¿Educa“Fakes” o “Makes”?
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¿Educa“Fakes” o “Makes”?

Estamos rodeados de noticias falsas, de fake news. Todos hemos caído en la trampa alguna vez porque parecen verdaderas. Es cierto que necesitamos entender el fenómeno de la desinformación y generar pensamiento crítico pero también es cierto que no podemos quedarnos solo en la desactivación de lo falso. “Obras son amores y no buenas razones”, me decía mi abuela, por eso me declaro más partidaria de la proactividad que del diagnóstico y el balance, aunque estos últimos sean también imprescindibles.

Agradezco que haya investigadores como Turienzo y Rogero en su reciente publicación “Educafakes, 50 mentiras y medias verdades sobre la educación española” que pongan a la luz aquellos “bulos y medias verdades que influyen en la visión de los docentes, las familias y el alumnado, y también en la mirada y en las prioridades de quienes diseñan las políticas educativas”. Ojalá el debate educativo, ¡de interés social y abierto a todas las sensibilidades!, estuviera siempre sostenido por datos y no por leyendas urbanas partidistas pero por aquello de ser fiel a la herencia de mi abuela, insisto: obras son amores y no buenas razones. ¿Qué tal si le damos un poco la vuelta a la realidad y apostamos por ser más “EducaMakes” que fakes?

Afirmaciones como que “los resultados académicos españoles son muy bajos en comparación con otros países vecinos”, o que “la exigencia para acceder a títulos como la ESO o el Bachillerato se ha reducido en las últimas décadas”, o que “hoy los títulos académicos no son útiles para encontrar un buen trabajo”, o que “el gran problema de la educación española es la mala formación del personal docente”, o… y tantas otras, nos hacen mantener, tristemente, conversaciones en bucle pero es momento para aspirar a conversaciones espiral: situarnos en el lugar de la escucha para desde allí acometer todos los grandes temas que nos conciernen. Y en educación no son pocos.

No voy a decir qué pensar (aunque sobre muchas realidades tenga, por experiencia y formación, capacidad para intuir qué podría ser mejor para las escuelas) pero sí apostaré por difundir otras trampas a superar si de verdad queremos que la educación no sea cuestión de “fakes” sino más bien de “makes”. El co-liderazgo (y lo educativo ¡lo requiere!) debe poder saltar tres grandes factores limitantes si aspira a un debate social inteligente y proactivo: la voz del juicio, que insiste en que tan solo hay un camino para hacer las cosas; la voz del cinismo, que nos cierra a poner en valor la diferencia y se empeña en atascarnos en aquella forma de mirar que propicia bandos; y la voz del miedo, que nos ubica en la percepción de que si salimos de los límites conocidos, siempre vamos a perder.

Otto Scharmer, autor al que recomiendo, no nos alertó de los bulos que nublan y emponzoñan nuestro sistema educativo pero desde el planteamiento de la Teoría U ofreció un enfoque esencial para ayudar a todo grupo humano a descubrir nuevas perspectivas sobre su futuro, en clave sistémica y contando con todos. Y eso a mí, francamente, ¡me suena mucho más “make” que “fake”! De la mano de Scharmer, profesor en Massachusetts, le añadiría un apéndice al libro de Turienzo y Rogero: todo sistema tiene sus polaridades pero, ¡atención! estas no son contravalores opuestos sino que son energías, todas necesarias, para alcanzar el propósito. Si los que educamos aspiramos a que cada aprendiz descubra el sentido de su vida y despliegue sus talentos, caeremos en la cuenta de que hay muchos valores que podemos poner al servicio de ese gran fin: público y privado, global y local, innovación y tradición, analógico y digital… Todos ellos representan polaridades pero ninguno ha de proclamarse vencedor por contraposición al otro. ¡Eso es fake! Todos tienen algo de bueno y positivo, y todos hacen falta para generar la energía que nos permita alcanzar nuestro propósito. Aprovechar la sana tensión entre los dos valores de manera inteligente y nada sesgada, nos permitirá movernos sutil y virtuosamente haciendo de nuestro sistema educativo algo menos “fake” y, por supuesto, ¡mucho más “make”! Y es que, ciertamente, “obras son amores”, ya lo decía mi abuela.

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