Mamá, yo quiero ser mujer
Ani, como llaman sus hermanas a mi madre, se acercó al salón donde yo estudiaba y se detuvo de golpe. Levanté los ojos del libro de historia, sin saber por qué se quedaba clavada mirando esa fotografía que colgaba de la pared y que me había hecho una artista de Andújar. Yo posaba tumbada en una silla, lánguida y mirando al infinito, sin pensar en nada.
Era una obra preciosa que ahora no recuerdo dónde está y que me gustaría recuperar (lo pienso mientras escribo este artículo).
Decidí seguir estudiando (o parecerlo) sin preguntarle qué la perturbaba (las madres esconden tantos secretos que con ellos construimos los mundos más fantásticos e imposibles).
Pero ella volvió y se acercó a mí lentamente. Al mirarla, tenía mares en los ojos (podría decir que lloraba, pero ya sabéis que soy poeta).
“Tienes que estudiar mucho, Yolanda, porque solo así podrás elegir tu camino. Yo no pude, a mí me eligieron y me lo guiaron, sin posibilidad de opinar o de pensar si era el que yo deseaba, y no quiero que a ti te suceda igual. Tú estás preparada para ser lo que quieras”.
Lo más hermoso es que mi #AniHappy (así la llamo en las redes sociales), nunca se acuerda de ese instante que marcó mi vida. Ella nunca recuerda todo lo bueno que genera…
Pasaron muchos años sobre mi piel y mi cerebro. Muchos inviernos y lágrimas corrompidas por falsas primaveras, pero ahí estaba ella y su consejo, reinando sobre mi presente y mi más incierto futuro (sí, mi futuro siempre ha sido incierto, por eso soy una experta en el presente).
Me crie con chicos. Por edad, era lo que tocaba, y, además de compartir la pasión por conducir coches, motos, y de jugar a indios y a vaqueros, de ellos aprendí lo suficiente como para saber que no eran seres superiores y que el mundo, por más que se empeñara en que sí, estaba equivocado. La parte más fea, es que me sentía tan diferente a las chicas de mi edad, que me dolían hasta los huesos de callarme todo lo que sentía por miedo a no ser aceptada.
Y ese es el gran error, queridas damas, que nos hemos callado, durante siglos, todo lo que sentimos por miedo al qué dirán o a que nos rechacen. Así que me tocó escribirlo en diarios infinitos, en poemas ocultos y en cualquier rincón de mi cerebro. Escribía para contarme a mí misma, para escucharme; para creerme y no olvidarme.
Cuando hoy me preguntan cómo fue mi juventud, la resumo en que tenía una enfermedad: la del sentir. Y eso, queridas damas y caballeros, no estaba de moda. Era un estorbo. Una chica muy mona y actual, pero desfasada cuando me ponía a hablar de lo que era importante para mí: las relaciones con las personas, porque ya había aprendido (bueno, sentido, que yo avanzo siempre por el corazón) que, independientemente de que fueran hombres o mujeres; de su identidad sexual, su estado civil o su poder, lo que amamos de las personas es lo que nos hacen sentir, no el cargo que ocupan o la familia que tienen. Lo que realmente nos llena es sentirnos importantes y eso solo lo consiguen los que se interesan por nuestra persona, ya sea panadero, directora, albañil o costurero.
Digo, a menudo, que nací vieja, porque a esa edad, de fiestas en Madrid, de trabajar como modelo o cantante, no pegaba hablar de esto. Una suerte para esta rara que compréis ahora mis libros, contratéis mis cursos y conferencias y leáis mis corduras y excentricidades en las redes :).
Me vestía como los chicos o mezclaba estilos, y mis padres y mi abuela me lo permitían y fomentaban. Les hacía gracia que su niña fuera original, y mi padre, estricto donde lo hubiera, me apoyó en la decisión de estudiar estilista con la especialidad en diseño de moda y joyería, en lugar de la carrera de derecho, como muchos nos aconsejaban. Así comenzó mi salvaconducto para ir perfilando a la mujer que quería ser. La que mi madre deseaba que fuera: yo misma, con mis locuras tan cuerdas.
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Hoy abandero el hastag de #MujeresReales, porque no somos máquinas de engendrar, ni de atender, ni de renunciar, no. Valemos lo mismo que cualquier hombre y celebramos ser diferentes a ellos, claro, pero, de la misma forma que ellos, tenemos necesidades emocionales, físicas, sexuales, mentales y fisiológicas.
