¿Cuando conversas, sólo conversas?
Con un simple “buenos días” durante la mañana, el saludo por motivos de una reunión de trabajo o al compartir el almuerzo con la familia, se cruzan palabras e inicia una conversación. Al responder las preguntas de un médico como parte del control o del docente durante una clase (ahora virtual), se pone en práctica la dialogicidad, como rasgos esenciales de la conversación (Calsamiglia y Tusón, 2012).
La vida es conversar. Entre silencios, pausas e interrupciones, fluyen las palabras, se forman referencias y conceptos, se reparan errores y se negocia el mantenimiento o cambio de los turnos de habla, temas y tono del diálogo. Allí nos construimos nosotros y se construye la sociedad.
La conversación es un acto tan natural y propio del ser humano, el hablante, que pasa desapercibido, sin siquiera mirar lo que allí se forma y deforma, se construye y deconstruye en resguardo de los intereses de cada enunciador.
Quien expresa un “buenos días” se muestra cortés (imagen) o al menos así quiere que lo reconozca la sociedad. Quien acude a un encuentro entre colegas exigirá para sí la imagen de un profesional capacitado y exitoso, pero esto sólo lo logrará si estratégicamente emplea los recursos disponibles, para reforzar su imagen, sin afectar la del otro. Quienes se encuentran en un aula de clases, conocen su papel dentro del contrato social al momento de ingresar a esta: el docente desde su rol dominante, dirigirá el encuentro, mientras que los estudiantes, en la búsqueda de conocimiento, protegerán su espacio, su “territorio”, (Goffman 1956, 1964).
¿Se es consciente de lo que está en juego en una conversación? Con cada expresión las imágenes e ideologías de cada enunciador son susceptibles, pueden ser beneficiadas o perjudicadas, por lo que se entiende la conversación como un encuentro cargado de acciones intencionadas que se hacen tácitas en actos de habla. Las interrogantes del docente en el aula y del médico sobre el estado de salud de su paciente, son actos de imposición que solicitan información del otro e intervienen en su mundo. Se trata de una función del significado de la oración, el efecto que ejerce la pregunta dentro de la conversación, por más sencilla o estructurada que sea.
Sin embargo, no se puede analizar la existencia de un único significado de lo dicho, puesto que el hablante puede querer decir más de lo que expresa la forma oracional, visto desde la literalidad (lo proposicional) y según el contexto dado. El hablante no tendrá limitantes para comunicar lo deseado, más que sus propias intenciones.
Con su expresión el emisor encubrirá un secreto, atenuarán los efectos de sus malas acciones y enfatizará los las buenas, dará una orden o felicitará al otro por su éxito; no sólo hablará, no únicamente expresará sus pensamientos, también de manera intencionada y estratégica interactuará discursivamente y transformará el mundo, porque el lenguaje también es acción.