Tiempos difíciles
Creo ser una persona normal, trabajadora, tranquila, moderada y tolerante que respeta las ideas de todo el mundo. No soy afiliado ni simpatizante de ningún partido político. No soy escritor ni columnista de ninguna publicación política. Nadie me condiciona para expresarme y hacer lo que creo justo. Pero, a veces, necesito escribir para decir lo que pienso o siento ante determinadas situaciones de las personas con las que convivo y que considero injustas, humillantes y mejorables y con lo que está pasando estos años a nivel mundial. Con todo el respeto, escribo para posibles amigos que todavía no conozco y para personas que no conoceré nunca. Los que conozco, saben cómo soy, cómo actúo, cómo pienso y están hartos de escucharme, sobres estas y otras muchas cosas.
El siglo XXI ha comenzado como un triste signo de los tiempos, que sacraliza y ensalza la mediocridad en nombre de la eficiencia, la eficacia y la cuenta de resultados, y sacrifica la libertad en los altares del éxito a costa de los demás, del poder inmerecido y del dinero fácil y rápido. Porque el poder es similar a una guitarra que se coge con la mano izquierda y se toca con la derecha para embaucar a un pueblo sumiso y sin ideas propias... Si hablas, tendrás desempleo. Si caminas, tendrás violencia. Si piensas, tendrás angustia. Si duda, tendrás locura. Si sientes, tendrás soledad. Así es como el sistema nos condena a múltiples penurias si decidimos rebelarnos. Hoy quiero hablar y rebelarme contra las injusticias que vivimos.
Vivimos tiempos difíciles. Los humanos somos los únicos seres capaces de autodestruirnos y de destruir todo lo que toquemos solo por puro egoísmo, poder, dinero y otros muchos intereses particulares o de una pequeña élite, sin pensar para nada en los demás y el bien general.
Salvo algunas excepciones, desde hace tiempo y a nivel mundial, venimos siendo dirigidos por políticos mediocres o inútiles, sin la formación ni preparación necesarias para los cargos públicos que ocupan, con miles de asesores tan incompetentes como ellos y que nos quieren dirigir la vida con sus políticas erróneas, austeras y que no representan las necesidades de la mayoría de la población. Leyes hechas a medida de quienes les apoyan para perpetuarse en el poder y que solo benefician a una minoría: políticos, poderosos, ricos, malversadores, prevaricadores, ladrones de guante blanco y otros muchos de menor rango, a algunos dictadores y populistas de derecha e izquierda disfrazados de demócratas, a muchos estómagos agradecidos empesebrados a sus escaños o a sus cargos y a demasiados inútiles, incapaces de hacer algo útil y beneficioso por la sociedades a las que dirigen o representan.
Desde hace más de un decenio vivimos en una continua crisis económica y de valores, que actualmente se ha acentuado mucho más con una de las peores pandemias vividas por la humanidad, que nos han dejado millones de muertos y otros tantos con secuelas físicas y sicológicas permanentes y que requerirán recursos sanitarios y sociales durante mucho tiempo.
Gracias a esas políticas mundiales erróneas e interesadas, orientadas a los más poderosos, nuestro planeta se está haciendo cada día menos habitable y confortable: calentamiento global rápido por los gases de efecto invernadero y los contaminantes vertidos a la tierra, al mar o a los ríos, con los consecuentes deshielos de los casquetes polares, largos periodos de sequía que aumentan cada día más la desertización en algunos lugares o inundaciones devastadoras que se llevan todo lo que cogen por delante en otros...
