¿Pastilla o caramelo?
De cómo un cuadro estropeado puede ser mejor que el boceto original.
Hace unos años, mientras me preparaba para el examen de Cambridge, el profesor Hugo Callén, nos recomendó el libro: “The Passion”, de Jeanette Winterson. Es un libro breve pero muy entretenido, una novela basada en hechos históricos pero con un toque de realismo mágico. El caso es que leí una frase que me impactó un montón. Una frase que en realidad no recuerdo, pero que me pareció una genialidad, y me hizo valorar mucho más la lengua inglesa. Te cuento en seguida por qué.
Todos conocemos el eureka de Arquímedes, ese momento de epifanía repentina que resuelve nuestras dudas. Seguro que en algún momento has experimentado esa sensación de que de repente todo encaja y te sientes mucho más inteligente. Te inunda la satisfacción y de repente sientes que puedes con todo. En parte es una de las cosas que más me gusta de las pelis y novelas de misterio, ese famoso “ahá! moment”.
Quizá recuerdes a Bob Ross, el carismático pintor de televisión que retransmitía cómo pintaba sus cuadros de escenas tranquilas y serenas. A menudo, de repente, cuando todo parecía ir perfecto, ponía un pegote de pintura, deslizaba su espátula sobre una zona fresca o rascaba con la parte posterior del pincel.
Daban ganas de echarse las manos a la cabeza. ¡Pero si ya casi lo tenías! ¡Estaba quedando genial! Bob no perdía la calma, y con seguridad, comenzaba a moldear esos borrones, esas manchas y esas rascaduras. Y en cuestión de minutos te dabas cuenta de que era un genio. Aquel error se estaba convirtiendo en una refrescante cascada, en un matorral florido, o una choza bucólica. Y de hecho, generalmente estas improvisaciones ocupaban el lugar predominante en sus composiciones, convirtiéndose en los elementos centrales del cuadro.
Esta es una de los ejemplos más visibles de un concepto curioso que se emplea en pintura. Los denominados: “happy accidents” o accidentes felices. Hacen referencia a aprovechar lo que tus errores o marcas sugieren para crear algo que estaba fuera de tu plan. (De pequeño había un ejercicio de dibujo que me gustaba mucho. Consistía en llenar una hoja de garabatos, para después tratar de encontrar figuras o escenas en ellos, repasándolos y coloreándolos, sacándolos de la maraña de trazos sin sentido). En realidad el concepto de happy accidents es conocido en diversos mundos del diseño, en la programación y la ciencia, y a menudo muchos momentos reveladores se atribuyen a estos pequeños errores y cambios inesperados.
Pero volvamos al lenguaje. He empezado el texto hablando de esa frase que me hizo tener en mayor estima a la lengua inglesa (los que me conocéis ya sabéis que aprender idiomas me encanta). Para mí, aprenderlos permite entender mejor a otras culturas, al mismo tiempo que mejora la propia capacidad de comunicarnos(incluso en la propia lengua). Y esto se debe a que al final, el lenguaje es la herramienta que configura el cerebro. El pensamiento sin lenguaje no existe, y sin él, tan solo tendríamos impulsos, reacciones y reflejos.
La frase en cuestión utilizaba algo que en español también tenemos: las palábras polisémicas. Estas son aquéllas con varios significados muy diferentes. Banco (de peces y de dinero), copa (de beber y de premio), carta (menú y naipe), etc… En la novela, describiendo a uno de los personajes, empleaba un adjetivo polisémico(esto ya no sé si tenemos). La genialidad radicaba en que ambos significados eran válidos. Me voló la mente.
Siento no tener el ejemplo concreto, pero te lo explico con algo similar:
“Los niños tocaron una estrella.”
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En este caso vemos que puede hacer referencia a un famoso o a una verdadera estrella(algo ciertamente difícil, aunque podría ser figurativo). El caso es que esta ambigüedad ya tiene cierto interés, pero imagina que un fantástico escritor consiguiera plantear una situación en la que ambos significados tuvieran validez para ese momento concreto. Es decir, sería como saber encontrar la única palabra capaz de condensar varios elementos de la realidad en una unidad mínima. No sé, a mi me parece un uso del lenguaje más certero y preciso que un bisturí eléctrico. Tanto que el recuerdo de ese momento todavía me dura, a pesar de haber olvidado la frase.
