpáticas distorsiones cultural espacio-temporales” como por ejemplo el hecho de que los argentinos estén convencidos que todos “los tanos son gritones”, que todos “comemos ravioles el domingo”, el nacimiento de la “milanesa a la napolitana”.

Déjenme hacer una oda a dicha creación culinaria verdadero símbolo de la “argentinidad” que adoro y considero el “único y verdadero plato federal italiano” ya que es un mariage perfecto entre la “cotoletta alla milanese” y la “pizza napoletana”, obviamente impensable en Italia donde Milano y Napoli se usan como estereotipo del enfrentamiento histórico y cultural entre en Norte y el Sur del país.

Pero continuando con nuestro incompleto elenco de “simpáticas distorsiones” generadas por la fusión de culturas, podemos mencionar “la salsa scarparo”, la afirmación que “¡la Fainá es argentina!”, que “Xenexie” es el nombre de los hincas de Boca, que todos “los tanos” saludamos con “buon giorno per la matina” o en resumidas cuenta “¡qué somos iguales!”.

La realidad demuestra que a pesar de haber tenido profundas raíces comunes, somos muy distintos aunque nos gusta pensar lo contrario.

Por cierto los dos países han emprendido caminos distintos desarrollándose de maneras diversas en múltiples aspectos social, político y económico claramente a partir de eventos socio-políticos disruptivos como lo fueron la creación de la Unión Europea, las dictaduras latinoamericanas de la década del ‘70 o el sucederse de modelos socio-políticos y económicos fuertemente pendulares que pasaban del populismo al ultra-liberalismo.

Esta inestabilidad ha generado verdaderos huracanes en los sistemas socio-económicos por lo que los empresarios sudamericanos han tenido que acostumbrarse a repentinos cambios de reglas –en algunos casos “copernicanos”- que nos permiten considerarlos como una mezcla entre el boxeador Bernardino Locche (famoso por su capacidad de esquivar todo los golpes de los adversarios) y una “ave fénix” (capaz de renacer desde sus cenizas).

Es significativo ver que como la mayoría de los empresarios han sufrido profundos traspiés en su carrera, obligándolos en diversos casos a cambiar de manera radical el sector en el que operaban. En los hechos son muy pocas las empresas argentinas con más de 50 años de actividad ininterrumpida, mientras que en Italia eso es común.

Es importante mencionar este proceso porque para un empresario italiano es absolutamente vergonzoso “haber quebrado” mientras que en Argentina es una de las reglas del juego frente a imprevisibles cambios de política económica.

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