3 formas de encontrar silencio en un mundo lleno de ruido
En silencio tenemos la posibilidad de asimilar la información que ya recibimos. Somos capaces de elaborar ideas propias, más allá de la pre digestión a la que la información constante nos tiene acostumbradas.
En silencio descansan las neuronas y las cuerdas vocales. Cambiamos el switch, de “recibiendo” a “procesando”. Puede ser un requisito fundamental para sacar conclusiones poco apresuradas sobre el próximo paso, sobre quiénes somos realmente, sobre qué deseamos en nuestro fuero más íntimo.
Vivimos en un mundo que no hace demasiado lugar a la ausencia de sonidos, a la falta de palabras. El silencio incómodo es un invitado no deseado, que se conjura hablando sin parar. Seguro que lo inventó una persona a la que le costaba quedarse callada.
Vivo la ausencia de sonidos humanos como una habitación confortable, una posibilidad siempre deseada. Una parte del proceso de transformación hacia quien quiero ser depende de mi capacidad de resignificar los instantes de silencio.
Cuando contemplo la naturaleza, la grandeza del mundo otorga otra dimensión a mis problemas inflados de ego.
Cuando camino, la proximidad con el sendero me recuerda cuán importante es valorar el proceso, incluso más que el resultado. Y esa información me es valiosa porque tiendo a olvidarlo con frecuencia.
Cuando medito, elijo el aquí y el ahora. Decido conectarme con el momento presente, con lo que está entre mis manos.
Estas son tres formas en las que nutro mis pensamientos, en ellas descubro que, ante el silencio de estímulos externos, se abren mil posibilidades de percibir el delicado balance de mi mundo interno, donde el sentir, el pensar y el hacer se entretejen todo el tiempo. Como si mi yo más profundo fuese una arañita laboriosa que trenza su red con arte sutil.
El silencio de verdad es raro. Como a un animal asustadizo, hay que hacerle lugar, darle espacio, para que se acerque y tome confianza. Cuando llega y se queda con nosotras, la magia sucede.