De propósitos, hábitos y mulas
Los días cercanos al año nuevo nos invitan a reflexionar. Hacemos un recuento del año que termina y resaltamos lo más significativo, los momentos más felices, gratificantes, emocionantes, tristes, difíciles o estresantes. Si el balance es positivo concluimos que el año fue bueno, agradecemos nuestras bendiciones y lo guardamos en el cajón de favoritos. Pero si el saldo es negativo, declaramos que fue un mal año, sentimos alivio porque ya terminó y no queremos saber más.
El cambio de año tiene un poderoso efecto simbólico. Las tradiciones a su alrededor nos recuerdan que estamos frente a una nueva oportunidad. Al año que termina le dejamos el dolor, la tristeza y los problemas. Al año nuevo, lo vemos con esperanza, como a una hoja en blanco sin tachones donde podemos escribir algo mejor.
Entonces nos disponemos a hacer cosas nuevas o de diferente manera, declaramos nuestras intenciones para cambiar hábitos, emprender nuevos proyectos, superar obstáculos o personas. Decidimos ser una mejor versión de nosotras mismas y hacemos una lista de nuevos propósitos.
Como el papel está en blanco y estamos animadísimos escribimos un montón de cosas: tomar agua caliente con limón en ayunas, meditar, comer más verduras, gastar menos, ordenar las 16,580 fotos, dejar de fumar, ir al gimnasio, tener paciencia con los hijos, etc. Todo al mismo tiempo porque ahora sí es enserio. Este año es el bueno.
El 2 de enero nos levantamos decididos –el primero es asueto- y empezamos contundentes. La primera semana sale excelente; en la segunda, todo cuesta más trabajo y concedemos algunas licencias –voy a comer postre sólo el fin de semana-. Flaqueamos en la tercera semana, decidimos que tres de esos propósitos no son tan importantes y los quitamos. Luego… mejor ahí la dejamos. ¿Suena conocido?
¿Por qué abandonamos nuestros propósitos de año nuevo?
Nuestra lista de buenas intenciones termina pareciéndose más a una de fracasos porque escogemos mal. Definimos nuestras metas con base en lo que dicta la sociedad, la moda o los deseos de otros y no conforme a lo que realmente queremos o nos hace sentido. Olvidamos pensar en las siguientes preguntas: ¿Cómo quiero sentirme? ¿Cómo quiero dejar de sentirme? ¿Qué tipo de emociones o experiencias quiero tener? Por aquí debemos empezar. Cada propósito debe alinearse con nuestras respuestas y ser ajustado a nuestra medida. Para estar en buena forma no tienes que correr 6 días por semana como tus amigas o tu esposo triatleta, tal vez te gusta más bailar o caminar con tu perro. Elige algo que te motive, algo que puedas apalancar en lo que disfrutas y sea congruente con tus gustos e intereses.
En este sentido vale la pena resaltar la diferencia entre perseguir una vida feliz y una vida llena de sentido y propósito –Aquí el vínculo a un excelente artículo sobre el tema-. Con frecuencia, proyectos que le dan sentido a nuestra vida requieren de mucho trabajo y no necesariamente son gratificantes en el instante, por ejemplo, arrancar un negocio, estar frente a un salón de clases o hacer trabajo voluntario en prisiones. Nuestros propósitos tienen que alinearse a nuestro proyecto de vida, tienen que acercarnos a aquello que nos llega directo al corazón. ¿Qué te gustaría hacer antes de morir? ¿Lo has pensado? La conferencia de Candy Chang puede servirte para descubrir qué es eso que te mueve y pensar en un propósito que te acerque eso que te inspira.
Otras veces fallamos porque pretendemos cambiar muchas cosas al mismo tiempo muy rápido. Cambiar hábitos es un reto grande para nuestro cerebro. Podemos simplificarle la misión trabajando en un sólo propósito a la vez y haciendo incrementos pequeños.
Salir de la costumbre requiere de mucha fuerza de voluntad y ésta es limitada, por eso cuando estamos cansados regresamos a nuestro modo “automático” y hacemos las cosas sin darnos cuenta, por ejemplo, buscar las galletas y comerlas como cada noche. Si alguna vez has hecho un paseo en mula quizá hayas notado que no hace falta ser un gran jinete –siento aguarte la fiesta- para completar la cabalgata. La mula conoce perfectamente el camino y, mientras no trates de cambiarle la ruta, hará exactamente lo que sabe hacer. El problema es cuando quieres redirigirla. La mula es terca y floja. Pone resistencia y constantemente intenta regresar a lo de costumbre. Al principio, cuando tienes energía y motivación, mantienes las riendas firmes y logras llevarla por nuevos caminos –esta es la fuerza de voluntad-. Pero si te cansas o te distraes, entonces aflojas las cuerdas y cuando te das cuenta la mula te ha regresado al viejo y conocido camino –hábitos-. Nuestro cerebro es exactamente igual. Cambiar hábitos es un reto grande. Para aumentar las probabilidades de cumplir con nuestros propósitos es fundamental trabajar en uno a la vez. Con frecuencia hacemos una lista larga de propósitos que implican cambio de hábitos y esto es equivalente a querer dirigir varias mulas al mismo tiempo. Recuerda… una mula a la vez.
Además es recomendable hacer incrementos pequeños. Si nunca has corrido y decides empezar, no es buena idea arrancar de golpe con 10 kilómetros ya que probablemente termines deshidratado, con un dolor de cabeza salvaje y, obviamente, con ganas de no volver a correr más. Mini metas y pasos pequeños funcionan mejor.
Para aumentar las probabilidades de lograr tus metas este año recuerda identificar aquello que es verdaderamente importante e inspirador para ti antes de definir qué quieres lograr, trabajar en un propósito a la vez y dar pasos pequeños, pero firmes.
¡Te deseo un feliz 2017 con propósito!