LIBRO II - Fascículo - 3º

LIBRO II - Fascículo - 3º

A orillas del Virú 1450: Caravana comercial los Baños.

Narrador: Tarki ("Hombre muy respetado") 


Donde se narra lo sucedido durante esa caravana comercial.

En una ocasión recorrimos una distancia considerable, pero resultó ser una dirección equivocada, cuando nos dimos cuenta y volvimos sobre nuestros pasos casi se nos terminaba el día, Panti ("Hombre agradable") gritó con enfado.

—¿Cuántas veces he dicho que estábamos equivocados?

—Pues la verdad, yo no te he oído manifestar eso en ningún momento —me burlé con camaradería.

Hasta llegar a aquel acantilado, nadie lo sabía. Aquella vereda, era dificultosa, y terminaba haciéndose impracticable.


Después de muchos días de marcha, ascendiendo por una pendiente pronunciada, enfilamos un sendero y, por fin, vimos a lo lejos el gran Camino. Antes de llegar al llamado Camino del Inca, al tomar una curva, nos enfrentamos con un grupo de vicuñas, una me miró a los ojos. No sé si logró enhebrar algún pensamiento, pero torció la cabeza y comenzó a trotar, y las demás la siguieron alejándose de nosotros. 

Aunque no podíamos estar seguros —intuíamos— cuál sería el camino buscado, lo confirmamos cuando encontramos, antes del crepúsculo, un Tambo y allá nos informaron. Era un pequeño almacén rodeado de varias chozas y corrales, fuimos muy bien recibidos por el encargado. Kantuta (“Hábil en la caza”) negoció:

—Nosotros necesitamos un lugar donde dormir y comida. Le podemos dar este saquito de sal y tal vez algún pescado salado.

—Eso os alcanza para descansar un par de días en el Tambo, y un sitio donde cobijar a las llamas, así como algo de alimento para vosotros y vuestros animales. 

Después de haber dormido tantos días a la intemperie, aquella noche fue bastante especial y cómoda. Tras comer nos acostamos, casi al instante, nos dormimos por el cansancio acumulado.


A la mañana siguiente, tardamos en levantarnos como nos había sugerido el Encargado. Poco a poco surgió la conversación, acompañada con música: tambores y ocarinas. Los llevábamos porque son instrumentos pequeños y manejables. Al atardecer se presentó el encargado y nos comunicó:

—Si mañana seguís por el camino, llegaréis a Cajamarca. Pero los Chasquis me han informado que el Inca ya viene en dirección al Cuzco, pasarán por este Tambo. Hace dos días salió de Cajamarca.

—¿Y cuál es el problema? —replicó Kantuta— ¿Qué nos importa a nosotros el Inca?

El encargado lo miró y con tremendo asombro afirmó:

—Me parece, no sabes algo fundamental. Se ve, sois, de una aldea perdida. No habéis tenido ningún contacto con el Sapa Inca (“Solo Señor”) o Intip Churin (“Hijo del Sol”). Para nosotros es el hijo del Sol, no le podemos ni hablar ni mirar a la cara. Cuando os encontréis con su comitiva, lo mejor es esquivarla, si no queréis tener problemas, los soldados no suelen ser muy amistosos con los caminantes desconocidos. Sobre todo, como en este caso, cuando vuelven de la guerra. La organizan cada año, para estar entrenados y también conquistar algún pueblo más, casi como parte del adiestramiento.


Con toda esa información abandonamos el Tambo y, cuando llevábamos dos días caminando, un amanecer el cielo se llenó de nubes. Divisamos a lo lejos la vanguardia de una comitiva, eran casi 500 personas, avanzaban lentamente.

—Debemos —pensé en voz alta— alejarnos con rapidez de su paso, son muchos y como nos han informado podemos encontrarnos en una situación peligrosa.

—Lo mejor será —intervino Panti— subirnos hasta aquel bosque, desde allí los contemplaremos pasar, ellos no nos verán.

La comitiva avanzó, y con presteza abandonamos el camino, ¿Para qué tentar a la suerte?

Estando guarecidos, ocultos entre las rocas y los árboles, empezamos a escuchar música. Contemplamos a los soldados fuertemente armados, gran cantidad de llamas transportando alimentos y los utensilios para instalar —en cualquier lugar— un Tambo para el Inca.


Los músicos y bailarines, rodeaban el palanquín del Inca, una plataforma de madera con un sillón adornado y cubierto con una sombrilla, sentado viajaba el Sapa Inca (“Solo Señor”) o Intip Churin (“Hijo del Sol”). 

Si tocaba con sus pies el suelo, ocasionaría tremendas desgracias. Detrás varias andas más pequeñas para algunas de sus esposas, eran sus acompañantes en ese viaje; cada palanquín lo llevaban ocho hombres robustos. Los del Inca avanzaban en silencio, no así los demás, formaban un grupo de unos cien porteadores, turnándose, llevando una u otra anda de las esposas o acarreando enseres y armas.

