Felicidad sin anestesia

“Controla tus emociones” es una instrucción para la vida casi tan común como “mastica con la boca cerrada”. Mantener el equilibrio emocional, además de ser importante para nuestro bienestar, es de bueno modales. Nos incomodan las emociones desbordadas –las buenas y las malas-. La expectativa es ser ecuánime en todo momento y no perder la compostura.

Tener la capacidad de lidiar con nuestras emociones y lograr un verdadero equilibrio es fundamental para nuestro bienestar. El tema aquí es que hemos entendido mal cómo lograr esto. Decíamos la semana pasada que en esta constante búsqueda de la felicidad perfecta pareciera que el objetivo es eliminar, esconder o dejar de sentir las emociones difíciles. Sin embargo, un auténtico balance supone la capacidad de ser feliz a pesar de las emociones difíciles. Esto hace necesario pasar por el trabajo de reconocer que están ahí y aceptar estar con ellas lo suficiente para descifrarlas, procesarlas y canalizarlas de una manera más sana.

Por ningún motivo queremos experimentar dolor, enojo, melancolía, frustración, tristeza o aburrimiento. Hemos aprendido que para sentirnos bien tenemos que hacer todo lo posible por negar, minimizar, prohibir, esconder, evitar o anestesiar este tipo de emociones. ¿Cómo es esto?

Sobre la marcha vamos aprendiendo algunos trucos. Uno es negar lo evidente. Nuestro hijo se cae de la bicicleta y llora aterrorizado pues de la tremenda cortada que se hizo sale un río de sangre, ¿y qué le decimos? “ya, ya… no te pasó nada”. Las niñas escuchan “no llores, sonriendo te ves más bonita” y los niños “los valientes no tienen miedo”. Cuando muere la mascota de la casa podemos contar con el típico “no estés triste, es sólo un perro”; también funciona la de “luego compramos otro”. Si muere la pareja inmediatamente los familiares le arriman los calmantes al viudo o a la viuda para anestesiarle el dolor –o para que no haga un desfiguro durante la misa llorando en exceso-. Apuesto a que alguna vez dijiste o te dijeron “ahí viene tu Ex, haz como que estás muy divertida”. Y en el súper quizá le hayas dicho a tu hija, que está tirada haciendo un berrinche mundial, muy quedito y con los dientes apretados “levántate que todo mundo te está viendo… ¿qué van a pensar?”.

Este tipo recomendaciones ante situaciones que detonan sentimientos complicados lejos de brindar alivio verdadero, generan otro tipo de problemas. Poco a poco vamos perdiendo contacto con nuestras emociones. Perdemos la capacidad de reconocer lo que sentimos –confundimos enojo con estrés, tristeza con ansiedad-. O quizá sabemos exactamente cómo nos sentimos pero expresarlo con todas sus letras no es políticamente correcto o socialmente deseable y entonces mejor nos acomodamos. Alguien te queda mal con una entrega, te sientes furioso pero dices “no te apures”; estás triste pero cuando te preguntan qué tienes respondes “no dormí bien”; sientes desilusión porque tu novio llegó tarde y cuando te pregunta ¿qué te pasa?, contestas con un “nada” más letal que un misil nuclear. Desconfiamos de lo que sentimos –crecemos y vivimos escuchando “no pasa nada”, “no exageres”, “eres muy sensible”-. Nos vamos haciendo torpes emocionalmente. Vamos aprendiendo que la felicidad se recupera o se consigue callando, minimizando, ignorando o anestesiando todo lo que nos incomoda.

Nada de lo anterior sugiere que la solución sea darle rienda suelta a las emociones y permitir que se desborden. Efectivamente no es deseable que nuestra hija haga una pataleta en el pasillo de los cereales, pero el argumento para sacarla de la rabieta no debe ser ¿qué van a pensar los demás?, sino algo más parecido a “ese cereal no es bueno para tu salud y me interesa cuidarte”. Es más positivo calmar al niño después de la caída de la bicicleta reconociendo que se puso un trancazo, que seguro duele, pero que pronto va a estar mejor. Las niñas bonitas también se ponen tristes y la valentía no es de quienes no tienen miedo, sino de quien hace las cosas a pesar de sentirlo y sin importar el género. La idea es encontrar una fórmula donde logremos sentirnos mejor al mismo tiempo que reconocemos y tomamos en cuenta las situaciones desafortunadas.

La vida nos garantiza una buena dosis de situaciones complicadas que detonan sensaciones espinosas. Esta realidad sumada a nuestra torpeza emocional o escases de herramientas para hacerles frente, nos orilla a utilizar lo que Brené Brown llama anestesias. Queremos dejar de sentir, entonces barremos las emociones debajo del tapete o las adormecemos. ¿Cómo anestesiamos lo que sentimos? Ahogándonos en trabajo, manteniéndonos ocupados todo el tiempo, bebiendo dos cervezas al final del día para limar los bordes, tomando pastillas, viendo horas de televisión, naufragando en el internet, fumando, comiendo o comprando impulsivamente. Lo que sea, menos sentir. Estas estrategias cumplen su función en el momento, pero no resuelven el problema y corremos el riesgo de necesitar cada vez anestesias más fuertes. Brené Brown nos sugiere explorar qué sentimos, identificar por qué lo sentimos y luego buscar verdadero alivio. Algo equivalente al caldito de pollo para el alma. ¿Qué te hace sentir mejor? ¿Caminar al aire libre, hablar con tus amigos, leer, dormir suficiente, comer bien, escuchar música, ver una película, pintar? Vale la pena dedicar unos momentos a generar una lista de estrategias personales a las que podemos recurrir.

Susan David, Psicóloga de la Escuela de Medicina de Harvard, habla de la importancia de desarrollar la “Agilidad Emocional” para controlar y manejar nuestras emociones sin caer en el problema de reprimirlas y sufrir las consecuencias de eso. Susan explica que las emociones fuertes no son malas. Por el contrario, están llenas de información que podemos aprender a usar para tomar mejores decisiones. Tres pasos sencillos nos permiten trabajar en nuestra agilidad emocional. El primero es nombrar o etiquetar nuestra emociones, ¿qué es exactamente esto que estoy sintiendo? ¿es tristeza, enojo, fastidio, frustración?. Entre más amplio nuestro vocabulario emocional más fácil es identificar lo que sentimos. El segundo paso tiene que ver con identificar la intensidad de esa emoción, ¿es molestia o es furia? La intensidad de la emoción nos da una pista de la seriedad de la causa. El tercer paso consiste en escribir lo que sentimos. Investigaciones muestran que cuando describimos eventos muy cargados de emociones nuestro bienestar físico y emocional mejora.

Aspirar a ser perfectamente felices lo único que garantiza es un encontronazo con la frustración, el resentimiento o la decisión de dejar de tratar y estacionarnos en nuestra zona de confort. Para lograr un verdadero equilibro emocional es importante estar conscientes de nuestras emociones, aceptarlas y entenderlas. Tenemos que sentarnos dentro del sauna, aunque esté caliente y sudemos un montón.



Tatiane H.

Recursos Humanos / Desenvolvimento Organizacional / Treinamento e Desenvolvimento / Comunicação Interna / Eventos / R&S

5 años

Felicitaciones por el contenido ... ¡Porque la felicidad genera ganancias y es esencial!

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