¿Y tú, en qué trabajas?

Para muchos españoles el trabajo lo es todo. Desde hace siglos creemos que imprime carácter, puntualidad, iniciativa, honestidad, autodisciplina y, sobre todo, valor en las personas. También creemos que el mercado laboral, donde encontramos el trabajo, ha sido relativamente eficiente en lo que a asignar oportunidades y salarios se refiere. Y también nos hemos creído, hasta cuando es una mierda, que trabajar da sentido, propósito y estructura a nuestras vidas. Sea como sea, de lo que estamos seguros es de que nos saca de la cama por las mañanas, de que paga las facturas, de que nos hace sentir responsables y de que nos mantiene alejados de la televisión por las mañanas.

Estas creencias ya no están justificadas. De hecho, ahora son ridículas, porque ya no hay bastantes trabajos disponibles y porque los que quedan ya no sirven para pagar las facturas, a no ser, claro está, que hayas conseguido un trabajo como traficante de drogas o banquero en Wall Street, y en ambos casos te habrás convertido en un gánster.

Hoy en día todos pretenden solucionar el desmoronamiento del mercado laboral fomentando el “pleno empleo”, como si tener un trabajo fuera en sí mismo una cosa buena, sin tener en cuenta lo peligroso, exigente o degradante que pueda llegar a ser.

No voy a poner aquí ni cifras ni porcentajes porque sería extremadamente aburrido, pero todos sabemos a día de hoy que una persona sola con un salario “de los normalitos” es incapaz de vivir sola y ser autosuficiente. Es incapaz de hacerse cargo de un alquiler de una vivienda modesta para ella sola, de pagar las correspondientes facturas de consumos, vestirse, comer, transporte y algo de ocio. Imposible. El mercado de trabajo ha fracasado, como casi todos los demás.

Los trabajos que se evaporaron durante la crisis económica no van a volver y si vuelven de entre los muertos (que lo han hecho), son zombis, del tipo temporal, de media jornada o cobrando el salario mínimo, y con los jefes cambiando tus horarios todas las semanas.

He trabajado bajo contratos temporales, de esos que te llaman, empiezas al día siguiente a sustituir a una empleada que está de vacaciones dos semanas, y según terminas no te deben ni un euro porque lo cobras todito todo en la nómina. A 5 euros la hora, ¡señores! Menudo chollo. Contratos de 3 días que me han jodido la prestación por desempleo, pero claro, para uno que quiere hacer las cosas de manera legal... El salario mínimo de las empleadas del hogar es de 7’04 la hora y el de los trabajadores temporales y eventuales a 5’34 euros la hora (datos para 2019). Y que luego vas al SEPE y te das cuenta de que hacienda te penaliza por cambiar de trabajo. Y es para decirle a la Sra. Hacienda que no es que yo cambie, es que no hay más cojones, que me tengo que ganar la vida de alguna manera.

Y no me digáis que subir el salario mínimo a 15 euros por hora es la solución. Nadie duda del enorme significado ético de la medida, pero con este salario, ¿qué sentido tiene cobrar un sueldo que no sirve para poder ganarse la vida, sino para demostrar que se tiene una ética de trabajo?

Así que nuestra gran crisis económica es una crisis de valores tanto como una catástrofe económica. También se la puede llamar impasse espiritual, si os apetece y queréis poneros filosóficos, ya que hace que nos preguntemos qué otra estructura social que no sea el trabajo nos permitirá imprimir valor, si es que el valor en sí es algo a lo que debemos aspirar. Aunque ese es el motivo de que sea también una oportunidad intelectual: porque nos obliga a imaginar un mundo en el que trabajar no sea lo que forja nuestro valor, determine nuestros sueldos o domine nuestras vidas.

En pocas palabras, esto hace que podamos exclamar: ¡basta ya, a la mierda el trabajo!

Sin duda, esta crisis hace que nos preguntemos: ¿qué hay después del trabajo? ¿Qué harías si el trabajo no fuera esa disciplina externa que organiza tu vida cuando estás despierto, en forma de imperativo social que hace que te levantes por las mañanas y te encamines a la fábrica, la oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o adonde sea que trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas regresando? ¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?

