¿Es paradójica la transformación de las Organizaciones?

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Nadie puede predecir el futuro de manera precisa. Podemos especular, e incluso intentar adivinar cómo creemos que será, pero el futuro, acabara por sorprendernos. Lo que si podemos intuir, con un alto índice de probabilidades de acierto, es que el futuro va a ser diferente a lo que conocemos ahora, y que tendrá sus raíces en el mundo de hoy.

Cuando pensamos en el futuro pensamos en cambio, evolución, adaptación, revolución, transformación, progreso. Sin embargo, la verdad es que nuestro presente, salvo en los ordenadores y las comunicaciones, es extrañamente arcaico, y no ha sufrido grandes transformaciones desde mediados del siglo XX.

A pesar de todo ello, el futuro nos asusta o por lo menos nos intimida.

La mayor parte de nuestros clientes están inmersos en profundos procesos de transformación: Transformación digital, transformación cultural, transformación estructural, transformación de identidad…, pero hay un hecho que se mantiene invariablemente constante, y es que, en las grandes organizaciones hacer grandes cambios es difícil. Las jerarquías burocráticas son lentas, los intereses creados huyen del riesgo.

Los físicos del Siglo XIX pronosticaron lo que denominaron el equilibrio a largo plazo, un estado en el que toda la energía se distribuiría equitativamente hasta quedar en reposo, se conoce como la muerte térmica del universo. En el mundo de la empresa sucede lo mismo. El equilibrio competitivo significa estasis, y el estasis significa muerte.

Llegamos así a una primera conclusión: toda empresa es exitosa en tanto en cuanto haga algo que las otras no puedan hacer, no saben hacer, o no se atreven a hacer. Y aquí, en teoría, entra la tecnología. La tecnología es milagrosa dicen algunos, nos permite hacer más con menos, marca supuestamente un antes y un después, facilita los saltos cualitativos,…

Pero la realidad, también es tozuda. Para que una compañía sea valiosa debe crecer y permanecer. El problema radica en que el crecimiento es fácil de medir, pero la durabilidad no, de manera que muchos directivos se concentran en el crecimiento, y lo hacen desde una lógica de la inmediatez, con una visión cortoplacista, infravalorando la planificación a largo plazo, dejando al azar un futuro que ven como algo aleatorio.

Darwin decía que la vida tiende a “progresar” sin que nadie lo pretenda, o lo que es lo mismo, el progreso sin planificación. Este concepto también está ahora muy de moda, son las “lean-startup”, organizaciones extremadamente flexibles que se puedan adaptar y evolucionar con enorme rapidez incluso en entornos continuamente cambiantes.

Pero la realidad es que la flexibilidad es una metodología, nunca una meta.

Y en todo este contexto, ¿Dónde quedan las personas, nuestros empleados? ¿De qué forma seremos capaces de adoptar los cambios que necesitan las empresas sin prescindir de muchos de ellos? ¿Qué pasos debemos dar para que ellos implementen con éxito los cambios que diseñamos en los despachos de la alta dirección? ¿De qué forma los transformamos, los adaptamos, los evolucionamos, los mejoramos, los mentalizamos, los motivamos, los movilizamos…?

Debemos trabajar desde la complementariedad, entender que hombres y máquinas somos buenos en cosas radicalmente diferentes. La complementariedad entre tecnología y personas no es solo un hecho a gran escala, es también el camino para mejorar la competitividad de las organizaciones en entornos sometidos a grandes niveles de incertidumbre.

Quizás me equivoque, o mejor, seguro que me equivoco, pero estoy convencido de que la sustitución de humanos por máquinas, no es un problema para nuestra generación, ni siquiera para la generación de nuestros hijos, es un problema para el Siglo XXII.

Concentrémonos entonces en crear un futuro mejor, y empecemos a trabajar en ello desde ya. Como Tolkien escribió en El Señor de los Anillos: “El camino sigue y sigue, desde la puerta”.