¿Qué le sucede al cubano que se va? y un poema de despedida.
Andaba de la mano por aquella calle inmensa, repleta de gente. Parecían gigantes alrededor mío, enardecidos de ira, gritaban y gritaban. Mis cortos pies me obligaban a casi correr para seguirle el paso a mi madre que me sostenía firme, como temiendo que desapareciera en medio de aquella turba enardecida. Entre todas las consignas, una la recuerdo nítidamente. Dijeron “Gusano, mandiga, que se vallan pa´ la pin … pon fuera, abajo la gusanera”. Mi madre, que pensó que iban a soltar una escandalosa palabra obscena, se llevó su mano a la boca espantada. Esa imagen quedó en mi mente grabada a fuego. Tenía nueve años.
Era la Marcha del Pueblo Combatiente, una multitudinaria manifestación organizada por el gobierno revolucionario cubano, en repudio a aquellos que finalmente protagonizaron el éxodo del Mariel. Le llamaban “gusanos”. Fueron unos 125 mil cubanos que renegaron del modelo fidelista en 1980. Pero ese no fue ni el primero ni el último evento que alimentó al exilio cubano. En el principio de la revolución muchos salieron de la isla. La Operación Peter Pan envió a 14 mil niños a Estados Unidos cuyos padres prefirieron separarse de sus vástagos, que dejarlos en su patria. En 1965 ocurrió otra importante huida por el puerto de Camarioca, y en 1994 la Crisis de los Balseros puso en la mira del mundo a decenas de miles de cubanos intentando cruzar el estrecho de la Florida. Alrededor de 15 años después Ecuador fue la válvula de escape de los inadaptados, con números similares. Más de dos millones de nacionales viven fuera de Cuba; algunos le llaman “la diáspora cubana”. De aquella manifestación me quedó una marca indeleble en mi memoria, una buena nota en Vocación Política y una anotación de participación en el expediente. Me dijeron que era importante para poder entrar a la Universidad, porque en Cuba las universidades son solo para revolucionarios.
En la Cuba revolucionaria la oposición histórica al modelo socialista, la explícita y conocida, era mínima. Aquellos que disentían podrían enfrentar consecuencias extremas, pero eso es otro tema. Lo cierto es que, de forma general, los que estaban inconformes con el “sistema”, todo lo que podrían hacer era irse. Por décadas inconformidad fue sinónimo de emigración, y esto se convirtió en parte intrínseca de la cultura local. Estaba tan metido en la mente de los cubanos que la frase “si no te gusta te vas” era aceptada sinceramente no solo por los que la decían, sino también por aquellos a quienes se les decía. Tengo, aún hoy, presente aquella imagen de Fidel, joven, refiriéndose a los emigrantes del Mariel, aquellos que provocaron la Marcha de mi niñez. Recuerdo haber visto el video innumerables veces; y en su momento de climax el ovacionado líder decía “quien no tenga una mente que se adapte a la idea de una revolución (…), no lo queremos, no lo necesitamos”.
Cuando entendí que no podía convivir con el modelo comunista, decidí emigrar. El proceso fue tremendamente doloroso, pero emigrar, creo, siempre lo es. Tal vez lo particular en este caso era que, en medio de tantos sentimientos, había uno especial que me atormentaba: perdería mi naturaleza de cubano. Según creía en mi juventud miope, el pueblo era legítimamente capaz de decidir quién podría ostentar el título que me llenaba de orgullo, ese, el de cubano. Y lo peor, no los culpaba; al final yo me iba, ¿no me convertiría en un desertor de mi país? Ese, entendía, era el costo de irme de la isla. También, no era el primero y con seguridad no sería el último, y todos padecieron el mismo castigo. Conservo un poema que escribí en aquella época; era como un llanto sordo, en negación.
"Cuando me vaya" es un poema en estructura de décima, que constituye un signo de identidad cubana. También hay una referencia directa a José Marti, en su poema “Cultivo una rosa blanca”, uno de los más célebres del prócer cubano.
