Esos malditos liberales
El Comercio, 15 de julio de 2020
El mercado se regula solo. Las compañías privadas son más eficientes. Las ayudas públicas solo crean vagos y maleantes. ¿De verdad ése es el credo liberal? ¿Son tan desalmados los hijos de Stuart Mill? ¿Por qué es todo tan complicado? Pues… si quieren saber mi opinión, la respuesta es no. No a las tres cosas.
Para empezar, no es verdad que la izquierda defiende siempre lo público -que es lo de todos- mientras la derecha se limita a conservar lo suyo, que son los privilegios. O que el voto conservador (o a las derechas, que suena más a años treinta) es propio de malas personas. O de egoístas. O de tontos útiles. O que cuandoun servicio público, o una pandemia, o una crisis económica, está mal gestionado por las izquierdas es siempre por inexperiencia, por mala suerte, por incapacidad (temporal, se entiende) o por falta de recursos -pero nunca por culpa suya- mientras que cuando la derecha gestiona mal un servicio público es siempre por un evidente interés en que funcione mal. Claro. Lo hacen para que, así, los suyos (los que se lo puedan permitir) puedan acudir al sector privado que es donde ganan dinero los de siempre. Porque no sé si se lo dije, pero los de derechas son todos ricos. Y con cada crisis, cada pandemia y cada gobierno se vuelven cada vez más ricos. Y por eso a los neoliberales -esos lobos con piel de cordero- no le interesa que funcione el estado del bienestar. Ni ningún otro. Y mucho menos ahora que llega la recuperación. Porque cuando hay bienestar y cobertura pública y leyes justas no hay ganancia, no hay necesidad y no hay explotación. Y eso, para los negocios, no es bueno. Lo bueno es que la sanidad pública, la educación pública o la empresa pública funcionen mal; muy mal: cuanto peor, mejor. Caiga quien caiga. Porque para los liberales y sus tontos útiles ni usted ni yo somos personas. Ni ciudadanos. Ni siquiera trabajadores o productores, como se decía antes. Para ellos, nosotros somos recursos: recursos humanos, recursos económicos o recursos fiscales que hay que gestionar. Y por todas estas cosas y muchas más, no me extraña que -para algunos- el capitalismo sea acumulación por desposesión y represente lo peor del ser humano. Y no hablo de frikis, o de indocumentados o de listos inútiles. Noam Chomsky, todo un gurú de la progresía americana (que para eso no somos tan antiimperialistas), dice que el capitalismo “está asentado en supuestos despiadados y anti-humanos”. Y, así, muchos de sus discípulos resumen su activismo político y vital con una sola palabra: anticapitalistas. Y anti-sistemas. Y antifascistas. Y, a veces, antiimperialistas.
Y yo, cuando oigo estas cosas -en mi condición de propietario-, no puedo dejar de preguntarme: esta gente… ¿a qué capitalismo se refiere? ¿Exactamente, hasta cuándo se remontan en la historia? ¿Les parecería bien el sistema económico del imperio romano?
Y, en fin: no se dejen engañar. No vale ser liberal a trozos. No cuela proclamarse liberal en economía pero no serlo en política, en cultura o en costumbres. No. No funciona. Entre otras cosas porque la prueba del millón de todo liberalismo decente es la exclusión. Si estás a favor de ella, no puedes ser liberal. Porque la libertad es incompatible con pretender privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. O con negarse a cualquier injerencia del Estado pero solicitar un rescate. O un ERTE. O querer la ley de la selva. O yo qué sé.
Y, por cierto, la famosa ley de vagos y maleantes la proclamó un gobierno republicano y de izquierdas. Para que conste.