Bruce, el perro socioemocional.

Bruce, el perro socioemocional.

"Quien ha pensado lo más hondo, ama lo más vivo". Hölderlin

Bruce es uno de mis perros. Llevaba sólo tres meses en el mundo de los vivos cuando dimos con él. Lo tenía un señor que vive en un cambuche en la montaña y comercia con perros callejeros.  —No le dimos un centavo—

Bruce ya andaba meando los jardines de la Parca cuando nos vinimos a topar. Estaba pelado y cubierto de hongos. Los parásitos tenían una descarada ciudadela en su intestino, y para coronar este estercolero de calamidades, tenía una tos insistente que no lo dejaba comer. 


Mara, su hermana, tenía casi los mismos males, pero podía comer.  Y sigue pudiendo. Es más, tiene claro que a lo que se viene a este mundo es a comer. Pero eso es otra historia. 

Tras unos años del infalible bálsamo de un hogar acogedor, la Parca decidió que, por lo pronto, Bruce tenía todavía asuntos que atender de este lado. 

Al tanto su personalidad empezó a emerger. Sin embargo, las magulladuras que recibió en su aterrizaje forzoso en la tierra, dejaron secuelas que se pasean desprevenidas en sus singulares rutinas.  ¡Muy humano él, debo decirlo! 


Traer palos no le mola. Le mola perseguir a su hermana mientras ella —embriagada de dicha— va tras cualquier cosa que le lanzamos. 

Le gusta hacer amigos, y es más bien torpe en eso.  A veces se acerca a otro perro de manera intempestiva, le ladra ansiosamente y sale corriendo. Más de un perro queda confundido. Lo lindo del asunto es que aún así ha hecho amigos. 

Por ratos, es elegante y rápida gacela, moviéndose con gracia en la montaña, y por otros, tortuga artrítica recordando cómo subirse a un sofá. 

Los trucos gratuitos no le gustan. Solo sonríe haciéndolos cuando de por medio hay algo que le encanta. 

Su habilidad mayor —la que más amo— es algo pocos hemos visto: Bruce siente las emociones más profundas, las que se respiran despacio para que no se escuchen. 

No importa lo mucho que intento esconder mis descalabros del alma, Bruce siempre viene a mí y me envuelve con el amor de su presencia plena, dejando atrás su autismo introvertido.

Sólo lo miro y sonrío. Él me sonríe de vuelta. Y todo está bien.



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