Pasó un buen tiempo en la que me sentí cubano de clase menor. Mientras estuve así, podía entenderme bastante bien con los cubanos de la isla. Sin embargo, ese sentimiento duró poco. En el mundo fuera de la visión isleña, nadie tiene que retirarse por disentir. En marzo de 1955 una niña de 15 años negra llamada Claudette Colvin se negó a ceder su asiento del autobús a una persona blanca. Probablemente alguien le dijo, “si quieres un asiento en el bus, vete para África”, pero no se fue. Lo mismo hicieron los homosexuales, los cristianos en su época y las mujeres.
En poco te das cuenta que en la mayor parte del planeta civilizado, disentir no es sinónimo de emigrar. En ese momento el cubano de adentro empieza a ser diferente del de afuera. Mientras que el primero piensa que el que disiente debe irse, el segundo está seguro que solo un modelo totalitario te obliga a ello, y que, en cualquier caso, disentir no debe empujar a abandonar tu país, muy por el contrario. De las diferencias entre las personas salen los mejores resultados. En ese momento entiendes que fue, y es, la razón de las diferencias. No es tu amigo que piensa diferente, es el sistema donde habita.
Hace muy poco el presidente de Cuba Miguel Diaz Canel indicó en un programa televisivo que "La calle es de los revolucionarios" y recordé aquella frase dicha para las Universidades que impulsó a mi madre quizá a arrastrarme a aquella manifestación. Este comentario, que le podría causar serias consecuencias a un Presidente en la mayor parte del mundo civilizado, probablemente pasó desapercibido por los cubanos de la isla. Diaz Canel nació, creció y se educó dentro del la revolución. Fue designado Presidente también porque es el mejor reflejo de cómo un sistema educativo forma en una ideología, y por cierto la registra cuidadosamente en el expediente escolar. Escucharlo hablar, y ver a aquellos que lo escuchan estar en aparente acuerdo, es encontrarse con una "burbuja social" tan mencionada en tiempos de Pandemia. Una burbuja donde solo se entienden aquellos quienes la habitan, o una parte de ellos, y que es cada vez más fragil con el acceso a internet financiado por los cubanos del exilio.
Hay una pregunta ética de fondo en todo esto: ¿es válida la pérdida de libertades por sostener un modelo con visión comunista?
Hay una pregunta práctica también: ¿vale la pena la pérdida de libertades por los beneficios de la revolución cubana?
Continuará
Montatore elettronico presso AUTOMATIC. MACHINE. s.r.l
4 añosQuerido hermano por que si llamamos aquellas personas que pasaron las mismas penurias y las mismas limitaciones dentro de un sistema que aún hoy día se mantiene aferrado a una ideología que robado los sueños a generaciones enteras un sistema que solo lo entiende quien vive allí hermano este trabajo histórico es reflexivo sigue hermano abriendo mentes principalmente aquellas que están serradas.
Ph.D.
4 añosLos pueblos son los únicos responsables de sus destinos, cuidado y tenemos los costarricenses nacidos y nacionalizados tener que emigrar de Tiquicia, yo ya lo hice forzado por los grupos de poder dentro de la economía costarricense, de modo que, la lucha por el cambio hay que darla desde afuera y desde adentro.
cirujano en CCSS
4 añosMas de acuerdo no puedo estar, no estaba en la manifestación contigo y con tu mama pero si en otra y muy parecida, ese mismo recuerdo me perseguirá toda la vida y cuando le pida a alguien tolerancia tendré que recordar siempre lo intolerante que me educaron. Gracias a Costa Rica mis hijas se educaron diferente y a su vez ellas me educaron a mi y ahogaron mi intolerancia con mucha paciencia y EDUCACION.Te felicito sacaste de adentro lo que me costaba trabajo decir a veces.
Director de proyectos y planeación estratégica.
4 añosMuy bueno don Carlos.. que importante es hacer una retrospectiva para entender los eventos y momento que nos van forjando y nos ayudaron a ser la persona que somos hoy en día!...además nos da una dosis de una realidad diferente que se vive inclusive en la actualidad.