BARDO DE UN DÍA DE MUERTO:         El estado de tránsito para el renacer  
en la cultura mexicana; según Alejandro González Iñárritu

BARDO DE UN DÍA DE MUERTO: El estado de tránsito para el renacer en la cultura mexicana; según Alejandro González Iñárritu

Por Prometeo Murillo

“Lo que ha nacido morirá, lo que se ha recogido se dispersará, lo que se ha acumulado se agotará, lo que se ha construido se derrumbará y lo que ha estado en alto, descenderá”.
Buda

I.                   El Bardo de los mexicanos

Durante un largo luto personal, una querida amiga me contó sobre sus herramientas budistas para sobrellevar las pérdidas, y me recomendó leer El libro tibetano de la vida y de la muerte, una de las más asequibles versiones traducidas (e interpretadas) para occidentales del Bardo Thödol (o Libro tibetano de los Muertos). Este libro habla en sí de los 49 días de transición entre un cuerpo y otro, en lo que los budistas ortodoxos aseguran es el proceso de la reencarnación. Es un libro atípico, denso y complejo ¿De qué otra forma podría abordarse un tema semejante?

Así, Alejandro González Iñárritu estrenó Bardo (Netflix, 2022), en la que sencillamente decidió autocomplacerse, sin que esto signifique egoísmo o autoelogio, como lo ha señalado la crítica especializada y no tan especializada; la película está muy lejos de ser mala y es, al contrario, buenísima; solo que está contada en un lenguaje más afortunado en otras artes: la introspección.

Alejandro González Iñarritu (CdMx, 1963) confeccionó una suerte de Rayuela del cine, obra que puede iniciar desde cualquier punto de ésta y tener perfecto sentido… porque no lo tiene. Es el lector o espectador -al caso- quien debe darle significado… o no. El Bardo de Silverio (alter ego de Alejando González Iñárritu; interpretado por un genial Daniel Jiménez Cacho), es -localmente- una suerte de paso por el Mictlán, de un Día de Muertos mexicano, donde penan los que quedaron en un limbo de identidad.

No es un tema nuevo en la narrativa del autor. Está presente en 21 gramos (2003) y Babel (2006), y claro, en El Renacido (2015), donde habla de los caminos que el hombre muerto debe tomar para volver acá, donde se supone, está la vida. No es casual que la traducción más directa de The Revenant sea más asertiva como El redivivo, según la RAE. «Redivivo (a)» adj. Aparecido, resucitado.

Reencarnado. Silverio Gama (sí, así como los del Mariachi Gama Mil) transita del pasado al futuro, de lo mexicano a lo cósmico, del indie al mainstream, del niño al hombre, del hombre al niño, del hijo al padre y al espíritu santo y esto le sucede de una manera tan interna que es imposible decir donde empezó o dónde podría terminar.

Bardo es “una crónica de incertidumbres… un ejercicio pretencioso e innecesariamente onírico. (donde) Lo onírico solo oculta una mediocridad en su escritura. Una sumatoria de escenas carentes de sentido, (en la que) nos sabes si morirte de hueva, jetearte o cagarte de risa. Todo está dicho como en metáfora, pero sin inspiración poética. Como si se lo hubiera robado de algún lado. Un plagio mal encubierto. Banal y fortuito… absurdo. ¿Lo peor de todo? (El Negro) no pudo con su pinche ego y se metió en la película, usando las glorias de la historia para hablar de sí mismo”. Aunque no lo crea, este texto es una autocrítica premonitora contenida dentro de los diálogos entre Silverio y Luis, su ex colega, discuten en la azotea del California Dancing Club. En el cine, nada es casual.  

Bardo, se compone de una historia personal fragmentada en series de momentos espirales, que hacen referencia de sí, en todo momento (por lo que cobra mejor significado cuando la vez dos o tres veces), en una dimensión simbólica que cuestiona ese tránsito complejo del debe morir para entender su vida.

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Los dos Silverios

II.                 DOS PATRIAS, UN HOGAR

La cosmovisión de las culturas originarias, la mexica para ser específico, concebía la muerte como parte de un ciclo de la vida misma. Fray Bernardino de Sahagún escribió sobre ese concepto dialéctico de la vida y la muerte, en el que afirmaban no perecían, solo comenzaban una vida nueva, un revenir.

Así, los neo-mexicas de México y el mundo que, como Silverio Gama, mamamos cultura e idiosincrasia mientras -al grito de guerra- nos descocemos por lo mexicano y sus significados reclamamos a la vez nuestra genética 15% española y 5% portuguesa. O nuestra plena identificación con lo francés, lo estadunidense, o lo casualmente universal.    

La dolorosa Frida Kahlo pintó un Bardo: Las dos Fridas. Un despliegue de identidad en un doble autorretrato que cuestiona la dualidad del existir. Silverio Gama se retrata así, como un chilango, whitexican, posmo, babyboomer, liberal y beligerante si de defender sus procederes profesionales y artísticos, mientras cruza una frontera que divide su propio territorio.

Pero, el territorio -lo sabemos ahora- es un constructo. El territorio nos define al tiempo que, nosotros definimos el territorio. ¿Dónde está México sino en un corazón? Así se lo reclama Hernán Cortés, sentado en la cima de su holocausto, mientras la farsa se revela como utilería cinematográfica de rutilante tecnicolor.

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Daniel Jiménez Cacho y Alejandro G. Iñárritu

III.               UN PERRO NEGRO

A veces madre, siempre madrastra, la “mezticidad” (válganme el neologismo), nos adopta una y otra vez en nuestro linaje, y rencarna. Los ajolotes, desde la mirada de Roger Batra, o Octavio Paz, revisitado en Piedra de Sol, con un poema de un poeta venido a cineasta, Alejandro G. Iñarritu, El negro; el pinche perro negro de los amores que matan.

Premiado hasta la coronilla, González Iñarritu ha recibido los premios Oscar al Mejor Director (2016), a la Mejor Película (2015), al Mejor Guion Original (2015); el Premio BAFTA a la Mejor Película (2016); el Premio Globo de Oro al Mejor Director (2016) y el Premio del Festival de Cannes al Mejor Director (2006); entre otra veintena de premios internacionales de primer orden en la cinematografía mundial. Es nuestro Messi del cine mexicano, sin que nadie le cuestione mérito alguno. O al menos eso creíamos.

Bardo, es una obra maestra, estrictamente compleja pero visualmente simple. Poesía, sin duda, llevada a la imagen para continuar con un discurso añejo y sin conclusiones sobre lo que significa, vivo o muerto, ser mexicano en el mundo.

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