El verano es un buen momento para planificar como quitarte los líos de encima.
La única certeza de esta vida es la muerte. Mientras tanto prepárate a nacer tantas veces como puedas.
Conocí a un profesor de marketing que al menor descuido te mostraba orgulloso el cuaderno donde planificaba su vida. Siempre lo actualizaba en septiembre, se tomaba su tiempo, no era algo de apuntar tres o cuatro ocurrencias, era un proceso complicado. Consultaba su cuaderno del año anterior, evaluaba lo conseguido y lo que no, analizaba, repasaba, tomaba anotaciones, hacía gráficos, era un trabajo enrevesado y de una alta implicación emocional. El resultado: un plan de marketing personal, así lo llamaba. Su obsesiva exigencia le llevaba a tratar su vida como si se tratara de una empresa. No es la única persona que he conocido así, otras llevan de forma parecida su matrimonio, su familia, su carrera profesional o sus amistades.
De forma menos radical muchas personas, no todas, se marcan objetivos, propósitos, fines a lograr en un tiempo, un año, cinco, diez, veinte... Eligen estudiar una carrera, un doctorado, aprender un oficio, planificar una carrera profesional, casarse, tener hijos, educarlos, invertir en una propiedad.
Algunos de ellos, una vez o varias veces al año, se sientan y actualizan sus propósitos. En ese día anotan con grandes letras en su corazón, como si fuera una carta a los Reyes Magos, lo que quieren, lo que le piden a su vida, como si fuera una desconocida que está obligada a darles lo que eligen.
Curiosamente algunos de esos deseos se repiten tozudamente, año tras año, mes tras mes, semana tras semana. Siempre parecen estar al alcance de la mano, pero nunca se alcanzan. Son fantasmas que enredan la vida.
En una ocasión vino a verme una persona a que le ayudara a ser feliz en su trabajo: buscaba un fantasma que no le dejaba vivir. La felicidad no está agazapada en un lugar de la vida, está por toda ella, repartida aquí y allá. Le pedí que hiciera un gráfico en el que evaluara de uno a diez la felicidad que había sentido en cada año de su vida, el resultado fue una línea que subía y bajaba. Nunca le pregunté si en los años en los que había sido más feliz, si se lo había propuesto o no. La vida es sencilla y compleja a la vez, depende sólo en parte de nosotros, pero mucho más de lo que imaginamos.
En una conferencia que impartí pregunté a un grupo de estudiantes que estaban por finalizar su grado universitario: ¿pensáis que llevar una buena vida es difícil? Casi un tercio de los estudiantes levantó la mano. Pregunté de nuevo: ¿Y fácil? Casi otro tercio levantó la mano. Por último les dije: levantar la mano aquellos que pensáis que llevar una buena vida ni es fácil ni difícil. Casi otro tercio levanto la mano. Algunos nunca levantaron la mano, parecían no tener criterio.
La experiencia me dice que quienes saben planificar, llevan una vida fácil, quienes no saben o desprecian la planificación, les resulta más difícil y los que carecen de criterio, no viven su vida: se la viven.
Planificar acertadamente pequeños hitos facilita la vida más, que el más sutil plan de marketing personal.