Felicidad virtual

Si levantas tu vista del teléfono podrás ver que la mayoría de las personas tienen la cabeza agachada con la vista en el suyo. A medio pasillo en el súper, en el salón de clases, en el consultorio del doctor, en la fila, caminando en la calle, en el cine –la siguiente vez que vayas a ver una película observa las luciérnagas que aparecen durante la función-, en la cama, en la mesa, en el baño, en todos lados, todo el tiempo. Estamos pegados al celular.

Los teléfonos celulares y las redes sociales están cambiando nuestras vidas y el tema es controversial. Una pregunta que recibo con frecuencia es: ¿Cómo afecta el uso de teléfonos inteligentes y redes sociales nuestra felicidad?  Y las personas que preguntan casi siempre imprimen un tono que sugiere la sospecha de un efecto nocivo para el bienestar. En realidad la repuesta es depende y los resultados son mixtos. No es que el uso de redes sociales cause felicidad, depresión o ansiedad. El tema tiene que ver con cuánto, cómo y para qué las usamos.

Podemos fortalecer nuestros lazos sociales, aprender y experimentar emociones positivas gracias a las redes sociales y a las miles de aplicaciones que podemos instalar en nuestros aparatos. Los abuelos que viven lejos pueden ver, hablar y jugar con sus nietos usando Skype, por ejemplo. Amigos regados en el mundo están al día de sus vidas por medio de Facebook o WhatsApp. Recordar lugares y momentos lindos es fácil viendo fotos en Instagram. Construir algo es posible viendo un tutorial en YouTube. Aprender es fácil tomando un curso en línea o preguntándole a Google. ¿Para inspirarte? Conferencias de TED, ¿Películas? Netflix, ¿Orejas y nariz de conejo? Snapchat. Es increíble. Las redes sociales son una súper herramienta. Cuando las utilizamos para conectarnos con amigos y familiares a quienes no vemos todos los días, compartir cosas positivas, informarnos o aprender sobre temas de interés nuestro bienestar mejora.

Pero… ¿Qué pasa cuando caemos presos del celular y nos hacemos adictos al consumo de redes sociales?

El teléfono celular puede generar ansiedad de varias maneras. ¿Has sentido pánico pensando que perdiste el celular? Como tornado empiezas a levantar todo lo que está a tu alrededor mientras gritas todos los nombres que te vienen a la cabeza para que te ayuden a buscar. También estresa saber que no podrás usar el teléfono durante cierto tiempo… ¿Qué sentirías si supieras que debes esperar en un consultorio dos horas sin teléfono? Ansiedad cuando llega un mensaje y no puedes leerlo al instante, nervios cuando te llaman y no logras contestar. Y esa sensación rara que produce sacar el teléfono de la bolsa de mano o del pantalón porque juraste que sonó o vibró sólo para darte cuenta de que no, agobia también. Impaciencia cuando hay mala señal, enojo si no hay Wi-Fi, desesperación cuando la batería está en rojo y el cargador lejos. Que adicción. Que estrés.

El tiempo que invertimos consumiendo redes sociales es otro tema. ¿Qué pensarías si observaras a una persona levantarse del sillón, salir de su casa por la puerta principal y revisar el buzón de correo cada 10 minutos? ¿Qué está loca? Bueno… En Estados Unidos el usuario promedio de teléfonos inteligentes revisa su dispositivo cada seis minutos y medio. Esto suma alrededor de unas 150 veces al día, ¿Cuántas veces lo revisas tú? Según otro estudio, las personas pasan en promedio 3.3 horas al día en su teléfono; pero entre los  jóvenes de 18 a 24 años, la cantidad es de 5.2 horas. Nuestro celular es lo primero que atendemos al despertar y lo último antes de dormir. Es una extensión de nuestro cuerpo.

¿Y qué hacemos tanto tiempo en el teléfono? Casi siempre naufragar. Recorremos las aplicaciones que tenemos instaladas de la misma manera que un hámster gira su rueda. La siguiente vez que estés haciendo fila fíjate a tu alrededor y verás cómo las personas dan vueltas constantemente al circuito WhatsApp, correo electrónico, Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat. Es un proceso automático. Naufragar nos quita un montón de tiempo y produce estrés cuando, al final del día, regresamos a ver la lista de cosas que hacer y notamos que sigue en el mismo estatus: pendiente.

El teléfono celular también puede afectar nuestro bienestar cuando caemos presas del “Síndrome de Atención Parcial Continuo”. Que no es otra cosa que tener nuestra atención repartida en mil partes y en nada a la vez. No habitamos el momento presente. Caminamos con la vista agachada sin notar lo que sucede a nuestro alrededor y es responsabilidad de los demás no estrellarse con nosotros. Observa las mesas en los restaurantes y podrás ver a cada uno de sus integrantes metidos en el celular. Estamos perdiendo las conversaciones a la “antigüita”. No estamos ahí. Conectados en el ciberespacio pero desconectados de quienes tenemos enfrente.  

Y cuando no habitamos el presente nos perdemos de momentos que valen la pena. La canasta que metió nuestra hija en el partido de basquetbol o el pase que interceptó, por ejemplo. Confiesa sí, como yo, alguna vez has tenido que preguntarle a la mamá de junto ¿Qué hizo mi hija? Porque estabas chateando y te sorprendiste cuando las otras mamás –que no estaban viendo el celular- gritan su nombre y le dicen “muy bien”. Ouch.

Hay quienes utilizan las redes sociales para comparar lo aburrida que es su vida con respecto a la de los demás y esto puede causar depresión o acentuarla. ¿A dónde fueron de vacaciones? ¿Qué fiestas o reuniones tienen mientras te aburres en casa? ¿Con quién están? ¿Cómo se ven? ¿Qué delicia están comiendo? El problema de usar como referencia Facebook es que nos olvidamos de un aspecto crítico: casi todo mundo enseña sus mejores fotos, momentos y experiencias. Difícilmente alguien publicará una foto cuando tiene un grano en la punta de la nariz. Comparamos nuestro yo interno con el exterior editado de los demás. Mala idea.

¿Entonces?

¿Cómo evitamos que las redes sociales interfieran con los buenos momentos del día a día? Reduce tu consumo de redes sociales definiendo zonas o tiempos libres de tecnología -en mi casa los electrónicos están prohibidos en la mesa-. Elimina notificaciones de grupos de discusión sin importancia –no necesitas revisar todos los mensajes de la generación de cada uno de tus hijos o de la tuya-. Elige no saber si recibes un nuevo email o mensaje de Facebook, pon el celular en silencio cuando necesites concentrarte. Escoge habitar el momento presente guardando tu celular donde no lo veas, sientas o escuches cuando estés con alguien más. Aquí te dejo un artículo interesante sobre la tribu de los desconectados.

Decide pasar más tiempo en la vida real y, cuando pases tiempo en la virtual, asegúrate que sea para verdaderamente conectar, inspirarte o aprender. Navega en lugar de naufragar.



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