Para que no nos falte de nada, tenemos actualmente una guerra en la frontera este de Europa, con miles de muertos, de refugiados, y millones que allí conviven con el horror, el miedo, el frio, el hambre y la miseria, gracias a los delirios de grandeza y poder de un descerebrado dictador. Esta puede dar origen a la tercera guerra mundial o una guerra nuclear que destruiría todo el planeta, y que nos hace a todos cada día aún más pobres y desiguales, Tenemos un gran aumento de la inflación, con incrementos de precios nunca conocidos en productos básicos y energía, que hacen que las familias no lleguen a final de mes y malvivan o precisen pedir ayuda a sus familiares más cercanos, sus amigos, pedir créditos que no podrán pagar a los Bancos o, como último recurso, recurrir a entidades como los bancos de alimentos y comedores sociales, lideradas por instituciones religiosas, ONG, empresas privadas y a la solidaridad de muchas personas que, con sus pequeñas aportaciones, les ayudan. Hay una deuda pública disparada casi al 120% que dejaremos de herencia a nuestros hijos, con una más que posible recesión que nos acecha. Han crecido la desconfianza y el deterioro de las relaciones hacia los diferentes y un miedo que se ha convertido en un constante en nuestras vidas. Este crecimiento diario de la pobreza y de las colas del hambre, en los comedores sociales y bancos de alimentos, de muchas familias para poder subsistir avergonzaría a cualquier gobierno, si la tuviera, y lo haría dimitir... Se nos ha hecho más difícil tener lo básico para vivir con dignidad, y lo peor, se está perdiendo la esperanza de aspirar a una vida más justa y mejor.
Señores dirigentes y políticos de todo el mundo, salvo algunas excepciones: déjense de descalificaciones, insultos, mentiras, enfrentamientos, discursos vacíos e interesados, de populismos vende humos, de robar o malversar, de políticas y leyes interesadas para los suyos... Hagan su trabajo honesta y honradamente, para eso les votamos y les pagamos generosamente: para llegar a acuerdos y consensos, para no enfrentarnos unos con otros, para decirnos la verdad siempre y para hacer leyes y políticas que beneficien a todos, más a los más necesitados e intentar hacer una sociedad y un mundo más habitable y mejor. Es lo mínimo que cualquier político honrado debería hacer, si no es así, váyanse a sus casas, o como máximo a dirigir su comunidad de vecinos, acepten su incapacidad, inutilidad, falta de actitud y preparación para vuestros cargos públicos y dejen el sitio a quienes sean honestos, honrados, capaces y estén preparados para hacerlo, porque es indignante, reprobable y vergonzoso lo que hacéis diariamente. Gente así no nos deberían representar nunca.
Además vivimos en una sociedad conformista, a veces, casi anestesiada, incapaz de rebelarse contra las injusticias sociales, contra el inmovilismo de las políticas impuestas, que no mejoran la vida de las personas y ayudan a eliminar la contaminación del planeta, e incapaz de responder y solucionar sus propios problemas.
¿Esta situación es la que nos queda por vivir en el futuro?. ¿Qué sociedad queremos para nosotros y para nuestros hijos y nietos?. ¿Tan difícil es hacer entre todos una sociedad mejor, que no deje a nadie atrás y haga un mundo más habitable e ilusionante para todos?. ¿Se imaginan ese mundo idílico donde todos empatizáramos, no solo con la familia, amigos y personas cercanas, sino todos con todos, toda la población mundial?. Todos nos preocuparíamos por todos a nivel particular y a nivel general, para el beneficio de toda la humanidad... Se acabarían las desigualdades, la pobreza, el hambre, el paro, las guerras, la crisis económica y todos los problemas creados por los intereses propios y egoístas de cada persona.
¿Es esto posible?. En general somos egoístas y defendemos solo nuestros propios intereses de sociedades super desarrolladas y capitalistas, sin pensar en los demás que se quedan atrás con su subdesarrollo, su pobreza, sus miserias, su hambre y sus miedos. Algo que no queremos ver, escuchar, leer ni imaginar, que no sale en las noticias en horas de máxima audiencia, porque nos removerían las conciencias, mientras estamos sentados cómodamente en el salón de nuestras casas, o actuamos lavando nuestras conciencias con actos o ayudas irrisorias o mentira, casi siempre de cara al público, para que nos vean lo bueno que somos con los necesitados.
Ya no digo que haya un mundo idílico, pero si un mundo más justo, más habitable y mejor sería posible. Me niego a pensar que esta posibilidad sea una utopía. Espero y deseo que el hombre, el ser inteligente más poderoso de este planeta, capaz de resolver los problemas más difíciles, lleno de buenos sentimientos, valores humanos y capaces la de los mayores logros y mejores acciones solidarias y justas, sea capaz, más pronto que tarde, de cambiar el rumbo y el destino del futuro que nos queda por vivir y el de todos nuestros descendientes. En ello confió.
