El día que fui Sol

El día que fui Sol

El paso cambiado y ser proclive al reflejo del espejo me convertían en ese rebelde, nada admirado y si odiado. Un adolescente presa de mis propios ángeles caídos, enganchado a la nicotina. Mi asiduidad al cigarro por cualquier causa me convertía en un esclavo a manos de sus deseos.

No importa realmente mi nombre ni siquiera el lugar al que supuestamente pertenecía, solo mi encuentro y el día que llegue a ser el Sol.

 

Sentado en el bordillo, cautivado con el giro de la moneda y maldiciendo mi mala suerte adivinatoria, pues donde decía cara salía cruz, casi una metáfora de mi vida.

Invierno helado en la boca, suavizado por la ronquera de la voz y una bufanda horadada por el calor de un cigarro a medio consumir.

 

En mi ensimismamiento no oía los pasos, ni siquiera vi la sombra o noté la presencia de un no invitado a mi espacio.

Su voz estremecía más que su aspecto, entendí el susurro quebrado de un modo que me hizo recordar a la tormenta, aspiré el dolor arrastrado por cadenas pesadas y el lamento de quien se debe a una promesa incumplida.

Al mirarlo la familiaridad se apodero de mí, la pose, su actitud y hasta un gesto repetido de llevarse algo a la boca lo convertían en mi abuelo, un viejo lobo de mar que debía de estar navegando entre nubes y no paseando por el puerto de la tierra. Las palabras se congelaron con el frío del invierno y la caída de mi cigarro al suelo pareció prenderlas fuego, porque lo escuche con rotundidad:

—    Cruza esa esquina con decisión te hace falta remar hacia otro lado.

—    ¿Eres tú? —la voz se quebraba por la incertidumbre y el dolor/alegría de que fuera quien creía.

—    Le dijo el nieto al abuelo.

 

Su voz se suavizó a su tono humano, aunque volvió pronto a la descarga de truenos con una advertencia al ver mis manos intentar tocarle:

—    Una sola caricia y me desintegro como esas columnas de humo. Solo soy un mensajero. La ruta permanece lista y necesitas el catalejos para encontrar los pasadizos, atraviesa el mar de la duda, soporta la embestida de la marea de la desesperanza y desentierra el tesoro que brilla.

—    No entiendo ni una sola palabra.

 

Las manos esquivaron sus advertencias y se cumplió lo prometido desapareció en una nube ahumada, una ceniza cuasi no solida que se estampó en el suelo casi antes de notar el contacto. Sujeté mi cabeza y la golpeé por mi testarudez con un temblor plagado de rabia por mi incompetencia.

 

Pasos erróneos, círculos infinitos alrededor de un calle que no ofrecía una solución. Buceé entre las palabras y me coloqué las manos sobre los ojos en un catalejos improvisado, el simple gesto iluminó una puerta al lado izquierdo de la calle junto a el muro de una casa abandonada. Cerré los ojos para ver mejor, una contradicción extraña.

Me sentía igual de guiado que el hilo de un caña y pesqué la cerradura, un giro de muñeca y entré.

 

La habitación se movía y titubeé. ¿Debo seguir? ¿Es una locura? ¿Estoy despierto o dormido? Una pequeña gota cayo en mi cabeza y de pronto el nivel del agua mojo mis tobillos. Corría a mi alrededor el agua con la intención de arrastrarme al fondo, noté como cuanto más incertidumbre tocaba mi mente más aumentaba el nivel del liquido elemento.

Me abrí paso a brazadas con claridad y ahogando las dudas.

 

Una ola grande tras otra me sometía haciéndome llorar, la tristeza de los que se fueron, la mala suerte que me fue otorgada y el dolor me sometían con la fuerza de un titán.  Los pensamientos destructivos como mi desaparición me enterraban en la marea y la tristeza me invadía con la intención de hundirme, soporté los envites con la entereza de quien se sabía a flote. Una vida dura, pero aun así podía soportarlo.

 

El agua se disipó con el calor de un rayo que lo evaporó. Noté la calidez de la primavera, verano, otoño y primavera. Brilló sobre mí la llama que fundió todas las dudas, tristeza y me preparó para bañarme entre el fuego.

Me vi esférico con lenguas de fuego, orbitando alrededor de la tierra. Observé a los demás soportando losas más pesadas, comprobé la fogata de sueños y amor que me ofrecían a los que yo olvidaba en vida, por la congelación del recuerdo grabado de los que ya no estaban.

Maté a mi propio invierno, me convertí en un sol que descongeló mi duelo.

 

Al despertarme sobre el bordillo noté una quemadura parcial sobre el cuerpo. No le di importancia hasta que me miré en el espejo tras una ducha, allí vi una quemadura en forma de tatuaje, un lobo envuelto en llamas despejo mis dudas.

 

Por un día fui el sol, ahora solo me queda serlo por el resto de mis días.

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