Tiempo de vivos y muertos
En primer lugar, quiero expresar desde aquí mi más sentido pésame por las víctimas de la DANA y toda mi solidaridad, mi comprensión, mi apoyo, mi respeto y mi cariño a familiares, amigos, y vecinos así como a todas esas personas que lo han perdido todo. Espero y deseo su recuperación lo antes posible.
Felicidades a esa marea humana decidida a ayudar a los que más les necesitan, porque esa es verdaderamente la vida. Ante tanta desgracia se descubre lo que más importa: La grandeza, la solidaridad, la compasión y la relación de ayuda del ser humano, de la gente sencilla de todos los lugares de España; aunque para que solucionaran todo esto pagamos muchos impuestos y a innumerables representantes políticos con sus correspondientes asesores.
Por respeto a los fallecidos, desaparecidos y afectados por esta DANA, voy hoy a decir todo lo que pienso de la inepta, incapaz, inútil, mentirosa, incompetente, insensible, ignorante y alejada del pueblo y sus necesidades, que es la clase política, salvo contadas excepciones, que solo se preocupan de ellos mismos, de sus miserias, corruptelas y de no perder sus sillones de poder y los de sus enchufados, no de las verdaderas necesidades de quienes le pagamos: el pueblo. Esta nación tan maravillosa no merece estos desgobernantes y tendremos que pensar muy seriamente y decidir, en un futuro, qué clase de políticos queremos que nos dirijan y que sociedad queremos para nosotros, para nuestros hijos y nietos.
Podría callar, como la gran mayoría, anestesiada o inerte, ante cualquier acontecimiento político y social que nos afecta cada día. Tenemos a una sociedad enferma, enferma de silencios, de indiferencia, de miedos, de acomodamiento y conformidad.., incapaz, en su gran mayoría, de responder ante los poderosos por sus acciones u omisiones nefastas, y pedirles explicaciones verdaderas y convincentes. Que no nos mientan más, pues algunos mienten más que hablan sin sonrojarse siquiera, y no nos tomen como si fuéramos una manada de súbditos borregos incapaces de pensar y decidir nada...¿Pero no es el silencio la más cruel de las mentiras?. ¿No es cierto, que callar contribuye a que nunca se sepa la verdad?... Porque las palabras son las más contundentes de todas las armas.
Ahora si quiero dejar mi reflexión en este día de difuntos.
Igual que el nacimiento es el primer acto en nuestra vida, la muerte es el último acto de la misma. Los dos naturales, únicos e irrepetibles, y como tal lo debemos entender y aceptar.
Como pequeño homenaje a mis seres queridos que ya se fueron, a los amigos, a los compañeros, conocidos y demás personas que pasaron, de una u otra forma por mi vida, y que hoy solo viven en ese rincón del alma donde duermen los recuerdos que el tiempo nos dejó y donde duelen los " te quiero" y el "adiós" que algún día se sintió, condenados al silencio y buscando un consuelo para mi corazón. Desde ese lugar íntimo y personal, escribo estás palabras en estos primeros días de noviembre donde se celebran el "Día de los difuntos".
La celebración del día de los difuntos es muy antigua, pues tiene su origen en las creencias prehispánicas, donde consideraban a la muerte como un proceso natural de transición y a la vez destacaba la importancia del camino que los difuntos tienen que seguir hasta el " Inframundo" o "Mictlán". Esta mitología prehispánica consideraba, que después de la muerte, todas las personas llegaban al Mictlán y atravesaban sus nueve dimensiones.
Después, la tradición cristiana adoptó los elementos de la tradición prehispánica de honrar a los muertos y también incorporaron elementos católicos a esta celebración y las ofrendas como: el rezo de oraciones especificas para los difuntos, la incorporación de cruces, imágenes o flores en las sepulturas. De esta forma la religión y la tradición milenaria se ven representadas en dichos actos, sobre todo en España y países iberoamericanos.
El día dos de noviembre, como día especifico de la celebración de los difuntos, nos hace recordarlos de forma especial. La pérdida de alguien con quien te ha unido lazos íntimos de amor, amistad, compañerismo, cercanía.., personas que te han regalado parte de su tiempo y has tenido vivencias intensas, compartido alegrías y penas, placer y dolor, pasado buenos y malos momentos y que aportaron algo para ser el que eres. Es el recuerdo de estas personas ( Padres, madres, hijos, esposas, parejas, familiares, amigos, compañeros, conocidos, vecinos...) el que hace que el corazón humano sufra y las lágrimas afloren a nuestros ojos, con las que expresamos nuestros sentimientos más íntimos por la pérdida de alguien a quien queremos y formaron parte de nuestras vidas. Por eso, nadie morirá para siempre si es recordado. La verdadera muerte es el olvido... Siempre os tendré presente, aunque pase el tiempo y no estéis aquí, vuestras almas seguirán conmigo.
