Cuando la imagen (des)gobierna...
Nadie puede objetar la inmediatez de las comunicaciones en pleno auge tecnológico. Todo el mundo vive online - full time. Sin embargo, en algunos ámbitos aún se peca de inocencia en la gestión eficiente de este proceso, menospreciando sus efectos.
Ignorancia o mala praxis, una falla grave es no reconocer su influencia decisiva en el armado de algo tan frágil como la reputación (de una marca, personalidad, etc). La defensa baja, desprevenida, nos expone considerablemente a los riesgos de caer en las siguientes falacias:
1°. Creer que somos los constructores de imagen
El poder real está en manos del target como productor mental, no del emisor. En todo caso, trabajamos cual arquitectos en la planificación de transmisiones persuasivas mediante una multiplicidad de canales, pero el veredicto lo ejerce el público. Una especie de alquimia comunicacional si se quiere.
2°. Prometer sin reparos desde el discurso
En el afán de seducir y captar la atención a cualquier precio, muchas veces queda al descubierto una incoherencia llamativa entre el dicho y los actos/ medidas implementadas. La gente no es tonta: pretende credibilidad y si no la consigue pasará factura. Admitir nuestras intenciones junto con las posibilidades reales de concreción es de gran ayuda para elaborar un mensaje consonante.
3°. Considerar al fenómeno colectivo como acabado
Las representaciones de este tipo otorgan el valor de singularidad, abstrayendo cualidades en una estructura fluctuante, no definitiva. Por ende, es imperdonable dormirse en los laureles, reposando en logros parciales. Nuestras conductas (antiestáticas) están bajo tela de juicio, siempre.
¿Por qué es tan importante todo esto? Humberto Maturana nos ilumina con la siguiente frase:
"El hombre posee la tendencia de armar teorías (constructos lógicos) que son aceptadas por gustos, preferencias, deseos, porque es un ser adictivo"
La imagen formada incide directamente en la actitud comportamental del sujeto. Particularmente, el componente emocional juega un rol clave en la aceptación o rechazo, dictaminando éxitos o fracasos de proyectos.
El problema radica cuando somos manipulados o engañados y nos “tragamos un sapo” que dirige nuestro accionar, claramente distorsionado. Esa “ceguera intelectual” puede ser transitoria o no. Pensemos un instante en la visceralidad trivial propuesta por Donald Trump en su campaña, buscando un efecto contagio en base a posiciones extremas. Coincido aquí con Peregrino Selser en emparentar íntima y necesariamente al liderazgo auténtico con el concepto del bien.
Conocimiento de la cultura + implicación, formación profesional, asesoramiento y coaching son decisivos en esta materia. No pretendamos inventar la pólvora, solo saber manejarla con ética e inteligencia.