Y mientras este deseo y esperanza mía llega... ¿Qué está pasando en nuestra sociedad?. En todos estos años se escucha una palabra que enmarca la realidad por encima de otras, que se impone y que se repite continuamente para definir estos tiempos que vivimos, una palabra que viene acompañada de un conjunto de medidas y actuaciones, incluso emociones y determinaciones. Me refiero a la palabra: Crisis, que por definición es algo puntual para la que se nos exige un esfuerzo puntual y momentáneo de respuesta. Pero llevamos más de una década manteniendo un marco de interpretación de la realidad que nos habla de una crisis profunda y permanente, que nos obliga a tomar medidas siempre excepcionales y únicas y esfuerzos que no se nos pedirían en otras circunstancias.
Se trata de que nos plantean que vivimos en estado de crisis, en estado de shock, en traumas y problemas permanentes, con los que justifican los recortes en numerosos recursos y prestaciones sociales, e incluso en libertades o grandes conquistas adquiridas anteriormente y los aumentos de impuestos directos e indirectos.
La crisis acompañada de una emoción primaria, tan potente como peligrosa: el miedo, de un miedo global que nos individualiza y nos hace más vulnerables. Esto supone un cambio de sociedad que utiliza el miedo y la crisis como aliados para obtener sus fines, que se incentiva y potencia de manera planificada, estructurada y pensada con el objetivo de cambiar nuestra sociedad, nuestros valores y nuestra forma de vivir.
Se establece este marco que nos divida e individualice, que nos haga pensar que solo en nuestro propio interés, en salvar lo que podamos, en salvarnos en un mundo inhóspito en guerra, en lucha permanente, en el que solo sobreviven los más fuertes y en el que la competencia es feroz y constante.
Este binomio de crisis y miedo nos lleva a la búsqueda de refugios identitarios, a diferenciar entre los míos y los otros, a poner fronteras y barreras, a dividir y a romper respuestas colectivas, a la proliferación de banderas y símbolos excluyentes: el que tiene prestación económica y el que no la tiene, el que tiene trabajo frente al que no lo tiene, el español frente al de fuera.., individualismo, xenofobia, muros, miedo, en los que se construyen culpables sencillos, chivos expiatorios a los que responsabilizar de nuestra precaria situación y crisis permanente con la que justifican los recortes necesarios y subidas de impuestos precisas para mantener este estado.
Se trata de romper las respuestas colectivas y comunitarias, de establecer que lo dominante sea "salvarse" como se pueda, en competencia despiadada con los otros que no son los míos. se trata de establecer explicaciones y respuestas individualistas y autoculpabilizadoras, se vuelve así a sistemas de respuesta caritativos y basados en la beneficencia y el asistencialismo, a los viejos planteamientos de ayudar a los pobres, no por justicia, sino por caridad, no porque sea un derecho. Los que caen en desgracia son responsables de lo que les pasa y hay que buscar explicaciones individualizadoras de su situación, hay que ayudarles a asumir su situación y a llevarla lo mejor posible.
¿Cómo podemos ayudar a las personas en estas situaciones?. El miedo y la crisis llevan a vivir al día, a sobrevivir, a centrarse en el presente porque no ven un futuro que les merezca la pena.
El miedo aparece como un elemento clave presente y estimulado con el objetivo de silenciar una posible respuesta social. El miedo como elemento esencial de una estrategia económica global en la que resulta clave la colaboración de los grupos que sufren los efectos del desigual reparto de la riqueza, sintiendo miedo y así contribuyendo a lo que se pretende: tolerar, asumir, aceptar, sentirse responsable y culpables.
La crisis como discurso, se usa para recortar derechos y libertades, para dificultar la opción de cambiar las cosas, la política, las instituciones, para que todos pensemos que estamos en una lucha permanente de todos contra todos en la que lo único importante es salvarse uno mismo y en la que se destruyen las respuestas colectivas, las redes de solidaridad, y sobre todo, la respuesta critica. La crisis y el miedo son dos instrumentos para un cambio de valores encubiertos, para un cambio de sociedad. En un clima dominado por el miedo y la inseguridad encontramos un terreno abonado para la fragmentación social, para la xenofobia, para las identidades excluyentes.
