Inculturación
La inculturación es un proceso de integración de un individuo o grupo en la cultura y en la sociedad con las que entra en contacto. Un proceso de transformación en la que sin apenas darse cuenta uno deja de ser uno mismo para asimilarse a otras personas con las que entramos en contacto adoptando sus creencias, sus valores, ideologías y comportamientos. Como seres esencialmente sociales, acabamos aceptando sin saberlo un rol social y aparente que poco tiene que ver con nuestra identidad más esencial y auténtica, para acabar funcionando como la mayoría de las personas con las que nos relacionamos.
En ese intercambio e interacción social con el entorno aceptamos sin pensar verdades que no son nuestras. Esa exposición lógica a la que nos sometemos acaba por moldear nuestra personalidad, nuestros pensamientos y nuestra actitud. La inculturación es un proceso silente y sutil en el que acabamos por reconocer en nosotros cosas que nos han sido inoculadas e infiltradas del contexto o por las personas con las que nos hemos relacionado a lo largo de la vida.
Es normal y natural que así sea, porque necesitamos relacionarnos con los demás. Lo que ocurre es que también nos “inculturamos” aprehendiendo y adoptando creencias y pensamientos de los demás y que poco tienen que ver con nosotros. Digo “aprehender” con “h” porque muchas de esas creencias son como mandatos a los que damos total validez incorporándolos a nuestro acervo personal sin someterlos a ningún tipo de censura ni validación. Estos mandatos pasan a formar parte de uno porque crees, tienes convicción, que son verdaderos y te identificas con ellos.
Y estos mandatos o creencias son extremadamente difíciles de detectar y combatir porque han germinado en la profundidad de tu ser. Aunque están en ti y no sabes muy bien cómo, han quedado cauterizadas en tu inconsciente. Como muchas de estas creencias se han asimilado procedentes de tu entorno familiar, educativo, mediático o social acabas por hacerlas propias. El problema es que la mayoría de ellas son erróneas y falsas, y también muy perjudiciales.
Muchas de estas creencias arraigan en lo más profundo de nuestro inconsciente como mandatos de desvalor, limitantes o negativos que afectan directamente al concepto y opinión que tenemos de nosotros mismos. Por ejemplo, una persona puede creer que no vale, que no es capaz, que no merece amor, que no es creativa, que no merece abundancia, que todos los ricos son malos y que todos los pobres son buenos, que es un fracaso como persona, sin talento y aquellas otras que se te ocurran. Nada de eso es cierto. Todos esos mandatos son falsos y erróneos, a menos que tú decidas darles energía. Toda persona vale, es capaz, merece amor, es creativa, no todos los ricos y pobres son buenos o malos, y toda persona tiene un talento que los hace especiales y únicos. Es lo que tú decidas creer lo que hace la diferencia.
¿Cómo funciona una creencia? Hay muchos ejemplos de cómo funciona un proceso de inculturación, de inoculación de una creencia. Vamos con uno:
Están una pareja en casa y ella decide cocinar uno de sus platos preferidos: costillar de carne. A su pareja también le encanta la receta que le prepara su esposa, así que aquel día ella prepara su secreta receta.
Cuando ella trae el costillar entero a la mesa, ambos extremos del costillar están cortados. El marido pregunta a su esposa porque siempre que hace esa receta, el costillar está cortado por ambos extremos. La esposa le dice que no sabe exactamente la razón, pero esa es la receta que su madre le ha enseñado durante toda la vida. La receta es clara, la pieza del costillar debía cortarse por ambos extremos. Él le dice que no tiene mucha lógica que deban cortarse los extremos del costillar.
Ante tanto misterio, la esposa decide llamar por teléfono a su madre y le explica que ha preparado costillar. Le dice que lo ha preparado como ella siempre le había enseñado pero que desconocía la razón de cortar el costillar por ambos extremos. La madre le contesta que ignora la razón pero afirma que esa era la receta que la abuela le había enseñado desde siempre y sugiere a su hija que llame a su abuela para preguntarle sobre el particular.
La hija llama a su abuela y le explica que había estado preparando la suculenta receta de costillar que su madre le había enseñado. Esa preparación, no obstante, la había aprendido de la abuela a quien le pregunta sobre los cortes en ambos extremos del costillar. La abuela, con total naturalidad, le acaba respondiendo que lo de los cortes en los extremos era porque cuando ella era muy joven los hornos era muy pequeños y el costillar no cabía en el mismo. La única manera de introducir el costillar, afirma, era dándole sendos cortes en sus extremos. Fin de la historia.
Cuantas personas dirigen su vida desde creencias anacrónicas o heredadas de otras personas. Es como una persona que decía que siempre votaba a determinada opción política porque su abuelo también lo había hecho durante toda su vida. Era la mejor opción porque así lo decía su abuelo. No había ninguna otra explicación.
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Eso es lo que pasa con las creencias, que te crees lo que piensas hasta que te das cuenta que no es verdad o que no son tu verdad. Una creencia es el asentimiento y conformidad con algo a lo que se le da completo crédito al tenerlo por seguro o cierto. Creer es tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa, es asimilar como cierto algo que no hemos experimentado directamente porque no se ha sometido a una oportuna revisión. Una cosa es creer y otra saber, una cosa es la fe y otra el conocimiento.
Pero hay muchas creencias difíciles de detectar y que limitan el crecimiento de las personas. Son mandatos de desmerecimiento, negativos, perniciosos y lacerantes que las personas llevan experimentando desde su niñez sin hacerse consciente de ellos. Son creencias debilitantes que hacen que una persona se vea como un ser errático, estúpido, carente de belleza, cobarde, sin talento ni belleza, indigna de amor o separada del mundo.
En su libro, “Amar es lo que es”, Byron Katie explica su método “The work”, un cuestionario de preguntas por el cual somete a un riguroso examen todas y cada una de las creencias y pensamientos negativos tratando de averiguar si aquello que cree es realmente cierto o no. Tras ese duro cuestionario, si la creencia no puede refutarse con evidencias, si no puede declararse la plena certeza de la misma, dejaba de darle energía y poder. Decía “muchos de nosotros nos juzgamos a nosotros mismos, diciéndonos una y otra vez lo que somos y lo que no somos. Una vez que son investigados, estos juicios personales sencillamente se desvanecen”.
Apártate de todo pensamiento, y no habrá lugar al que no puedas ir
(SENG-TS’AN, Tercer maestro fundador del zen)
En derecho penal existe un concepto llamado “error de prohibición” que concurre cuando el autor actúa desconociendo que su conducta está prohibida, es decir, creyendo que su conducta es lícita. Actúa de determinada manera con la convicción errónea de que es legal. Pero que él crea que es legal lo que está haciendo no significa que lo sea. Su actuación podrá conllevar algún tipo de responsabilidad penal si se demuestra que con un mínimo de diligencia o cuidado podía llegar a descubrir que lo que hacía era ilegal. Esa persona no sabe que aquello es ilegal hasta que un día la justicia le reprocha haber actuado conforme a esa creencia.
Más allá del error como concepto jurídico, con muchas de nuestras creencias nos pasa lo mismo, porque las tenemos, actuamos conforme a ellas porque estamos convencidos que son ciertas. Si nunca nos preocupamos por descubrir y combatir su certeza, seguiremos actuando cegados conforme a esa creencia, a menos que algo o alguien nos explique el verdadero origen de la receta.
@franc