La vida muchas veces es paradójica: Cuando naces, lloras y el mundo se alegra. Cuando mueres, te alegras, y el mundo llora. Lo terrible no es morir, sino no vivir ni sentirte vivo, la mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos. Y ese miedo a la muerte se deriva del miedo a la vida: alguien que vive plenamente la vida debe estar preparada para aceptar la muerte.
Hay algo tan evidente como la muerte y es la vida, donde no es más grande quien más ocupa o más poder o dinero tiene, sino aquel que deja un vacío en su ausencia. Y en la vida, no se acaba el amor únicamente con decir adiós. Hay que saber que, el estar ausente, no compra el olvido, ni anula el recuerdo, ni nos borra del mapa...A todos los que se fueron les deseo que sus vidas hayan sido tan hermosas como las flores de la primavera y sus muertes tan bellas como las puestas de sol de este tiempo del otoño.
Estos días, como cada año, me he acordado de mis seres queridos que ya no están conmigo y he visitado los bellos y significativos lugares donde están esparcidas las cenizas de algunos de ellos y donde reposaran para siempre. También he visitado el espectacular cementerio de Sevilla, donde reposan los restos de familiares, amigos, compañeros y conocidos. Un cementerio con una amplia y larga calle central, perimetrada de altos cipreses, con una glorieta central presidida por la impresionante imagen del "El Cristo de las Mieles" a cuyos pies yace su autor: Antonio Susillo. A lo largo de toda la calle central se levantan numerosos y hermosos panteones y tumbas con motivos escultóricos, de personajes famosos y familias de renombre en la ciudad. Los más humildes se entierran en las numerosas calles perpendiculares de nichos blancos a ambos lados de dicha avenida. Tanto panteones como nichos están, en esta fecha, ornamentados con numerosos ramos de flores que ofrecen un hermoso regalo para la vista de quien los contemplen.
También visité el cementerio de mi pueblo, no tan grande como el de Sevilla ni tan espectacular, pero también sencillo y hermoso: con una calle central que lleva a la capilla del mismo con su bella imagen de un Cristo crucificado. A ambos lados de la calle se erigen hacia el cielo grandes cipreses, porque como decía J M Gironella "Los cipreses creen en Dios" y también se levantan algunos panteones. A lo largos de sus calles, sobre la tierra, están sembrados numerosos rosales que le dan color y olor al lugar. En todo el perímetro del cementerio y perpendiculares a la calle principal se levantan numerosas calles con hileras de nichos blancos, también ornamentados con ramos de flores en estas fechas conmemorativas. Entre esos nichos he visitado los de mis padres, mis abuelos, algunos familiares y amigos y he saludado a los escasos paisanos, que como yo, iban a visitar a sus difuntos en esta fresca y húmeda tarde de noviembre.
En uno de los panteones del cementerio de Sevilla me llamó la atención, junto con objetos significativos para el difunto: un bastón, un libro, unas gafas, se encontraba un reloj que aún marcaba la hora.
Esto me ha llevado a pensar, que lo que mide el reloj: el tiempo, es la única dimensión en que pueden comunicarse los vivos y los muertos, la única que tienen en común. El hablar es lo que comparten todos; los hombres con sus dioses, los poderosos con sus súbditos y hasta las víctimas con sus verdugos. Los únicos que no lo comparten son los vivos con los muertos.
Quizá no hablar más iguala, tal vez el callar definitivamente nivela, asemeja y une con fuerte y desconocido lazo a los ya silenciosos de los tiempos, al primero y al último, que al instante ya será el penúltimo, y el tiempo entero se comprime y no se divide, ni se destruye ni se distancia, porque deja de tener sentido una vez que se acaba la vida, por mucho que los que se quedan lo sigan contando con sus relojes, el propio y también el del abandono de los que se fueron, como si algún día éstos pudieran remediar su marcha y no estar ya más ausentes: " Hace 4 años que murió mi esposa". " Hace varios años que murieron mis padres". " Hace casi un año que murió mi cuñado". " Hace ocho meses que murió una amiga" "Hace dos años la madre de una amiga". "Desde hace tres días muchísimos por la DANA"...Mi recuerdo y mi homenaje a todos.