Como decía en una de sus campañas Amnistía Internacional " la pobreza es la peor crisis de derechos humanos: exige dignidad". y, dignidad es cambiar las condiciones que llevan a la pobreza y no a las personas para que acepten sus condiciones de vida injustas. Pobres contra pobres, como de costumbre, pues la pobreza es una manta demasiado corta, y cada cual tira para su lado.
La crisis y el miedo se usan como excusa y cobertura para tomar decisiones y presentarlas como asumibles, y el único camino a seguir, se usan para romper el pacto social establecido desde el pasado en el que se daba cobertura a derechos y necesidades básicas ( sanidad, pensiones, educación, servicios sociales...). Se socializan y reparten las pérdidas de los que causaron la crisis para que la factura y las consecuencias las paguemos entre todos, se rescatan a Bancos en vez de a las personas, mientras se recorta en derechos, en inversiones públicas y se habla de austeridad como algo necesario pero solo aplicado a la parte más débil de la sociedad y se enmascaran decisiones subjetivas ante diversas alternativas, como respuestas únicas, objetivas y dolorosas pero necesarias, la única terapia ante una situación de emergencia.
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La austeridad contribuye al aumento de las desigualdades que harán que esta situación de fragilidad económica perdure exacerbando innecesariamente el sufrimiento, el aumento de la tasa de desempleo, la disminución de salarios, y crea más desigualdad. No existe ninguna economía que haya vuelto a crecer gracias a programas solo de austeridad y subida de impuestos.
No es solo la crisis, sino por un nuevo modelo de sociedad basado en la pobreza estructural, riesgos constantes de exclusión que afectan a amplios sectores de la población, precariedad extendida, incremento de las desigualdades, menores oportunidades de crecimiento, falta de comunicación con los demás y persecución al diferente.
Los datos actuales son claros. Nos muestra una sociedad diferente a la que anteriormente conocíamos, con importantes repercusiones en las formas de vida y efectos sicológicos y sociales de estas situaciones.
Aumento de la desigualdad, el desempleo y la pobreza, mientras se publican los enormes beneficios económicos de los más poderosos y ricos y las múltiples corrupciones políticas y de todos los partidos y todo el ámbito de la vida pública que no reponen a las arcas públicas lo robado o malversado ni apenas cumplen penas de prisión o son indultados, que generan un contexto de injusticia, y de una profunda crisis de valores democráticos que deben indignarnos, conmovernos, comprometernos y movilizarnos. Estamos en unos niveles de pobreza inasumibles y vergonzosos, en unos niveles de desigualdad y recortes de derechos inaceptables. Hay un empobrecimiento generalizado de la sociedad.
Se combinan grandes niveles de desempleo, pérdida de capacidad adquisitiva de la población con rentas mínimas disponibles en descenso y debilitamiento mediante recortes de políticas sociales como la sanidad o servicios sociales. Cada día hay más personas sobreendeudadas, porque es coste de la vida se ha incrementado muchísimo y sus ingresos han disminuido. La pobreza infantil va aumentando exponencialmente, y los jóvenes se ven privados de la posibilidad de soñar con un futuro optimista.
El futuro no existe, hay que sobrevivir, responder a nuestra propia situación de emergencia que es crónica y permanente. Y como consecuencia de todo esto aumenta la inseguridad, el miedo, la indefensión, la desesperanza, una peor calidad de vida, desmotivación, exclusión... El futuro no existe para una gran mayora, solo se puede sobrevivir y vivir al día.
El porcentaje de enfermedades mentales es mucho más alto en los países más empobrecidos, los desórdenes de ansiedad, de control de los impulsos, de depresiones y de otras patologías están altamente relacionados con la desigualdad.
El efecto sicológico de ser pobre a pesar de madrugar diariamente para ir a trabajar puede ser incluso más devastador que el de desempleo de larga duración. este último tiene, al menos, la esperanza de encontrar un trabajo. El trabajador pobre, en cambio ya tiene una nómina y no ve que otra cosa puede hacer para escapar de su miseria.
