Una reforma de la jubilación para retirarse diferente y más tarde
Un español que se jubile hoy habrá cotizado, de media, a lo largo de su carrera profesional unos seis años más que otro que lleve retirado desde 2000. Las trayectorias laborales se han ido adaptando a los tiempos. Hoy se empieza más tarde, pero gran parte del negocio se hace bajo fórmulas legales y reguladas. Sería faltar a la verdad decir que alguien que se hubiere jubilado en 2000 trabajó menos años que alguien que se jubile hoy, ya que probablemente ya a una tierna edad le tocó hacer menesteres –servir mesas en el bar familiar, acompañar al padre pintor, sacarse un dinero en verano recogiendo la cosecha del vecino…- de los que nada supo la Seguridad Social. Las abuelas de mi genereación –soy un ‘millenial’- empezaron a ‘servir’ antes que a lo que se consideraba trabajar y mucho antes que aprender a leer.
Lo que sí es tangible es que cada vez más las carreras profesionales formales son más largas y es que los estados occidentales han ido moldeando sus sistemas de pensiones para tratar de acompasar la cada vez mayor esperanza de vida con cotizaciones más largas. También hay que decir que de momento gana más años el trabajo que la vida, ya que en los últimos 20 años ha aumentado en casi cinco años la esperanza de vida y en casi seis años la media de carrera profesional.
Bajo esa premisa de alargar las trayectorias laborales se ha fraguado la reciente pactada reforma del sistema de jubilación, que introduce novedades en materia de jubilación parcial, activa o anticipada. Los detalles concretos de la misma se los dejo en este enlace, por si tiene a bien dedicarle unos minutos y le hace servicio.
La idea del Gobierno ha sido reforzar el sistema de incentivos y desincentivos para equiparar la edad legal de jubilación con la efectiva, ya que todavía hay un grupo importante de trabajadores que apuran todas las posibilidades para salir cuanto antes del mercado laboral. Aunque ello implique que luego les queda peor pensión. Recordarle que oficialmente la edad legal de jubilación está en 65 años, si se tienen 38 años y medio cotizados, o en los 66 años y medio, si no los tiene.
El Ministerio de Inclusión, dirigido por Elma Saiz, ha intentado armar una reforma balanceada, bajo siempre la estricta vigilancia de Bruselas, alérgica –en aras de la ortodoxia- a cualquier cambio que implique un aumento del gasto público.
La reforma habilita una serie de mecanismos flexibilizadores para quién quiera salir algo antes del mercado laboral, a través de la jubilación parcial y que tendrá ahora un recorrido un año más temprano y más escalonado. También para quien quiera seguir, a través de la jubilación activa. Tiene sentido ofrecer salidas diversas a carreras laborales cada vez más diversas y menos uniformes, como las que la economía 'fordista' generó. Y también cultivar los hábitos a través de la lógica de la 'zanahoria' y no la de la obligación.
Si bien uno de los riesgos que entraña la reforma, que ahonda en la línea ya de los cambios introducidos por el antiguo ministro José Luis Escrivá, es premiar a aquellas personas que, por salud y situación personal, se puedan permitir trabajar más años y alargar sus carreras. En detrimento de quienes no puedan, lo que puede acabar generando jubilados de primera y de segunda, en cuanto a nivel de ingresos. Ya que coincide que quienes más pueden alargar sus carreras también suelen ser los que más vienen cobrando, ergo, mejor pensión tendrán. Harían bien los futuros gobiernos de marcar de cerca este riesgo y atajarlo si bien que se materializa.
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En un país, como el nuestro, de bajos salarios y altos precios de la vivienda, el sistema de pensiones tiene un alto componente redistributivo. No necesariamente entre clases sociales, sino dentro de las mismas y es que la pensión de más de un abuelo ha sido y es el comodín para llegar a final de mes de hijos y nietos. Reforzar las desigualdades en el sistema de pensiones fácilmente perpetuará o ahondará en las desigualdades del conjunto de la sociedad.
✍️ Por Gabriel Ubieto
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