Sobre el Riesgo
Por Carlos Aguilera
La definición de riesgo según la RAE es: “contingencia o proximidad de un daño”. Quizás sea por eso que muchos se asustan al hablar de riesgo, pero en sí mismo éste no es ni malo ni bueno, es solo un factor de la vida que une peligros y oportunidades.
La pregunta correcta que nos tenemos que hacer es cómo incorporamos el riesgo al proceso de toma de decisiones financieras. Para ello es fundamental identificar el riesgo que se recompensa del que no.
Las dos formas típicas de cuantificar el riesgo son: la Desviación Estándar y el Valor en Riesgo (Value at Risk o VaR).
1.- La Desviación Estándar está muy asociada al modelo CAPM, donde se explica la existencia de dos tipos de riesgo:
- Riesgo del negocio específico. Se debe recordar que la incertidumbre sobre el negocio siempre puede ser mitigada diversificándose y lo mejor de esto es que la diversificación es gratis.
- Riesgo de estar en un mercado (o Riesgo Sistemático). El modelo propone un cálculo del retorno esperado que se resumiría como la suma entre una tasa sin riesgo más un premio por tomar dicho riesgo. La cuantificación del riesgo es denominada “beta del activo”.
2.- El Valor en Riesgo es otra forma de calcular la exposición al riesgo de una empresa, una cartera de inversiones o un proyecto específico. Lo interesante es que el indicador del VaR resume en un solo número el riesgo total que sería más o menos la respuesta a la pregunta: Si las cosas salen mal ¿cuán mal pueden ser? O análogamente, ¿cuánto estaría dispuesto a perder en un período, con un cierto grado de confiabilidad? El VaR requiere de tres componentes para ser calculado: un valor monetario, un horizonte de tiempo y un intervalo de confianza. Mide la pérdida potencial que puede ocurrir en una inversión durante un determinado período.
Por ejemplo, con un nivel de confianza de 95%, un VaR de un millón significa que hay un 5% de probabilidad que en un día pueda perder más de un millón, o bien, un 95% de probabilidad que no perderé más de un millón.
Complementando todo lo anterior, siempre hay que tener presente que los humanos somos imperfectos y por lo mismo a veces no somos completamente racionales, lo que hace necesario incorporar la dimensión humana del inversionista al riesgo. Es decir, además de ocupar todas las ecuaciones para calcular el Riesgo con toda la precisión que se desee, es vital entender bien el negocio y todas sus consecuencias económicas en el largo plazo: “Apreciar” el riesgo más allá de los números.