Tensiones prefabricadas
Todas las sociedades de todas las épocas requieren la existencia de una cierta tensión. La tensión fuerza a que las cosas se muevan, a atender aspectos que de otra manera quedarían en la sombra, a encontrar nuevos equilibrios mejor adaptados a la circunstancia del momento, a definir futuros, a poner las cosas en movimiento y a evitar que se caiga en el adocenamiento. Al igual que el cuerpo físico, el cuerpo social necesita mover su músculo, mantenerlo en una cierta tensión.
Esa tensión conlleva riesgos porque, a menudo, se destensa demasiado y llegan tiempos de flacidez social, de desidia, de un dejarse ir que conduce a sociedades apáticas que acaban desapareciendo por inanición. Otras veces es el exceso el que tensa especialmente la cuerda y termina por quebrar el equilibrio, provocando una caída abrupta del sistema. Ocurre que la gran parte de la historia humana transcurre en esa tensión hasta que llega uno de esos dos momentos, la inanición o la ruptura abrupta.
Sin embargo, nuestro tiempo, no exento de tensiones como cualquier otro, posee una característica especial que ya anticipó Marcuse en su sociedad unidimensional y que se ha ido acentuando más en las últimas décadas. Frente a otros momentos de la historia donde las tensiones se producían entre lo que estaba dentro del sistema y lo que estaba fuera, lo que lo pretendía conservar y lo que lo pretendía romper, nuestra época ha fagocitado toda tensión que se encuentre fuera de dicho sistema y pretenda un rompimiento con él.
Nuestro sistema se autoprotege de una manera proactiva, fabricando dentro de sí mismo las propias tensiones que, aparentemente, podrían socavarlo y terminar con él. Pero es precisamente porque está dentro de sus límites por lo que nunca acabarán con él, y de esta manera, consigue controlar posibles amenazas. No hay mejor enemigo que el que uno crea y domina. Es la prueba fehaciente de que no hay mayor forma de manejar tu posible amenaza que tenerla bien cerca.
Esta estrategia de supervivencia que todo lo fagocita, desde sus principales aliados a sus principales enemigos, deja escaso margen o ninguno para lo que está fuera. Dado que todo lo conflictivo y generador de tensión queda asimilado como una parte más del sistema, apenas deja espacio para nada rompedor que pueda subsistir fuera de él. La idea no es apartar las ideas subversivas en el extrarradio, sino directamente integrarlas en la mecánica como una opción de elección más, suavizarlas, moldearlas y así acallar conciencias que poco a poco se van debilitando, haciéndose conformistas y cómodas. A través de ese confort donde nada posee aristas y todo se pasa por la túrmix de lo aceptable, cualquier radicalismo que amenaza el statu quo queda reducido a una versión light.
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La consecuencia es que lo que queda en el exterior, que es casi nada, es calificado de antisistema radical que nos aboca al fin de ese confort en el que nos encontramos. Lo que se resiste a ser fagocitado (insisto, casi nada), queda asfixiado porque el sistema compacto no deja un resquicio para que tome oxígeno. De esta forma, creando sus propias tensiones prefabricadas y sus propios enemigos, el sistema acaba convirtiendo cualquier posible amenaza en un aliado que, paradójicamente, refuerza sus propios cimientos en lugar de horadarlos. Se trata de incardinar en las mentes y corazones de las personas que estamos en el mejor de los mundos posibles, y que cualquier otra alternativa no contemplada es abocarnos a vivir peor.
Nuestra realidad está plagada de ejemplos de fagocitaciones allá por donde miremos. ¿Que vivimos de un modo excesivamente consumista y materialista? Pues en lugar de dejar de consumir y dedicar más tiempo a la espiritualidad, cosa que erosionaría el sistema, el propio sistema anticipa esa tensión, pero la coloca en el mismo marketplace. Puedes comprar el último trapo de moda y a la vez darte de alta en sesiones de mindfulness. Conciencia tranquila, consumismo al alza sin apenas dolor, y tensión fagocitada. ¿Que no puedes atender adecuadamente a tu hijo o a tus mayores porque tus obligaciones laborales cada vez más absorbentes te lo impiden? Entonces el sistema reconoce esa tensión, la fagocita y la solventa creando la economía de los cuidados. No cambiemos la forma en la que entendemos nuestra relación con el trabajo, paguemos mejor a terceras personas para que cuiden a nuestros seres queridos más vulnerables en nuestra ausencia. Así hacemos doble bien. De una parte, creamos empleos, y de otra cuidamos a quienes más queremos y nos necesitan. La ruleta sigue girando y la tensión deja de ser un enemigo peligroso para convertirse en un engranaje más del sistema.
¿Que reconocemos que los móviles comienzan a ser un peligro para niños y jóvenes? Pues no pensemos en un mundo en el que el móvil no sea realmente necesario para esos usos que se le está dando. Mejor creemos aplicaciones parentales que controlen el tiempo y fiscalicen el uso del móvil. Nuevamente, tensión fagocitada convertida en carne de marketplace.
La clave es crear antagonismos dentro de un sistema que estén en una tensión prefabricada que siempre es solucionable dentro del propio sistema, bien con recursos conocidos o con nuevos. Así, lo que era una amenaza potencial se subvierte y hace el caldo gordo al propio sistema que provoca ese mal.
Lo que sucede es que hay cuestiones que son incontrolables y que, por más que se quieran incorporar al statu quo, superan cualquier entramado social y económico. Siempre hay personas que alcanzan un poder y que poseen una mentalidad insondable e incontrolable, y que arrastran tras de sí países y personas. Siempre hay un entorno natural y medioambiental en el que habitamos que sigue sus propias normas, que no son las nuestras, que no conoce barreras, estados ni clases sociales, y que responde a nuestros excesos como quiere y cuando quiere, y cada vez lo hace con mayor gravedad y peligro. Y siempre está el propio sistema endogámico, que a base de alimentarse y realimentarse acaba tan cebado que, de alguna forma, busca su propia purga. ¿Dónde creen ustedes que estamos ahora?