Una gran parte de la sociedad vive en una situación precaria, lo que genera inseguridad, se malvive o se sobrevive en una situación límite en la que gastos imprevistos o una pérdida del empleo o empeoramiento de las condiciones laborales, los lleva a perderlo todo: son economías vulnerables, vidas vulnerables, y cuatro de cada diez personas están en esta situación.
Le fracaso determina gran parte de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro, y su pérdida hace que se tambaleen los cimientos de nuestra identidad y nuestros planes de vida.
Ante estas situaciones críticas aparecen experiencias emocionales muy intensas que pueden resultar desadaptativas en muchas ocasiones. Rabia , vergüenza, culpa, tristeza, frustración, impotencia, etc, Son emociones que vividas de forma intensa y sin la canalización adecuada conducen al aislamiento social, a la soledad existencial y, sobre todo, generan una percepción extremadamente negativa de sí mismo y de su nivel de competencia, en la persona que lo experimenta.
Vivimos en una situación crítica, una crisis no sólo en lo económico provocada por varias situaciones y por unos dirigentes incompetentes, sino también una crisis de valores que afecta de forma importante a la confianza y credibilidad en las instituciones políticas, económicas y sociales que nos representan, una situación que no puede dejar indiferente a nadie.
La neutralidad no existe, especialmente en las situaciones de injusticia. Ser neutral es tomar parte por los más poderosos que nos manejan y manipulan, y yo siempre he optado por estar junto a los que más sufren y a los más necesitados de la sociedad. Esta decisión es la que me hizo elegir la profesión que tengo. No intervenir no significa ser neutral, sino ponerse al lado del poderoso.
Lo que tenemos y debemos hacer es trabajar cara a cara con estas personas más vulnerables, acompañándolas, reconociéndolas y reivindicando con ellas un trato justo. La dignidad y su recuperación es evitar cosificar o estigmatizar, reducir a simples etiquetas a aquellas personas que tenemos delante. Estas personas son mucho más que un delincuente, que un mendigo, que un pobre sin techo o un drogodependiente. Hay que defender que cualquier persona, sea cual sea su situación es, por encima de todo, persona y como tal merece ser tratada.
Se necesita cambios en las personas para cambiar las sociedades, flexibilidad y creatividad ante los bloqueos y esperanza ante la indefensión. Necesitamos ser capaces de entender que las relaciones de poder no son inmutables.
Pedir que las cosas mejoren y se superen las dificultades y las desigualdades, así como actuar respondiendo a las personas que sufren, proporcionándoles atención, es un deber de todo buen ciudadano.
El acceso a la salud física y mental debe ser un derecho que hay que reivindicar. Nunca se debería recortar en salud, pues la salud es nuestro mayor tesoro y nuestro principal activo para tener opciones de hacer más reivindicaciones para vivir mejor. Cuidarla es un derecho, pero también un deber de todos.
Los profesionales de la salud no solo debemos trabajar con las personas, sino también con los contextos sociales. Reivindicando un marco saludable y un entorno más justo. Empatizamos, nos comprometemos, acompañamos, damos apoyo, combatimos la indefensión y la resignación y asumimos el papel de mejorar la salud física y mental de todos; trabajamos desde la aceptación incondicional de cualquier persona, desde la mirada positiva y optimista, desde la resiliencia y desde el deseo de ayudar a hacer una sociedad más justa, próspera y segura, donde se conviva mejor, sin miedos y donde dejemos un mundo mejor a las generaciones futuras... !Que mi deseo no sea una utopía¡.
Ante estas situaciones de injusticia, nada tendría de malo, y nada tendría de raro que se nos rompiera el corazón de tanto usarlo y actuáramos en conciencia prestando nuestra ayuda desinteresada a los que más lo necesitan y alzando la voz para denunciar la injusticia que podemos observar cada día.
Debemos afrontar el futuro con la posibilidad de que saldrá bien. Y si quieres que tu vida trascienda, solo debes de ser honesto contigo y con los demás.
Referencias consultadas:
UNICEF. EAPN. Amnistía Internacional. Intermón Oxfam. Fundación FOESSA. EPA. Fouce Fernández. Bauman. Galeano. Martín Baró. Kleim. Reguilló. Rosas I. Stilglitz. Nilkinson y Pickett.