Tantos panteones juntos me han parecido una ciudad reducida y de cuentos, de casitas de buenos materiales y cristaleras, de cúpulas y torres puntiagudas que apuntan hacia el cielo, de Cristos, cruces, ángeles y demás componentes ornamentales, calladas, limpias y secretas, habitadas o deshabitadas. Con un pequeño salón en el que puede verse, a través de una puerta cristalera, los distintos sepulcros del mismo, una mesa de madera noble y antigua cubierta por un paño de encajes, sobre la que reposa, en un marco de plata, la fotografía del difunto, algún libro religioso abierto y un crucifijo de metal. A los lados se aprecian numerosos ramos de flores, algunas ya marchitas por el paso del tiempo y los objetos que antes describí del finado, quizá para infundir un carácter más familiar, cotidiano y confortable a la visita a los muertos, para que esta no sea muy distinta de la que se hace a los vivos. Algo parecido a lo que ocurría en el antiguo Egipto hace más de 3000 años, que procuraban que no le faltara al difunto, en su eterno aislamiento sellado, nada de lo que hubiera disfrutado y apreciado en vida. O quizá, más que al deseo de hacer grata y hogareña la permanencia del muerto en la estancia, a la necesidad del vivo de sentirse cálidamente acogido en aquel lugar...Como si los vivos buscaran allí la compañía de los muertos.
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El reloj que vi marcaba con su segundero ese inacabable tiempo del difunto. Tiempo de sobra para contarse unos a otros cuanto de cada sueño particular recuerdan, más que cada conciencia, cuánto le ocurrieron, hicieron y dijeron, una vez y otra hasta saberse de memoria todas las historias de los demás. Cada uno la de todos, y todos las de cada uno. Porque la historia de cada uno es igual de breve que cualquier vida humana singular y tan insoportablemente leve como una hoja que vuela, como una pluma de pájaro, como el polvo que flota en el aire, como aquello que mañana no existirá.
Tiempo suficiente para que cada hombre y cada mujer, desde su origen, que cruzaron el mundo hagan conocer al resto su historia entera de principio a fin, y el fin consiste en lo que los llevó a este lugar: su tumba. Tiempo incluso para añadir cosas e inventar historias sobre seres que jamás han existido y referir hechos que nunca sucedieron: ficciones, fabulaciones y juegos con los que entretener tanta espera, sin caer en la desesperación. Y así, como de costumbre, estaríamos otra vez sin saber qué es cierto, o más bien, qué ha sucedido.
Y me pregunto: cómo hablarían entre sí los difuntos una vez nivelados todos y asemejados, aunque solo en eso. Y en realidad eso no es nada: solo morir; luego también los difuntos se distinguirán, nunca menos que los vivos. Y qué versión contaría, no al Juez Supremo al que no se miente porque es omnipotente, que aún no aparece porque es indemostrable que lo haya habido y ni siquiera que vaya a haberlo. No lo traerá la sugestión colectiva ni la insistencia. O puede ser que no se atreva a enfrentarse con tan inmensa multitud quejosa, y así se aplace a si mismo hasta mañana, siempre a mañana ese mal trago al que se comprometió, y lo rehúya infinitamente con invisible temor o pereza... ¿Con qué versión nos quedamos?, a sabiendas de que el tiempo de ahora, si así pudiera llamarse, sería demasiado largo, insoportablemente largo para alguien que, pacientemente, aún espera, eternamente espera.... Posiblemente sean absurdas estas preguntas que me hago, que no tienen respuestas evidentes de nadie y estas suposiciones siempre refutables.
Cada cultura se caracteriza por los filtros que coloca entres sus miembros y la realidad, es decir, por la forma de imponer su percepción y su valoración; uniformando en cierta manera a los seres humanos que le pertenecen, forjan su personalidad y hacen que se sientan protegidos de la soledad y de la angustia. Si, pero a costa de falsear u ocultar una parte más o menos importante, siempre intencionada, de la autenticidad que les rodea.
Porque la verdad no es de nadie: solo podemos buscarla y descubrirla, nunca inventarla.
Hay quienes se lamentan de que hemos perdido el concepto de los más altos valores, sobre todo en la cultura occidental...Quizá no. Quizá se trate de una subespecie de cultura que, por hedonismo, hemos instalado en nosotros, o quizá nosotros nos hemos desculturizados.