Necesitamos divertirnos y no somos madres todas las horas del día. Incluso algunas no necesitan ser madres o no pueden, y eso no las aparta de ser grandes mujeres (ya está bien de preguntarle a las mujeres cuándo van a tener hijos). Necesitamos relacionarnos con iguales a nosotras, porque es el momento de crear redes y por mucha comida sana que abanderemos, si un día nuestros hijos tienen que comerse lo primero que se tercie, porque nosotras estamos con una amiga, estudiando, en una fiesta, o paseando por la playa o la montaña, que se lo coman, porque cuando volvamos, les vamos a dar el mayor alimento que pueden recibir: el amor propio.
Y sé que muchas que me leéis pensáis que sí, que queréis vivir en el estado de la renuncia y de lo que consideráis debe hacer una madre (por favor, vamos a dejar de hablar de buenas y malas madres), y me parecerá bien, siempre que seáis vosotras las que lo elegís, pero no permitáis que otra mujer viva a vuestra imagen y semejanza si no lo ha elegido.
Luchad por ella, aunque piense diferente a vosotras, porque esa es la verdadera grandeza, ayudar a que otra mujer sea libre.
Quedaos con sus hijos para que ella salga si es lo que necesita, o ayudadla a cocinar si a ella no le apetece o no le da la gana. Admirad su valentía y abrazadla si la veis llorar. Es el momento de que las grandes mujeres no estén separadas en esta misión de la igualdad por ideales políticos o religiosos, no.
Y me siento una madre excelente, porque educo a mis vikingas para que sean mujeres que aporten valor a esta sociedad. Las educo (junto con su padre) para que elijan su camino; para que respeten la diversidad y la favorezcan y, sobre todo, para que sean buenas personas, porque esto va de aportar lo mejor, no de llevarnos lo mejor.
Las guío para que elijan su camino y respeten mi tiempo, mis silencios y mis espacios y que entiendan que no soy un taxi, sino una madre que las lleva porque las ayuda, no porque sea mi obligación.
¿Mi ventaja sobre mi madre, su abuela…?, que no he tenido que llorar para que lo entiendan.
Y si alguna (o alguno) quiere llamar a #AniHappy para felicitarla por ser madre de todos los hijos del mundo con los que se ha encontrado, solo me tiene que pedir su teléfono y se lo doy. A ella le encantará y, probablemente, os invite a visitarla :).
Gracias por leer este post lleno de esperanza, esa bendita palabra. Gracias por compartirlo y llevar mi corazón.
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Consultora de hostelería y propietaria gerente de dos restaurantes en Santander, Marucho y La Flor de Tetuán. ➡ Ayudo a que tu negocio sea rentable y aporte confianza.
1 añoEres totalmente embriagadora y contagiosa pero lo que más me atrae es ese sentimiento que me invade de una total y brutal identificación con lo que escribes, es como si tuviésemos una conexión mental y me leyeras el pensamiento. Mi abuela me crió de un modo matriarcal a la antigua, ella me decía que tenía que aprender a coser y a tejer y a hacer las labores de casa por que si no no iba a encontrar marido pero mi madre y mi padre me enseñaron que tenía que ser libre y escoger mi camino, me enseñaron a decidir y a luchar por mis derechos. A mi hija le enseñamos lo mismo, a ser libre y que luche por sus derechos. Todos los años cercana la fecha del día de la mujer lo que mas celebro es mi libertad de decisión y poder luchar por mi feminismo. Gracias por poder leerte, conocerte y seguirte.
apasionada de las personas y lo que nos hace únicas 🦋 impulso el crecimiento, el bienestar y el sentido de pertenencia a través de una gestión creativa del talento para generar un cambio significativo en las empresas
1 año"Pasaron muchos años sobre mi piel y mi cerebro. Muchos inviernos y lágrimas corrompidas por falsas primaveras, pero ahí estaba ella y su consejo, reinando sobre mi presente y mi más incierto futuro (sí, mi futuro siempre ha sido incierto, por eso soy una experta en el presente)." Que bonito escribes, Yolanda Sáenz De Tejada y Vázquez -Visibilidad femenina. Voy a empezar a decir eso de ser experta en el presente, y te dare creditos, por supuesto.