El lagarto de la Catedral de Sevilla

Junto a la Giralda existe una puerta de arco de herradura sencilla, sin decoración, que sirve de acceso a las galerías del patio de los Naranjos. Por ella acceden diariamente cientos de personas que suben por las rampas del antiguo alminar, hoy campanario catedralicio, hasta lo más alto para divisar Sevilla en toda su extensión. Esta recibe el nombre de ‘Puerta del lagarto’, y se debe a la figura de madera, de unos cuatro metros de longitud, que se encuentra colgada en la bóveda que está a su izquierda.

Cuentan las crónicas antiguas que el rey Alfonso X ‘el sabio’ celebraba con gran solemnidad los aniversarios de la muerte de su padre, el Rey ‘Santo’ Fernando III. A estas ceremonias acudían nobles y embajadores de muchos lugares. Se organizaban diversos actos: misas, procesiones, desfiles y también una recepción oficial en el Alcázar. En el año 1261 acudió a estas ceremonias un embajador del sultán de Egipto. Quería firmar una alianza con el Rey Sabio y proponerle un trato, para lo cual venía cargado de regalos.

El trato no era otro que el de querer desposar a su hija mayor, doña Berenguela, a lo cual se opuso tenazmente la interesada. Tampoco el Rey estaba por la labor. No obstante, el embajador le entregó los exóticos presentes que su señor le había mandado. Refinadas joyas, perfumadas especias, finos paños y también animales: una jirafa y un cocodrilo del Nilo. El embajador se marchó y los animales quedaron recluidos en los jardines del Alcázar. Los sevillanos, que jamás habían oído hablar de cocodrilos, lo tomaron por un lagarto de enormes proporciones.

Parece ser que, cuando los animales murieron de viejos, el Rey ordenó rellenarlos de paja y colocarlos en la Catedral a modo de recuerdo. El tiempo fue pudriendo los restos y, para que no se olvidara tan excepcional presente, se encargó a un artesano una reproducción en madera que pintaron de verde. En el siglo XVII se introdujo en su boca un pergamino donde se cuenta su historia.