No fue repentino, pero empezó a llover, al principio una suave llovizna, obligando a la comitiva a detenerse y vimos cómo —en el mismo camino— comenzaban a instalar el Tambo del Inca. Empezaron por extender unas placas de oro, estas formarían el suelo, encima de él, colocaron numerosas pieles de alpaca y lienzos de algodón. 

Todo lo cubrieron con una estructura de maderas, sobre ella pusieron telas enceradas para protegerlo de la lluvia; fue muy rápida la operación, se notaba su habilidad: lo habían hecho en innumerables ocasiones. El Sapa Inca (“Solo Señor”) o Intip Churin (“Hijo del Sol”) y sus esposas se refugiaron en el Tambo, mientras todos los demás buscaron donde situarse para protegerse, pues la lluvia arreciaba.


La previsión se cumplió, empezó a diluviar con tanta intensidad, hasta dejar de distinguir, con claridad, a la comitiva, pues desapareció tras una espesa cortina de lluvia.

—Aquí no podemos quedarnos —casi grité, en medio de la tormenta— los árboles no nos ofrecen suficiente cobijo para tanta lluvia.

Avanzamos bajo el aguacero buscando donde refugiarnos, lo más lejos posible de la compañía de los incaicos. No fue menester esforzarnos mucho, encontramos una pequeña cueva, pudimos encender una hoguera, sin miedo a ser descubiertos y secamos la ropa.

Al amanecer, aunque tiritando por el aire cargado de humedad, nos pusimos en marcha, el suelo embarrado entorpecía nuestros pasos, pero por fortuna había dejado de diluviar. Volvimos al camino y nos alejamos del Inca en dirección a nuestro destino: Cajamarca.

En las afueras de Cajamarca, encontramos un campamento de choza, donde se cobijaban los comerciantes y caminantes. Nosotros, como los demás: debíamos dar algo a cambio. Como ya era nuestra costumbre, Kantuta (“Hábil en la caza”) ofreció tres saquitos de sal. Por ello conseguimos un almacén donde descargar las mercaderías y un corral para resguardar y alimentar a nuestras llamas.

A la mañana siguiente, Sayri ("Hombre que ofrece apoyo") se quedó al cuidado de las llamas. Los demás nos dirigimos al mercado de la aldea, cada uno llevábamos un fardo con nuestras mercancías. Al llegar nos dividimos en grupos. Cientos de personas se arremolinaban alrededor de múltiples puestos de ventas. 

Las vendedoras daban colorido con sus vestidos multicolores. El ambiente de aquel mercado estaba saturado de gritos y conversaciones. También de los aromas y en algunos casos la pestilencia, de tantos productos extendidos sobre pequeñas alfombras de colores.


Me acerqué, con Kantuta (“Hábil en la caza”), a una de las vendedoras, tenía varios atados de lana de alpaca.

—Señora, escuche, nos gusta su lana, nosotros le podemos ofrecer sal.

—Pues a mí no me interesa su sal —contestó con amabilidad— ¿No tienen otras cosas?

—Sí, tenemos pescado, carne de cuy y cañanes secos.

—Lo siento. Nada de eso me interesa, es más ni siquiera sé, qué son los cañanes, esos —contestó la mujer.

—En nuestra Aldea, los cañanes, son unos animalitos comestibles. ¿Qué le interesa comprar? —preguntó Kantuta.

—Yo quiero sobre todo papas y maíz —nos informó la mujer— Y también me interesan las verduras.

Por suerte, me acompañaba Kantuta (“Hábil en la caza”), pues me quedé bastante desolado por esas palabras. Me embargó un sentimiento de frustración; no podía ni pensar, todo el viaje habíamos considerado nuestra sal, como un bien muy deseado por cualquiera en la sierra. Y me encontré con alguien a quien no le interesa. ¿Qué podíamos hacer? Pero Kantuta me explicó:

Tarki. Podemos conseguir las papas y el maíz de otra vendedora, a cambio de nuestras mercancías, luego se lo traeremos a ella, para cambiarlo por lana. Nos habla de hacer trueque, será más fatigoso, pero no imposible.

Nos apartamos de allí y seguimos adelante buscando alguna vendedora con esos productos y hacer el trueque.



Juan Eugenio Gutierrez Cabrera

Comercial, Legal y Ejecutivo en 恒康達控股(香港)有限公司 Heng Kang Da Holdings (Hong Kong) Co. Ltd. 九龍尖沙咀廣東道 33 号中港城 3 座 811 室

2 meses

Que cantidad de cosas que ni sabía que existieran, este es un libro fantastico, gracias por compartirlo.

Carlos Eduardo Principe Espinoza

Leader | HSEQ | PSM | Jefe de Proyectos e Innovacion de Mejoras Continuas | Auditor ISO | Speaker en Regulaciones Nacionales e Internacionales | Formador de Profesionales | Apoyo a Empresas | Docente | Consultorias |

2 meses

fascinante.. Exitos amigos

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