Y este concepto me resuena especialmente con una cita de Paul Dirac:
En ciencia, uno trata de decir a la gente, de una forma que sea comprendida por todos, algo que nadia sabía hasta entonces. En poesía, es exactamente lo contrario.
Esta cita es en sí misma una demostración de concreción en las palabras. Dice mucho más de lo que hay escrito. Leerla varias veces ayuda a entenderla mejor. Y esta habilidad de concreción, de alguna forma genera reverencia, admiración. Demuestra que el autor no dice cualquier cosa, sino que ha tenido un intenso proceso de reflexión para llegar a esta píldora, que nos toca a cada uno de nosotros saborear lentamente. (Y la verdad Paul Dirac debía de ser muy muy sesudo)
Y claro, mientras me centro en hacer mi libro accesible y entretenido, trato de entender cómo los grandes escritores consiguen lo que consiguen y me encuentro ejemplos muy dispares.
Ya he nombrado a Isra Bravo (una de las personalidades más polémicas del mundo del márketing) en otros de mis artículos, y él no tiene ningún reparo en repetir constantemente sus conceptos más potentes. Y también sus muletillas. Sus insultos. Puedes encontrarte párrafos enteros que son mera anticipación. E interrumpe sus propias explicaciones con cosas medianamente banales, con el único objetivo de recaptar tu atención, para inmediatamente después resolver en un par de frases, con un concepto sencillo y rápidamente digerible. (“Podías habérmelo dicho directamente”, es el pensamiento que me surge a menudo.) Pero lo cierto es que lo hace por algo. No es paja, ni relleno. Lo que hace es preparar el terreno, aumentar tu expectativa y tratar de acercarte al estado en el que más fácilmente asimilarás lo que tiene que contarte. No por contarlo con palabras sencillas y claras tiene menos valor. Y por ello “pierde” el tiempo en preparar el contexto. Y entonces empiezas su libro y ves que te lo puedes leer en una tarde fácilmente. Pero es que con esa intención lo ha diseñado. Y está orgulloso de ello. Se trata de un enfoque que nada tiene que ver con esta erudición que veíamos antes, parece que se antepone a este proceso de condensación y decantación.
Y claro, por otro ves otros libros más teóricos, menos espectaculares, y quizá un poco chapados a la antigua, y encuentras que cada frase está formada exactamente por las palabras adecuadas. A veces casi a cada frase tienes que parar a pensar en las consecuencias de lo que has leído. El sábado mismo, leyendo “La estetización del mundo”, de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy me di cuenta que de las últimas 5 páginas que había leído, en todas había hecho algún subrayado. Y se trata de un libro bastante gordo.
Son dos ejemplos bastante opuestos de la “densidad de ideas”. Es decir, en cuánto espacio o palabras están condensados los conceptos que intentan transmitir. Y al final, como todo, la densidad adecuada depende del objetivo que tengas. Así como no vas a tomar de aperitivo una fabada asturiana, tampoco tiene mucho sentido que tu plato principal sean tortitas de arroz.
Así que en función de la situación, del público, tienes que saber cuando tu producto o servicio tiene que ser una pastilla instantánea e indolora o si más bien conviene un caramelo duro que se funda lentamente.
¡Feliz lunes!🍬
Todos los lunes comparto contigo algunos de los pensamientos de creatividad, innovación y estrategia. Por otro lado ves que me dedico a crear campañas multimedia. Si el punto de encuentro entre esas dos cosas te parece que puede ser la semilla de algo interesante para tu empresa, escríbeme.
Arquitecta independiente
10 meses¡Qué buena reflexión sobre creatividad y el lenguaje! 🎨📚 Me encanta la conexión de la pintura con el proceso creativo en otros ámbitos. Los "happy accidents" son una esencia de la vida misma. ¡Gracias por compartir tus pensamientos tan elocuentemente! ✨