Dejarar huella o perderse en la mediocridad
Estaba preparando unos materiales para un contenido, de esos que te hacen pensar de lo lindo, y en medio de todo ese trabajo, había una frase que se repetía sin parar: "Apunta alto". Claramente se trataba de un claim de campaña, pero no importa. Va directo al corazón (como debe ser).
"Apunta alto", decía. Y de repente, esa frase me llevó a un día hace años, cuando un colega me dijo algo parecido: "Pensá en grande". Lo tiró al pasar, en una conversación cualquiera. Pero, como muchas cosas que te dicen así, sin pretensión, se quedó conmigo más tiempo del que imaginaba.
Soñar en grande no es ambición, es trascender
Muchas veces, soñar en grande o apuntar alto se confunde con ambición, con ese deseo insaciable de querer más, de tener más. Pero la realidad es otra. Apuntar alto no es querer acumular o querer más por el simple hecho de tenerlo.
No es codicia, es trascendencia. Porque en el fondo, todos tenemos esa necesidad de hacer algo que nos trascienda, que deje huella. Algo que nos conecte con el mundo más allá del presente.
El filósofo Abraham Maslow lo explicó en su teoría de la pirámide de necesidades. En la cúspide de esa pirámide, después de satisfacer las necesidades básicas, está la autorrealización, que no es más que esa búsqueda de significado, de trascendencia.
Y no se trata de acumular logros o bienes, es la necesidad de hacer algo que vaya más allá de uno mismo. Y eso, para mí, es lo que significa pensar en grande.
Pensar en grande es tener la audacia de ir más allá del "esto se hace así". Es desafiar lo establecido (como dice el lema de Ideas Circulares 😉) y romper con el statu quo. Porque, a veces, el conformismo es el mayor enemigo del progreso.
Cuando nos decimos a nosotros mismos que no podemos hacer más, o que no tiene sentido intentar algo nuevo, es cuando estamos matando esa parte que quiere trascender.
No se trata de conformarse
Para muchos, soñar en grande es una forma de arriesgarse. A veces se lo ve con desdén, como si estuvieras buscando más de lo que te corresponde. Pero la realidad es que no se trata de tener más, sino de ser más. De ser mejor.
Porque, en el fondo, todos queremos sentir que lo que hacemos importa, que estamos generando algún tipo de cambio, que lo que dejamos es algo más que una simple lista de tareas cumplidas.
Y ahí está la diferencia entre ambición y trascendencia. La ambición puede ser vista como ese deseo de acumular, de avanzar por avanzar. La trascendencia, en cambio, tiene un propósito mayor: es el deseo de dejar algo significativo, de cambiar las reglas del juego para bien.
Salir del "esto se hace así"
La frase "esto se hace así" es uno de los mayores frenos a esa necesidad de apuntar alto. Es una excusa que usamos para quedarnos cómodos, para no desafiar lo que ya conocemos. Pero si realmente querés cambiar algo, si querés dejar huella, tenés que salir de ese molde.
Apuntar alto es salir de la caja, como dijimos antes, pero también es salir de esa mentalidad de que las cosas ya están definidas, de que no hay nada que podamos hacer para cambiarlas y esto no es cierto.
Cada vez que alguien desafía esa idea, cada vez que alguien decide que sí se puede cambiar, está demostrando que apuntar alto no es una ambición desmedida, es una necesidad humana.
Reconocimiento y legado
El deseo de trascender, de apuntar alto, está muy ligado al reconocimiento. Y no hablo de reconocimiento público, sino de ese reconocimiento interno, de saber que lo que hacés tiene sentido, que te importa.
No es una cuestión de ambición desmedida, es simplemente una necesidad humana. No estoy hablando de fama, de estar en todos los titulares, sino de esa satisfacción de mirar para atrás y decir: “esto lo hice yo, dejé una marca”.
Y por eso, donde sea que esté, no voy a claudicar en el acto de ser propositivo, proactivo. No me importa el rol, la situación o el contexto, siempre voy a estar del lado de los que no se guardan las cosas. Si tengo una idea, la presento, la comparto y la peleo.
No soy de los que se conforman con el “esto siempre se hizo así”, ni de los que esperan a que las cosas caigan por su propio peso. Porque si no te jugás, si no empujás para adelante, ¿qué sentido tiene?
Ese legado que buscamos no tiene que ser una estatua ni un premio. A veces, el legado es simplemente saber que hiciste algo que ayudó a alguien, que cambiaste una pequeña parte del mundo a tu manera. Y para eso, no podés quedarte en la penillanura, no podés conformarte con lo mínimo.
Pensar en grande es de valientes en un mundo conservador.
Se necesita coraje para pensar en grande, para no conformarse, para salir de lo establecido. Porque el camino fácil siempre está ahí, tentador, diciendo que te quedes donde estás, que no arriesgues. Pero el riesgo es parte de la vida, y si no apuntás alto o pensás en grande apuntar, lo único que estás garantizando es que nunca vas a saber hasta dónde podías haber llegado.
Y a veces, en ese intento, podés fallar. Pero fallar no es lo peor. Lo peor es nunca intentarlo, nunca salir de esa zona de confort, nunca desafiarte a vos mismo para ver hasta dónde podés llegar.
Apuntar alto es un deber con uno mismo
Lo más interesante de todo esto es que, al final, apuntar alto es un deber con uno mismo. Porque si no te exigís, si no intentás ir más allá, estás traicionando esa parte de vos que sabe que podés hacer más.
No es competir con los demás, de ninguna manera, es competir con vos mismo, de superarte, de ir más allá de lo que creías posible. Punto!
No sos de los que miran desde la seguridad del suelo mientras otros se arriesgan a volar. Si apuntás alto y fallás, aprendiste, y si no, habrás llegado más lejos de lo que alguna vez creíste posible. Al final, es eso lo que importa: no los resultados, sino el hecho de que te animaste a jugar, a intentarlo. Porque apuntar alto no es una opción, es una obligación para con uno mismo.
GRUPO EQUILIBRIA
3 mesesDebiamos fomentar en clase una espacio para el #daydreaming una buena práctica para ayudar desde niño a aprender a soñar. Gracias por el contenido enviado.