En este caso me refiero a la muerte, que se lleva consigo una buena porción de la importancia de la vida. El progreso, mueve a creer en una especie de omnipotencia frente a la enfermedad y sus secuelas, creyendo que todo se puede curar. Es más, aún hay profesionales de la salud poco dispuestos a aceptar el fracaso de sus conocimientos a los pies de la muerte. Por otra parte, el poder material ha movido a identificar la culminación del ser humano con el poder y el enriquecimiento, olvidando el espíritu y negándose a considerar la muerte, prueba radical de nuestra fragilidad humana. Además nuestra cultura ensalza el triunfo de un hermoso cuerpo, la exaltación de la juventud y su belleza, y su utilización en una publicidad tan contagiosa, dirigida, sobre todo, a abolir la presencia de la vejez, de la debilidad y de la muerte y a considerarla como algo impensable.
En nuestra sociedad se juzga ofensivo morir. De ahí que a los ancianos, y moribundos se les aparte de nuestra cercanía y de nuestras casas, llevándolo a hospitales, donde muchos son abandonados y mueren solos o en compañía del personal sanitario. Que a los difuntos se los exilien a los tanatorios, se maquillen a los muertos y se procure convertir la muerte en una idea vaga, lejana y ajena...Solo mueren los otros.
Hemos dejado de preguntarnos lo fundamental: el sentido y la esencia de la vida, cómo hemos vivido, cómo hemos amado, qué hemos hecho por los demás, nuestro concepto de solidaridad, consuelo, compañía y ayuda, qué entendemos por transcendencia... Porque lo peor no es que apartemos los ojos de la muerte, sino que la desintegremos de la vida. La verdad primera, sobre la que las otras se construyen, es nuestra temporalidad limitada: ella nos hace humanos.
La consciencia de la mortalidad es lo que nos diferencia entre ser personas maduras o permanecer en el infantilismo inicial. Se crea o no en una vida póstuma, porque hasta los católicos en general hemos aprendido la idea de una gracia divina, los rituales y sacramentos se practican , en una gran mayoría, de un modo minoritario y superficial, a la manera de un niño que recita una oración de forma mecánica. De ahí que no hayan perdido el miedo a la muerte: no como un horror al vacío o un salto a las tinieblas ( cuando para ellos debería ser felicidad y alegría por llegar a la presencia de Dios y la vida eterna), sino por ser el abandono de la vida terrenal, de esta vida única con la que parecen contar.
No obstante, la velocidad con que queremos vivir, la intensidad vital, la rapidez con que han de exprimirse las horas, no se entenderá ni se conseguirá si no se pone la idea de la muerte... Supongo que costará menos dejar una vida bien usada para hacer el bien a los demás y a uno mismo, que otra consumida en ilusiones no evidentes: la que transcurrió sin apoyar los pies en el suelo de la muerte. Porque solo en presencia de ella el mundo alcanzará su más hondo significado. Y hoy el mundo merece la pena ser vivido intensamente con independencia del mañana improbable.
Porque la vida no es más que lo que es, lo que está siendo; el resto son construcciones mentales, productos de nuestra memoria o de nuestras esperanzas, de nuestra desesperación o de nuestras ilusiones. Vivir es un misterio del que participamos hasta la muerte: un misterio que solo se realiza ahora y aquí: huelo, veo, toco, oigo y saboreo el presuroso y comedido desfile de la vida.
Es hora de volver a casa. Bajando por la calle principal del cementerio de mi pueblo, camino de la puerta de salida, hago un último homenaje a los que aquí se quedan, poniéndoles cara a los que conocí, pues no tengo tantos habitantes ya dentro de mi. Hago un ejercicio de memoria, de amor, de amistad, de ternura, de cariño y de nostalgia... Les doy las gracias a todos, les acaricio y abrazo con la imaginación por todo lo que me aportaron y significaron en mi vida y me despido de ellos hasta la próxima visita, aunque siempre vengáis conmigo en el recuerdo.
Esta tarde corta de noviembre va llegando a su fin. Ya no queda nadie en el cementerio, solo el silencio sepulcral propio del lugar. La luna aparece colgando de un cielo aún no oscurecido, como la lámpara que se han olvidado de apagar y que queda encendía toda la noche para alumbrar a los muertos... ¡Ojalá encuentren la luz que les ilumine eternamente!... Cuando cruzo la puerta de salida me siento más solo que nunca, voluntariamente más solo que nunca, porque es así como estaremos toda la eternidad. Pero también me siento más libre, más liviano y más conectado con los que un día se fueron y con los muchos que aún siguen conmigo en este camino que llamamos vida.
Aunque no lo sepáis nunca, cuando os perdí, lloré en soledad, lloré en silencio, lloré con el alma... No lloré físicamente, lloré de verdad, de la manera que más duele...lloré sin lágrimas.
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1 mesMemento morí … es la única forma de vivir adecuadamente, no cree doctor ? Gracias por su texto.