¿Cómo sería nuestra sociedad y civilización si no tuviéramos que “ganarnos” la vida, si el ocio no fuera una opción, sino un modo de vida?

Mi intención con esto no es proponer una reflexión extravagante. Hoy en día, estas preguntas son de carácter práctico porque no hay suficientes trabajos para todos. Así que ya es hora de que hagamos más preguntas prácticas: ¿Cómo se puede vivir sin un trabajo? ¿Es posible recibir un sueldo sin trabajar para obtenerlo? Para empezar, ¿es posible?, y lo que es más complicado, ¿es ético? Si te educaron en la creencia de que el trabajo es lo que determina tu valor en esta sociedad, como fuimos educados casi todos nosotros, ¿sentiríamos que hacemos trampas al recibir algo a cambio de nada?

Cuando tenemos fe en el trabajo duro, estamos deseando que nos imprima valor, que nos vean como seres humanos hechos y derechos, pero al mismo tiempo estamos esperando, o confiando, que el mercado de trabajo asigne los ingresos de manera justa y racional. Ahí es donde está el problema, que estos dos conceptos van juntos de la mano. El carácter y el valor puede provenir del trabajo sólo cuando vemos que existe una relación evidente y justificable entre el esfuerzo realizado, las habilidades aprendidas y la recompensa obtenida. Cuando ves que tu salario no tiene ninguna relación en absoluto con tu producción entonces empiezo a dudar de que el valor sea una consecuencia del trabajo duro.

Cuando veo, por ejemplo, que algunos están haciendo millones blanqueando el dinero de los cárteles de la droga, que venden deudas incobrables de dudoso origen a los gerentes de fondos de inversión y que tienen sociedades en paraísos fiscales, mientras que yo tengo problemas para llegar a fin de mes aun teniendo un trabajo a tiempo completo, me doy cuenta de que mi participación en el mercado laboral es una gilipollez. Sé que forjar mi valor a través del trabajo es una tontería porque la vida criminal sale rentable, y lo que debería hacer es convertirme en un gánster, político y ladrón de poca monta.

Por ese motivo, la crisis económica que estamos sufriendo también es un problema ético, el famoso impasse espiritual, y una oportunidad intelectual. Hemos apostado tanto por la importancia social, cultural y ética del trabajo, que cuando falla el mercado laboral, como lo ha hecho ahora de manera tan espectacular, no sabemos explicar lo que ha pasado ni sabemos encauzar nuestras creencias para encontrar un significado diferente al trabajo.

El trabajo lo es todo para nosotros, habitantes de sociedades mercantiles modernas, independientemente de su utilidad para imprimir valor y distribuir ingresos de manera racional, y bastante alejado de la necesidad de vivir de algo. El trabajo ha sido la base de casi todo nuestro pensamiento sobre lo que significa disfrutar de una vida plena.

Por eso la inminente desaparición del trabajo plantea cuestiones fundamentales sobre lo que significa ser humano. Para empezar, ¿qué propósito podríamos elegir si el trabajo, o la necesidad económica, no consumieran la mayor parte de las horas que pasamos despiertos? ¿Qué posibilidades aparecerían? ¿Cómo cambiaría la misma naturaleza humana cuando el privilegio sobre la ociosidad se convierte en un derecho innato?

¿Podemos dejar que la gente reciba algo a cambio de nada y aun así tratarlos como hermanos y hermanas, miembros de una preciada comunidad? ¿Te imaginas el momento en el que acabas de conocer en una fiesta a una persona desconocida que te atrae, o estás buscando a alguien en Internet, a quien sea, y no le preguntas: “¿y, en qué trabajas”?

No obtendremos ninguna respuesta a estas preguntas hasta que no nos demos cuenta de que hoy en día el trabajo lo es todo para nosotros, y que de ahora en adelante ya no podrá ser así.

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